Trump, por cuatro años más de administración

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Discursos monotemáticos en ambas convenciones

Es cierto, no se esperaba mucha convencionalidad. La Convención Nacional Demócrata de la semana pasada tuvo que asumir medidas de distanciamiento y virtualidad acordes con tiempos de contingencia epidémica; el resultado fue un evento con altibajos, con discursos memorables y con un profundo sentido del deber político y de precaución sanitaria.

Sin embargo, la Convención Nacional Republicana no fue sólo poco convencional, sino que se presentó al más claro estilo de Donald Trump: desafió los usos y costumbres, agravió al status quo, y rayó en lo ilegal. 

En una demostración de fuerza disfrazada de tenacidad, los Republicanos se permitieron realizar un evento con tonos, elementos discursivos y en escenarios que muchos considerarían impensables o, de menos, indecorosos y cínicos. 

Al tiempo que Donald Trump reclamaba su lugar histórico a lado y a la altura de Abraham Lincoln también asistíamos a las pompas fúnebres de un partido engullido por la peor muestra de su propia soberbia.

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El primer elemento desconcertante, con respecto a lo habitual, fue la presencia diaria del presidente en la Convención que le nominaría candidato a la reelección. Trump apareció todas las noches del evento y su discurso de ayer fue casi tan largo como el que ofreció en circunstancias similares hace cuatro años. 

Usualmente, el candidato a la reelección presidencial (incumbent) brinda un mensaje de unidad nacional y partidista, de reconocimiento y algo de crítica a su oponente y un tono que refleja su posición como jefe de estado; inversamente, Donald Trump presentó un discurso plagado de ofensiva partidista, cargado de adjetivos y descalificaciones en contra de Joe Biden, todo envuelto en un halo de nacionalismo esencialista. 

El segundo elemento fue el uso de la Casa Blanca como escenario tanto del discurso de la primera dama, Melania Trump, como del de aceptación de la candidatura por parte del presidente -esto a pesar de las voces, principalmente Demócratas pero también Republicanas- que declararon durante las dos semanas pasadas que sería inapropiado.

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Los discursos durante los cuatro días fueron mayormente monotemáticos. 
Abundaron las referencias a la elección más importante de la historia de los Estados Unidos de América, a lo imperativo de la defensa de la libertad (ambas, liberty y freedom) frente a lo que se etiquetó como la conspiración “socialista” de los radicales detrás de Joe Biden (con menciones específicas de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez; de BLM y Antifa), y de las proezas en términos económicos conseguidas durante los primeros tres años de la administración Trump. 

En contraste con el único discurso que no reiteró la posición partidista ofensiva –pronunciado por Melania Trump el miércoles– señalo dos que fueron ilustrativos: primero, el discurso del Secretario de Estado, Mike Pompeo, quien a pesar de ser miembro del gabinete en activo emitió un discurso desde la ciudad de Jerusalén alabando la política exterior de Donald Trump (rompiendo así con la tradición que dictaba que miembros del gabinete no formaban parte discursiva en las Convenciones). 

Y, segundo, el discurso del exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, quien presentó una caricaturesca arenga anti-socialista al estilo de Joseph McCarthy con tal vehemencia que hizo palidecer el llamado al restablecimiento de la ley y el orden por parte del vicepresidente Mike Pence el pasado miércoles.

La estrategia Republicana es clara. El tono y contenido de los discursos durante la convención marcan el rumbo del resto de la campaña y tendrán el objetivo de movilizar a la base nacional trumpista y sumar, con un discurso de miedo que profetiza la destrucción del “American way of life” en caso de que Biden resulte electo, a “indecisos e independientes”.

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