Armas y masculinidad tóxica, una conjugación letal contra las mujeres

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Las mujeres corren riesgo de ser víctimas de violencia en las calles, en sus escuelas o trabajos, y en sus propios hogares. Este riesgo es aún mayor cuando los hombres poseen armas. Menos armas son menos muertes.

Esta semana, el canto de las mujeres de Chile conmovió al mundo. Su grito por denunciar la violencia machista y la complicidad del Estado se viralizó por su fuerza y creatividad.

Fue en el contexto del Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra la Mujer, una conmemoración que motivó marchas en múltiples países exigiendo que se atiendan las causas de las muchas violencias que enfrentan las mujeres en el mundo.

Armas y mujeres

La situación de América Latina es alarmante en este tema. No solo tenemos la tasa más alta de homicidios dolosos del mundo, sino que la situación de violencia contra las mujeres está alcanzando niveles récord.

En México, de enero a septiembre de 2019, 2 mil 833 mujeres han sido asesinadas, según cifras oficiales.

Entre enero y octubre de 2019 delitos como el feminicidio, violación, trata de personas o violencia familiar aumentaron casi 10% en este país, comparado con el mismo periodo de 2018.

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Aunque nos hemos acostumbrado a escuchar de la brutal violencia del crimen organizado, la gran parte de los homicidios suceden en los hogares, en las calles, en las comunidades. Y un elemento que une a gran parte de estos crímenes es la presencia de un arma.

Con 57 feminicidios por arma de fuego en solo los primeros cuatro meses de 2019, la tendencia no solo no se revierte, sino que incluso pudiera batir el récord de 2018, cuando se registraron 195 feminicidios de este tipo.

Tener un arma de fuego en el hogar aumenta el riesgo de que algún miembro de la familia sea asesinado en un 41%. Para las mujeres este riesgo casi se triplica, subiendo en un 172%, según un informe de la Universidad de California. Cuando es un hogar con violencia doméstica, este riesgo se dispara hasta en 500%, según estudios.

En México hay 16 millones 800 mil armas en manos de civiles. Nuestro país ocupa el séptimo lugar con más armas de fuego en todo el mundo, según un estudio de The Small Arms Survey.

Ese factor se combina de forma letal con otro que nos caracteriza en América Latina: la masculinidad tóxica.

Como hombres, se nos enseña que la fuerza es poder y que la empatía es debilidad. Que la violencia es valor. Todas estas nociones patriarcales, con las que crecimos irremediablemente, combinan bien con la idea de que tener armas nos da estatus en nuestro grupo. Los hombres con armas se sienten poderosos y atractivos.

Las mujeres en contextos de conflictos armados o violencia social son particularmente afectadas, a pesar de que en su mayoría no estén involucradas en la violencia de su entorno.

En situaciones de guerra, son las mujeres las que se quedan atrás, tratando de salvaguardar a sus familias, y quedan expuestas a brutales condiciones de desplazamiento y supervivencia para protegerse a sí mismas y sus familias. En casos de crimen organizado, son convertidas en mercancía por los grupos criminales.

Y todo este esquema se sostiene gracias a la facilidad para obtener armas en el mercado negro. En la Ciudad de México, bastan 5 mil pesos – unos 250 dólares – para comprar un arma ilegal.

En contraparte, en las sociedades que gozan más igualdad de género, tienden a existir menores conflictos sociales. No solo eso, la participación de mujeres en negociaciones en situaciones de guerra o conflicto aumentan en un 35% la posibilidad que la paz sea duradera.

El caso de Irlanda del Norte es emblemático. Después de 30 años de batallas y atentados, y miles de víctimas, las partes lograron un acuerdo. El acuerdo fue impulsado por mujeres y concretado, finalmente, por una delegación con un 50% de mujeres.

Como en todos los periodos de conflicto, fueron las mujeres las que mantuvieron el funcionamiento social, incluyendo la alimentación, la cohesión familiar, la integración comunitaria.

Pero mientras las mujeres son acosadas, violadas y asesinadas, los medios mexicanos y el gobierno se preocupan más por unos cuantos destrozos y monumentos pintarrajeados. Las prioridades siguen sin estar claras.

Prevenir, reducir y eventualmente eliminar la violencia contra las mujeres exige un profundo compromiso del estado y las personas, pero un punto crucial para reducir las muertes es atacar de forma efectiva el problema de las armas.

No hay dato que lo contradiga: menos armas son menos muertes. Si el gobierno quiere reducir los homicidios, y la violencia contra la mujer, lo primero que tiene que hacer es sacar las armas de nuestras calles.

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