AMLO: Su “superioridad moral” no es la solución a los problemas del país

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A dos años de su abrumador triunfo, el gobierno celebra mientras el país entra en una profunda crisis económica e institucional. La superioridad moral que presume AMLO no ha creado un mejor país.

Se han cumplido ya dos años del triunfo de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República. Aquel momento, que para mucha gente fue emocionante e histórico, tenía muchas razones de ser.

La gente votó porque estaba cansada de ver que sus problemas no se resolvían, de un sistema desigual y corrupto que no estaba contribuyendo a su progreso. Éramos un país con violencia, con injusticias, y con mucha frustración. 

Así, el abrumador triunfo de Morena no es ningún misterio: López Obrador logró capturar esa ilusión de cambio que los otros candidatos no podían prometer. Pero el cambio que llegó ha estado lejos de traer paz y reconciliación en el país.

A dos años de su victoria hay más sombras que luces. Sería por supuesto injusto decir que nada se ha hecho bien. 

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Estamos viendo cosas importantes: el caso contra Emilio Lozoya, quien fuera director de Pemex en el gobierno anterior, es un buen ejemplo de combate a la corrupción. Si el caso logra esclarecer qué sucedió y lleva a culpables a pagar, hay que reconocerlo.

También se han logrado cobros de impuestos atrasados a grandes empresas, generando una sensación de combate a la impunidad de los hombres más ricos.

Pero esos avances palidecen ante los errores no forzados de este gobierno, en algunos casos equivocaciones que tomará décadas subsanar.

Ejemplos sobran: el descuido en la salud, dejando a miles de niños con cáncer sin medicamentos; está también la militarización del país, algo que desde el mundo de Morena siempre se criticó. La mala gestión de Pemex, cuyas pérdidas han roto récord va acompañada de un maltrato sistemático a las inversiones internacionales que deberían ayudarnos a levantar la economía del país.

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Se podría hacer un largo recorrido de equivocaciones y mentiras, pero hay un elemento que es particularmente grave: el supuesto de superioridad moral que el gobierno, el presidente y sus seguidores han querido imponer sobre la sociedad.

Desde hace tiempo que se lanzó el discurso de que la oposición o la crítica estaba “moralmente derrotada”. La frase pegó bien con los seguidores del presidente, tanto por su facilismo como por su vaguedad. Cualquiera que critique a este líder puede ser tachado de carente de moral, corrupto o lo que sea, con tal de descalificar su crítica.

Tan grave como eso es que, desde la “superioridad moral”, el presidente y su gente se pueden dar amplios poderes y cometer abusos, pero están protegidos por sus supuestas buenas intenciones. 

Así, si cualquier presidente se declarara “guardián” de las elecciones, sería acusado inmediatamente de querer intervenir el proceso electoral. Esto es ilegal. Pero como es AMLO, y es una persona muy moral, está bien.

Lo mismo con el tema de las propiedades. Ya vimos el caso de Manuel Bartlett y sus dos docenas de casas; también brillaron Irma Eréndira Sandoval y su pareja. Pero no solo ellos: de acuerdo con las 76 declaraciones patrimoniales de 31 altos funcionarios de este gobierno, tienen, proporcionalmente, 10 veces más casas que el mexicano promedio.

También es esa superioridad moral la que les permite atacar o cooptar instituciones, destruyendo el trabajo de años de construcción democrática. Los controles, balances y regulaciones que se construyeron con esfuerzo social y resistencia de gobiernos anteriores, ahora están siendo desmanteladas sin mayor oposición. Pero pueden hacerlo, porque son moralmente superiores.

Pero la moralidad y las buenas intenciones no van a resolver los problemas de México. Ni están bajando los homicidios, ni están mejorando la economía, ni están controlando la pandemia. Lo que sí está logrando es un país de estigmas, insultos y tensión social.

Construir un México más justo ya no será posible para este gobierno. Con la crisis económica y el descontento creciente, en el mejor de los casos nuestro país no será más pobre al final del sexenio. 

Lo que nos dejará es un gran aprendizaje: no hay superioridad moral, y si la hubiera, no sirve para gobernar. Habrá que tenerlo presente la próxima vez que votemos.

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