El día a día de las personas que venden comida en la calle, en tiempos del COVID-19

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“Según que habría multas si no traíamos guantes y cubreboca. Los (funcionarios) de la alcaldía Gustavo A. Madero le dieron a mi patrón una hoja con instrucciones de cómo teníamos que protegernos”, dice Eugenia, sobre las medidas de higiene que la autoridad local les exigió tomar ante la crisis sanitaria por el COVID-19. 

Ella vende tacos de canasta sobre Eje Central y Montevideo. “Mi patrón nos compró los guantes, cubrebocas y gel antibacterial, pero no ha pasado nadie a ver si los traemos”, dijo la vendedora.

En México, cuatro de cada 10 mexicanos comen en la calle, al menos, dos veces por semana, de acuerdo con un estudio de la firma de investigación de mercado, Nielsen

Para alimentarlos, hay 752 mil hombres y mujeres (los suficientes para llenar nueve veces el Estado Azteca) que preparan y venden comida en la vía pública, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

La venta y preparación de alimentos, considerados como actividades esenciales, según el subsecretario de salud, Hugo López-Gatellno pararán ante la declaratoria de emergencia sanitaria en el país.

Sin embargo, no se han precisado los protocolos de seguridad sanitaria que deberán seguir los los comercios de comida en la calle. La buena noticia es que el Reglamento de Control Sanitario de Productos y Servicio, sí. Además, existe una Norma Oficial Mexicana, obligatoria para todas las personas que manipulen alimentos, que detalla procedimientos como el uso de agua corriente y limpia, uso higiénico de guantes para manejar los alimentos, así como protección en el cabello, solo por mencionar algunos. 

La mala noticia es que, según el recorrido realizado por Cuestione, ninguno de los comerciantes informales que manejan alimentos en la calle , la cumple con la totalidad de las recomendaciones de la norma.

“De lo que nos vamos a morir es de hambre”

“Hasta que nos digan que ya no podemos venir, vamos a seguir viniendo”, comenta Eugenia, mientras levanta las sillas y mesas del puesto. Desde las 11 de la mañana y hasta poco antes de las tres de la tarde sólo había vendido 90 pesos, menos de la mitad que los días previos a la contingencia.

Su patrón, quien tiene otros puestos ambulantes de tacos de canasta en la Gustavo A. Madero, no le va a pagar los 150 pesos que recibe por un día de trabajo durante la contingencia por el COVID-19: “No sé si vaya a tener trabajo después de esto. Mi patrón solo dice que nos volverá a buscar cuando todo esto acabe”, explica mientras termina de recoger platos y servilletas del puesto, sin preocupación. 

Cree que el virus es un invento del gobierno, por eso no ha tenido miedo de contagiarse, lo único que le aterra es no poder pagar un crédito que sacó hace poco. Por eso, junta cada peso que gana ahora que todavía tiene trabajo.

Romina, quien prepara hamburguesas al carbón a unos metros de donde trabaja Eugenia, lleva un desgastado cubrebocas y unos guantes de látex llenos de agua y sudor. 

No se los quita para poner las carnes sobre las brasas de carbón, pero tampoco para cobrar a los pocos comensales que aún quedan en las calles. Su patrón le lleva a Romina cubrebocas y guantes para atender el puesto, pero no le explicó si había otras medidas de seguridad para evitar ser contagiada por Coronavirus.

Ni en 2009, cuando la influenza A (H1N1), ni ahorita. Nadie del gobierno va a pasar a ver qué nos hace falta. De los apoyos que ofreció la jefa de Gobierno para comercios afectados por el COVID-19, pues ni pensar”, comenta Don Rogelio, mientras espanta las moscas de su puesto de hot-dogs con un trapo. Son varios los comercios de alimentos abiertos, aunque casi sin compradores. 

Antonio, uno de los comerciantes, quien vende pollo fresco y menudencias, coincide con Don Rogelio, mientras sus manos sin guantes cortan unas milanesas. Antonio asegura que no va a cerrar su puesto, como tampoco lo hará el señor de las verduras, que está al lado del puesto de pollo, según dice gritando a este medio. 

Al mismo tiempo, con las manos desnudas, coloca unas papas y verduras en la bolsa de mandado que arrebató de las manos a su clienta.

La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció la semana pasada que habría créditos para microempresas afectadas por el COVID-19

Eugenia, que trabaja en el comercio informal desde siempre, ya que además de vender tacos de canasta por las mañanas, por las noches ofrece papitas fritas y salchipulpos en la puerta de su casa, se metió a la página de Internet del gobierno capitalino para solicitar el crédito anunciado por Sheinbaum, pero estaba caída.

Y es que apenas hace poco menos de una semana, Claudia Sheinbaum anunció la liberación de 800 millones de pesos para la atención de microempresarios y grupos en estado de vulnerabilidad, a fin de enfrentar la crisis por el Coronavirus en la capital mexicana; sin embargo, a cinco días del anuncio, la página para solicitar el crédito, funciona con intermitencias, debido a la saturación de las solicitudes para obtener el crédito, de acuerdo con la Agencia Digital de Innovación Pública de CDMX, a Cuestione

Mexicanos sin miedo

Con todo y las posibilidades de enfrentar problemas gastrointestinales por comer en la calle, así como un cuestionable manejo sanitario de los alimentos, los mexicanos asumen los riesgos de comer en puestos callejeros desde tiempos inmemoriales.

Las personas que eligen las banquetas para comer lo hacen por una sola razón: los precios, que son más importantes que la calidad y la atención, de acuerdo con Nielsen.

La comida callejera es la preferida por personas que estudian o trabajan lejos de sus casas porque, ante la imposibilidad de ir a comer a sus hogares, pueden ahorrar un poco de dinero. Los puestos de alimentos en la vía pública son una opción más barata que aquella que se ofrece en los restaurantes, y también tienen una variada oferta gastronómica, de acuerdo con otro estudio.

En México, las alertas para quedarse en casa y así evitar la propagación del COVID-19 son para todas las personas; sin embargo, los comerciantes prefieren salir a las calles a vender comida para ganar un poco de dinero antes de que ya no haya clientes. Les parece una mejor opción que la de quedarse encerrados y sin la certeza de que tendrán para comer al día siguiente.

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