No es la primera vez que AMLO utiliza maromas para salir adelante

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Hace muchos, muchos años, había un líder opositor en México que pedía renuncias de presidentes y secretarios porque el Producto Interno Bruto del país crecía 1%. Ese mismo político exigía que se detuviera la sangrienta guerra contra el narco y la militarización del país. 

Hoy, ese líder es presidente de México. Y como presidente, defiende sus pobres números económicos diciendo que el crecimiento del PIB debería caer en desuso, que lo que se debería de medir es el bienestar. Y firma un decreto que le permite al Ejército y a la Marina hacer funciones de policías en todo el territorio nacional. 

Hablando de maromas discursivas, las de Andrés Manuel López Obrador y sus subalternos son dignas de aplauso.

Ahí está Mario Delgado defendiendo el decreto presidencial sobre los militares, cuando hace unos años fue un fiero activista en contra de la militarización del país, igual que la senadora Citlalli Hernández, la diputada Tatiana Clouthier, el propagandista Epigmenio Ibarra o el tuitero John Ackerman.

Y cómo olvidar esta joya que soltó Marcelo Ebrard unos días después de la victoria electoral de Andrés Manuel en 2018: “El trato que hemos recibido por parte de Estados Unidos ha sido terrible; México y los mexicanos hemos recibido un mal trato”. 

Sí, hablamos del mismo Ebrard que hoy tiene movilizada a la Guardia Nacional para detener a migrantes y que, antes, fue criticado por el propio presidente estadounidense, Donald Trump.

Aunque es Ricardo Monreal, otro de los operadores del presidente López Obrador, quien ha logrado dominar mejor las habilidades necesarias para cambiar de discurso o defender lo indefendible, como cuando cacharon a un colaborador suyo en la delegación Cuauhtémoc con 600 mil pesos en efectivo; o cuando se dio a conocer que había contratado a una sobrina suya en el Senado (y ganando más que el presidente). 

Aunque nada se compara con la ocasión en que quiso eliminar las tasas de interés que cobran los bancos, iniciativa que fue sepultada… por el propio Monreal, después de reunirse con el presidente y su secretario de Hacienda.

Pero no es la primera vez que López Obrador utiliza maromas para salir adelante. De hecho, es una habilidad que ha desarrollado a lo largo de toda su carrera política y perfeccionado con eficacia en los últimos 20 años. 

¿O cómo olvidar la manera en la que salió fortalecido del proceso de desafuero que inició Vicente Fox en contra de él? 

Lo mismo ocurrió con el escándalo de su tesorero en el gobierno de la capital, al que cacharon jugando un dineral en Las Vegas o cuando mostraron a su principal operador político recibiendo fajos de billetes en efectivo.

Eso, le ha ayudado a construir una especie de teflón ante las críticas. Andrés Manuel cae siempre de pie y sus fanáticos le aplauden furibundos.

La clave ha sido construir un discurso que lo mantiene cerca de la santidad y el martirio político: quienes me atacan son corruptos, son inmorales, parte de una conspiración. No somos iguales, dice cuando exhiben a los integrantes de su equipo. 

Y refuerza el discurso inventando términos, ideas y, así, su personalísimo papel en los libros de historia. 

Por ejemplo, al Servicio de Administración y Enajenación de Bienes, a la institución encargada de poner a subasta los bienes incautados a las personas sentenciadas, él le llama “Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado”.

A la Secretaría de Desarrollo Social, él la bautizó “del Bienestar”.

A quienes se encargan de dispersar los beneficios de sus programas sociales, los nombra “Servidores de la Nación”.

A los municipios que no tienen contagios de COVID-19, ahora los conocemos como “municipios de la Esperanza”.

Y así, él sigue reescribiendo su historia con nombres que le parecen adecuados para la labor titánica que, cree, está haciendo. Y sus fanáticos, otra vez, le aplauden furibundos.

El presidente de México logra así dos cosas: por un lado, construir una narrativa en la que él se mantiene libre de cualquier acto que pueda calificarse de inmoral o poco ético sin que importe cuántos actos legalmente cuestionables cometa.

Y por el otro, que sus fieles seguidores se mantengan alineados con disciplina en torno a él.

Las críticas se le resbalan porque ya consiguió construir, entre los suyos, la idea generalizada de que la crítica hacia su persona o sus actos de gobierno es inmoral, corrupta, organizada y producto de intereses oscuros que no quieren ver cambiar al país. 

Los críticos lo son porque temen perder los privilegios que ganaron en la etapa previa a la llegada de Andrés Manuel al poder, cuando todos estaban coludidos en una danza de saqueo e inmoralidad.

Y sus defensores saben qué hacer: contraatacar. Quien habla mal del presidente no solo es la encarnación del mal sino que, muy probablemente, además es un poco estúpido o desinformado. 

La consecuencia de esta combinación es funesta: una sociedad dividida, una oposición acorralada y atomizada, un presidente que solo escucha lo que quiere escuchar y un gobierno que se limita a recibir y acatar instrucciones, por ridículas o desatinadas que puedan ser.

En Cuestione creemos que la construcción de una discusión pública sana, argumentada y verdaderamente dialogada no solo contribuye a fortalecer la democracia. Es necesaria para gobernar

Y por eso, esta semana analizaremos los alcances y limitaciones del monólogo presidencial, de sus maromas discursivas y del empobrecimiento de la discusión pública.

Aún es tiempo de que nos sentemos a dialogar. México no comenzó a construirse el 1 de diciembre de 2018. 

Y definitivamente, no debe quedar destruido al final de este gobierno.

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