La libertad sexual de las mujeres sigue siendo un desafío

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La lucha por la igualdad y la liberación de las mujeres tiene un ángulo que es especialmente delicado para la sociedad contemporánea: la libertad sexual y el derecho a vivirla plenamente, sin culpa y con satisfacción. A pesar de muchos avances en las últimas décadas, queda un largo camino por recorrer.

Un buen ejemplo de la discusión sobre el derecho al placer de las mujeres está en un juguete. El Satisfyer consigue darte orgasmos en cuestión de minutos. Su suave boquilla ergonómica diseñada para cubrir el clítoris con pequeños golpeteos que parecen succiones son la clave de su fama y éxito. O al menos eso anuncian orgullosas las tiendas que distribuyen el juguete sexual más vendido y que ha sido noticia internacional las últimas semanas. 

El tema es que no a todos les ha encantado el producto, e incluso algunos de sus detractores se han dedicado a unirse en foros y a hacer memes de odio. ¿La crítica? La rapidez de los orgasmos que provoca. “No se trata de quererlo y tenerlo fácil”, dicen angustiados aquellos, en su mayoría hombres, que odian al juguete.

Con reservas sobre la mercantilización del placer femenino, en esta historia hay dos bandos claros: las usuarias que están disfrutando sus orgasmos rápidos —sin penetración—, y los opositores que pelean por mantener los espacios de placer que han ocupado históricamente

Parece ridículo, pero el problema del Satisfyer es que ha hecho evidente lo que siempre ha estado ahí: las mujeres se masturban, y además lo disfrutan, y además lo hacen desde el desconocido clítoris. ¡Maldito feminismooo!

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¿Qué nos llevó a odiar un juguete sexual?

En 1989, un grupo de enmascaradas entró al Metropolitan Museum de Nueva York (MET) para exhibir una pancarta de la icónica Gran Odalisca de Dominique Ingres pero con cabeza de gorila. En la pancarta también se podía leer: “¿Las mujeres tienen que estar desnudas para entrar al museo? Menos del 5% de los artistas en la sección de Arte Moderno son mujeres, pero 85% de los desnudos son femeninos”.

Con esta acción, las Guerrilla Girls pusieron entonces en la discusión pública una muestra clara de lo que ha sido y es el cuerpo de las mujeres hasta en la cúspide de la cultura: una propiedad. 

Guerrilla Girls, 1989.

Pero el cuerpo femenino como propiedad no es nuevo. Desde el principio de los tiempos, cuando los primeros pobladores se volvieron sedentarios, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres determinaron todo tipo de organización. Así fue como se perpetuó la idea de que las mujeres a la crianza y los hombres a la caza. 

Y la sexualidad femenina se limitó a ser un recurso útil para mantener y asegurar la sobrevivencia de la especie. La estructura biológica condenó entonces a las mujeres a ser reproductoras, trabajadoras domésticas, cuidadoras y objeto erótico.

La evolución social también vino y hubo un momento en que ese juicio biológico se convirtió en cultura moral. La filósofa y feminista Simone de Beauvoir lo explica bien: “la clave del misterio de la sumisión femenina está en que en la humanidad se concede superioridad al sexo que mata, y no al que da vida”.

El cuerpo condenado

Siendo biología, pero también cultura, el cuerpo de las mujeres se convirtió en el espacio donde la sexualidad adquiere sentidos particulares en la sociedad occidental contemporánea. Estas particularidades se pueden entender desde las obras de dos famosos teóricos sexuales, Sigmund Freud y Michel Foucault, quienes son, hasta el momento, los más citados para hablar de sexualidad humana, claro, entendiendo “humana” como masculina.

Las teorías de este par son complejas y extensas, pero en resumen, para Freud, las mujeres sólo somos cuerpos incompletos, castrados y con envidia del pene (1905). Y para Foucault significamos la construcción social más débil del poder (1976). Aunque distintas, ambas convergen en un punto de acuerdo: la sexualidad “humana” en realidad no es humana sino masculina porque se construye y funciona alrededor de lo que los hombres desean en torno al placer y el poder.

Visto así, el siglo XX no parece tan lejano, la prueba es que incluso hoy hay quienes piensan que sexualmente las mujeres deseamos menos que los hombres porque la naturaleza nos condicionó sólo para obtener satisfacción desde la idea y la práctica de la maternidad. Así que de masturbación y sexo a placer, ni hablar. 

Eso sí, el orgasmo femenino fue bien impuesto y detallado por Freud. Lo explicó en un esquema de dos fases: la clitorídea y la vaginal. Y vale la pena dedicarle unas líneas al orgasmo vaginal desde la lectura de la psiquiatra Mary Sherfey: 

Freud consideró al orgasmo vaginal como el premio de la madurez. Y ese premio es que nos penetre un hombre para embarazarnos. Al concretarse el acto, decía Freud, es como nos curamos de esa terrible enfermedad (histeria) llamada “pretender ser hombres”. 

Sólo entonces, con un pene en la vagina, las mujeres aceptamos nuestra identidad femenina*. 

El derecho al cuerpo y al placer

Pero la teoría de estos dos no es inútil ni abstracta. Refleja un pensamiento generalizado y extendido sobre lo que se supone somos y debemos desear las mujeres. Para muestra están los titulares de las noticias de estilo de vida que aparecen en los primeros lugares de Google y detallan al placer femenino como una búsqueda única y en pareja. 

Primeros resultados de Google sobre la búsqueda “placer femenino”. 17 de enero de 2020.

O los comentarios de lectores que abarrotan Twitter y Facebook en respuesta a las notas periodísticas duras, donde lo que abunda sobre sexualidad femenina es la explicación detallada, morbosa y revictimizante de las violaciones y los cuerpos o actividades de las mujeres.

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El sentido de propiedad: una derrota social

La violación es un tema tan antiguo como normalizado. Pero como decía el activista y escritor Carlos Monsiváis en su libro Misógino Feminista, “la violación es un crimen sexual en cadena que no empieza con el violador ni termina con la víctima. Empieza en la cultura que hace de cualquier violación un culto a la hombría”, y un culto convencido de que nuestros cuerpos le pertenecen a los hombres. 

O en últimas, que la violación es lo único que deseamos: ser penetradas para curar nuestras enfermedades, para aceptarnos femeninas.

El dato es duro: cada diez minutos se viola a una mujer en México. Los violadores no son entonces atípicos, sino hombres reclamando su propiedad en un entorno ideal para hacerlo, beneficiados por la impunidad de lo culturalmente aceptado. 

La violencia sexual contra las mujeres es otra manera de esclavitud. Guardando las proporciones, no es tan distinta la raíz de aquellos que ven un problema en un juguete sexual diseñado para dar un placer que no comprenden o aprueban, que los que ven un problema en que el placer de las mujeres no les pertenece.

La libertad sexual de las mujeres es una guerra con muchos frentes. Y toda batalla, incluso la de la masturbación, es un paso más al derecho al deseo propio. Valdrá la pena movilizar todos los aparatos del Estado y la sociedad para defender nuestro derecho al gozo.

Toda batalla ha de ser más allá de los violadores, de los críticos de juguetes o los que nos piensan su propiedad. Ha de ser en cumplimiento estricto de nuestro propio deseo sexual, ese que la historia nos sigue debiendo. 

Es hora de que dejemos de ser sólo reproductoras, trabajadoras domésticas, cuidadoras y objeto erótico, y nos apropiemos de nuestra sexualidad.


* M. Sherfey; The Nature and Evolution of Female Sexuality, p.28. (Citado en G. Hierro. Ética y Feminismo, 1990).

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