¿Es López Obrador presidente o predicador? El peligroso discurso moralista.

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Cada vez más, López Obrador convierte sus conferencias de prensa y mensajes a la nación en mensajes moralistas, tratando de imponer una visión de corte religioso en la política pública. Te contamos por qué eso es un peligro.

Sin fe, entendemos, no hay religión. La fe es esa determinación que nos permite creer en algo a pesar de que no lo veamos, conozcamos o siquiera entendamos. Simplemente nos entregamos a creer, ya que el tema de la fe es que, para ser sincera, debe desafiar a la realidad.  

Así, quienes tienen fe en algo aceptan creer en su pureza o su superioridad, aunque los hechos la desmientan, porque la fe verdadera no cae en las trampas de la verdad. Hoy, estamos viendo como desde el Palacio Nacional se construye exactamente eso: una nueva fe, que puede estar en contrapelo con la realidad, pero eso es solo porque la realidad es engañosa.

Al menos esa parece ser la ambición del presidente López Obrador. Desde hace mucho, en sus tiempos de oposición, había adoptado una actitud y un discurso más de corte evangélico que político, en el que los enemigos eran demoníacos y las soluciones, milagrosas.

Entonces, investido en la pureza de la virtud, nuestro presidente enfrentó a las mafias del poder y a los oscuros intereses, con dos recetas que, de aplicarse, cortarían de tajo con todos los grandes problemas de México: acabar con la corrupción y aplicar una austeridad republicana.

Ambas son promesas con las que es difícil estar en desacuerdo. La corrupción es un mal enraizado en México que nos ha afectado durante décadas. Es obvio que hay que atacarla. 

La austeridad, por su parte, en varios gobiernos que indignaron por sus excesos, era algo deseable y razonable.

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Sin embargo, la estrategia de hacerlo “dando el ejemplo” y con pura buena voluntad jamás iba a funcionar, y hoy sabemos, además, que en este gobierno no están dando un gran ejemplo. 

Desde la policía de la calle hasta los contratos entregados a empresas sospechosas, la corrupción sigue ahí. 

Pero no importa, porque, nos dice el presidente, hay que tener fe en que ya se acabó la corrupción.

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López Obrador nos ha dado uno y otro ejemplo de que más que presidente quiere ser un predicador. Nos ha tratado de imponer una Cartilla Moral, basada en una visión anticuada y añeja de lo que es la sociedad. Cree sinceramente que llamando a los delincuentes a pensar en sus mamás, o pedir que todos “nos portemos bien”, podrá reducir la violencia en el país. 

Considera que podrá detener a una enfermedad con estampitas, y quiere que pensamos que si él dice que se domó la pandemia, la realidad debería acompañarlo.

Los hechos muestran otra cosa, mientras los homicidios y el crimen siguen creciendo. La curva de contagios sigue al alza. Sin embargo, desde su misa de todas las mañanas, el presidente nos dice que tendremos redención. 

Pero para tenerla, hay dos requisitos: uno, es creer en él, y otro, es renunciar a la tentación de ser oposición. Porque como nos ha dicho las opciones son dos. Estar con él o estar con los adversarios. Y los enemigos están con los vicios, con la corrupción, con el consumismo, y hasta les gusta comer cosas exóticas. Son los pecadores contra los virtuosos. 

Van ya al menos dos decálogos que nos regala el predicador del palacio. El primero, cuando las mujeres insumisas exigieron vivir sin violencia. Tras ignorarlas, intentó aplacarlas con diez mandamientos que fueron tan superficiales como inútiles. 

El segundo listado de mandamientos nos los entregó para resistir la pandemia de COVID-19. La lista estaba llena de lugares comunes, así como recomendaciones que podrían servir como una plegaria. Nos dijo que no seamos consumistas, que no caigamos en tentaciones, que no discriminemos a nadie. También que no nos dejemos estresar por la pobreza ni por la crisis social que se nos viene encima.  

Como buen predicador, el presidente quiere que seamos espirituales, ajenos a tentación de prosperar. Son palabras que pueden resonar en muchos sectores de la sociedad, pero también son palabras de abandono. El Estado no se va a encargar de resolver esta crisis, ni de procurar que nuestra salud esté protegida. Caerá en nuestra fe y en nuestra abnegación la posibilidad de salvarnos.

Hoy, México está en riesgo de convertirse en un país confesional, cuyo santo padre es el señor presidente. Cuestionarlo es pecado, seguirlo es un acto de entrega y convicción. No se trata de datos, hechos, indicadores, sino de fe.

Es un rumbo peligroso, porque sueña con una sociedad de creyentes y no de seres pensantes. Una sociedad de purificados y pecadores. Es un país de opresión ideológica. 

Va llegando la hora de que la sociedad rompa estos mitos y cuestione estas creencias. Porque una sociedad que no cuestiona, que no duda y que no exige, es una sociedad condenada a la obediencia.

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