Mujeres, sin un solo lugar seguro

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Ni dentro ni fuera de casa. Las mujeres sufrimos, todos los días, distintos tipos de violencia. 

No hay lugar seguro para nosotras

Antes del COVID-19, el llamado de justicia por las niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas, abusadas y asesinadas resonaba fuerte y claro. La exigencia sigue siendo la misma: nos queremos vivas; nos queremos sin miedo.

Con la llegada de la Jornada Nacional de Sana Distancia, los organismos internacionales sugirieron al gobierno distintos mecanismos de protección y prevención para las mujeres frente a esta crisis. Sin embargo, no se implementaron en nuestro país. 

Lo que sí escuchamos fue la declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador que intentaban opacar la realidad: “En una encuesta reciente se manifestó que una de las cosas que celebraba la gente, es que hubo un reencuentro familiar, un porcentaje considerable de las cosas buenas que nos deja este mal, esta pandemia. Entonces, se decía que iba a haber violencia intrafamiliar y no la hubo”. 

Pero en marzo y abril crecieron las solicitudes de atención y protección a niñas, niños y mujeres durante el confinamiento. Además, las que han logrado escapar de su agresor y que fueron acogidas por alguna red de apoyo señalaron haber sufrido violencia emocional, física y económica.

La violencia familiar crece año con año y el problema existe desde antes de la pandemia. En 2017, las cifras oficiales nos decían que había un registro de 464 agresiones diarias en los hogares, para 2018 fueron 493… En 2019, ya eran 559. 

López Obrador no solo negó la violencia familiar. También subestimó las llamadas al 911 sobre las solicitudes de auxilio, argumentando que 90% de estas “son falsas”. De nueva cuenta, los datos lo desmintieron. No solo hubo un incremento, también se reportó que las cifras eran las más altas desde el 2016.

Cuando la violencia en los hogares rozaba un máximo histórico de denuncias como consecuencia de las primeras medidas para evitar la propagación del virus, la Secretaría de Gobernación lanzó la campaña Cuenta hasta 10. Una campaña muy parecida a la que Televisa reproducía hace décadas para prevenir la violencia familiar. 

Pero hace unos días, el presidente ya no pudo negar lo evidente. De gira por Campeche, lamentó el asesinato de una diputada de Colima. Aunque no dijo el nombre de la legisladora, aseguró que estaba enterado de los detalles del crimen por un informe que le fue entregado. 

Otro pendiente que dejó de serlo hasta hace un mes fue la liberación del presupuesto para los refugios que apoyan casos de violencia de género, que la Secretaría de Hacienda tenía detenido… ¡desde el año pasado! 

Por desgracia, el olvido y desprecio hacia las mujeres no es exclusivo de Andrés Manuel y su gobierno. 

Vicente Fox se refirió a las mujeres como “lavadora de dos patas”. Enrique Peña Nieto dijo: “No soy la señora de la casa”. Carlos Abascal, exsecretario del Trabajo y de Gobernación durante el gobierno de Fox, señaló: “¿Las mujeres también son seres humanos?”. Diego Fernández de Cevallos, como candidato del PAN a la presidencia, se quejaba del “viejerío”. 

Son los mismos políticos que nos festejan y nos felicitan por “El Día de la Mujer” y que celebraron la marcha y el paro nacional del 8 y 9 marzo de 2020. Como si lo que una vez dijeron pudiera olvidarse.

Por desgracia, existen muchos ejemplos de violencias hacia las mujeres por parte de políticos y gobernantes. La cultura del machismo, que también atenta sistemáticamente contra nosotras, sigue siendo una práctica común. 

Por eso, esta semana en Cuestione hablaremos de los mecanismos, los programas y las políticas públicas que deben de ponerse en marcha para crear espacios libres de violencia para las mujeres. 

Así como las limitaciones de un sistema que invisibiliza la violencia de género. También, nos acercaremos a los colectivos feministas para conocer su labor y las herramientas que han implementado en tiempos del COVID-19.

Tenemos que transformar al Estado y a la sociedad para que el hecho de ser mujer, no signifique sufrir una vida de violencias o, peor, una condena de muerte.

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