COVID-19: la crisis y la oportunidad en México

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No hay forma de minimizarlo: tanto México como el mundo están enfrentando un desafío enorme por el COVID-19. Es un desafío en salud, es un desafío económico, pero es también un desafío a nuestro orden social.

Estamos hablando, por supuesto, del COVID-19. El tema que ha copado nuestras conversaciones y disparado todas nuestras paranoias. Y conforme más nos enteramos de lo que está sucediendo, nos vamos volviendo cada vez menos racionales.

En este contexto, el filósofo Slavoj Žižek nos dice que “Los medios nos lanzan repetidamente el mensaje de ‘no caigas en el pánico’ y, a continuación, disponen una serie de datos que nos llevan necesariamente al pánico”. Es cierto: ya sea en nuestro núcleo familiar, en las redes sociales o en los medios, en lugar de llamar a la calma y precaución estamos llamando al temor.

Es muy temprano en México para saber si las decisiones del gobierno sobre cómo está atendiendo esta crisis son o no correctas. Hay versiones que chocan entre quienes aseguran que hay que confiar en el presidente y quienes temen que sus determinaciones serán una catástrofe. La verdad es que lo sabremos más adelante.

Por lo pronto, lo que sí sabemos es esto: la epidemia de la COVID-19 va a cambiar nuestra sociedad de una u otra forma. Ya está cambiando nuestra forma de relacionarnos, nuestras prioridades y nuestra visión sobre todo lo que dábamos por sentado.

También ha hecho más evidente la profunda desigualdad en la que vivimos. Mientras un sector de privilegio exige que el país se quede en casa, una enorme cantidad de personas ven como el no poder salir a trabajar todos los días pone en peligro su subsistencia. Es una encrucijada: quedarte para no enfermarte, salir para poder alimentar a tu familia. Esto habla mucho de un problema profundo en nuestra sociedad.

Quizá suene a contracorriente, pero esta crisis es también una oportunidad. Y esto es más que una opinión: la historia nos lo ha demostrado.

Un buen ejemplo de ello es el terremoto que azotó a nuestro país en 1985. Aquel 19 de septiembre, la tierra nos sacudió. Hubo miles de muertos, heridos e historias de dolor. Fue un día de tragedia. 

Sin embargo, no solo derrumbó edificios. También rompió los cimientos de un sistema político autoritario, y fue el principio del fin de la hegemonía priista en nuestro país. Con un gobierno rebasado e incompetente, la sociedad tomó la delantera. 

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Se organizaron los sobrevivientes, los damnificados, los grupos sociales. Se creó una nueva relación comunitaria, basada en la solidaridad y el apoyo mutuo. Ese movimiento fue parte crucial de la construcción del Frente Democrático Nacional que desafió al PRI y eventualmente logró que cambiaran las reglas del juego de la política mexicana.

Esto no solo ha pasado en México. Con la crisis económica y social que azotó a Argentina en 2001, muchas cosas cambiaron. Ante la falta de dinero en efectivo en las calles y la revuelta social que tiró al gobierno del momento, la sociedad se organizó. Las colonias establecieron mecanismos de trueque e intercambio para solventar sus necesidades básicas. Surgió una nueva solidaridad social.

Ni en México ni en Argentina esa solidaridad se mantuvo por mucho tiempo. Pero en tiempos de crisis, regresa.

Los grandes cambios nos obligan a volver a entender nuestra normalidad. Las personas, como los gobernantes, tenemos dificultades para aceptar los cambios. Pero al final, el cambio se impone, y nos obliga a entender de nuevo nuestras realidades. Aceptarla no solo es crecer, sino encontrar caminos para volver a progresar. 

Todas estas tragedias nos han demostrado que como sociedad podemos estar a la altura de los retos, sin importar si el gobierno hace o no lo correcto. Es por esto que, esta semana en Cuestione, revisaremos los grandes eventos de la historia que nos han transformado y cómo en muchas ocasiones los cambios se han convertido en oportunidades. También analizaremos las oportunidades que se perdieron por no saber aceptar las nuevas realidades.

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No debemos normalizar vivir con miedo. Debemos encontrar la mejor salida a este laberinto.  Ese es el gran desafío de nuestro tiempo.

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