¿Todas las personas somos corruptas?

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Los políticos son corruptos. Los cuerpos policiacos están plagados de corrupción. Las empresas están corrompidas… las culpas se reparten, pero no las responsabilidades.

Es difícil conocer a alguien que no haya sido víctima o impulsor de un acto de corrupción en nuestro país. El tema está tan arraigado que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta cuando estamos siendo corruptos o corruptas.

Normalmente, las personas piensan que la corrupción es algo como lo que tiene a Rosario Robles y Emilio Lozoya tras las rejas: miles de millones de pesos de las arcas públicas desviados a los bolsillos de funcionarios anónimos. Y bueno, claro que es eso, corrupción de muy altos vuelos y profundamente dañina. Pero no es la única.

Estacionarse en doble fila, pasarse un alto, meterse en la fila de las tortillas, no pagar el pasaje en el camión o evitar el del metro… todos esos son pequeños actos de corrupción que tenemos perfectamente normalizados y ya no hablemos de las mordidas a policías o funcionarios para evitar multas o agilizar trámites. Todo eso es corrupción.

Dicho esto, sí es vital señalar que esos pequeños actos terminan permeando a casi todas las esferas de la vida pública y que, en donde más impacto tienen es en el dinero que gasta el gobierno.

Cada obra con sobreprecio, cada “moche”, cada centavo perdido que termina en las manos de un jefe de adquisiciones, de un director de administración, de un director o directora general, subsecretario, subsecretaria o cualquier otra persona funcionaria, es un centavo que no llega a la población en forma de servicio.

No es solo un puente menos o una carretera incompleta. Es menor inversión en mejorar procesos para que los trámites sean más sencillos, en camas de hospital, en medicinas; son recursos que no se emplean en mejorar el transporte público o en capacitar policías o contratar fiscales para investigar delitos… en fin. Lo que la corrupción nos quita no es solo dinero, nos quita seguridad para caminar en las calles, transportes públicos eficientes. La corrupción nos quita calidad de vida.

¿Qué hacer? En México se han construido instituciones y creado leyes que, se supone, tienen la misión de proteger a la ciudadanía de actos de corrupción. Así, tenemos fiscalías, secretarías completas (la de la Función Pública), una Auditoría Superior de la Federación y nada parece estar cambiando la realidad.

Tampoco logra funcionar plenamente el Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos, el famoso INAI, que se creó este siglo pero al que no se le dotaron de los dientes necesarios para ejercer de manera efectiva su labor.

Atención, esto no es necesariamente culpa del INAI. Parafraseando a ese clásico del cantinfleo, Hugo López-Gatell, el INAI sirve para lo que sirve y no sirve para lo que no sirve. Y es importante detenernos en este punto. ¿Para qué sirve el INAI?

Muchas personas (algunas que hasta gobiernan) creen que esta institución es la encargada de hacerle preguntas al gobierno sobre cosas incómodas solo por molestar. Otros creen que por culpa del INAI el gobierno no contesta las preguntas de la ciudadanía.

La realidad es que el INAI se encarga de presionar a las diferentes instituciones para que le contesten a las personas las solicitudes de información que les hacen directamente.

Si alguien quiere saber cuánto se gasta en, digamos, cubrebocas en una clínica del IMSS, debe preguntarle directamente a esa clínica del IMSS. Si esta clínica se niega a contestar o contesta cosas como que no tiene la información, el INAI es un organismo tan complejo que trataremos de explicar sus funciones a lo largo de la semana.

¿Ha sido útil el INAI o el sistema de transparencia del Estado mexicano? Sí y no. Gracias a la transparencia hemos podido conocer casos de vergonzosa corrupción en nuestro país, como la famosa “Estafa Maestra”. ¿Pasó algo? Pues salvo que con eso mantienen en la cárcel a Rosario Robles, no ha pasado gran cosa. No ha habido más culpables ni tampoco reparación del daño. Hasta donde sabemos, tampoco ha dejado de funcionar el esquema con el que se hizo esa estafa. Porque esa no es la función del INAI, como decíamos. Es de la Fiscalía General de la República y de la Secretaría de la Función Pública.

Entonces, ¿no tenemos escapatoria de la corrupción? Pues sí, pero no puede depender de la clase política porque si a alguien no le conviene acabar con ese flagelo es justamente a la clase política. En realidad, ha llegado el momento de la ciudadanía porque es obligación de cada una de las personas que vivimos en este país cambiar nuestra visión y forma de relacionarnos no solo con la autoridad, sino con nuestra comunidad.

Es por eso que analizaremos a profundidad los alcances y las graves consecuencias de la corrupción para nuestro país. También buscaremos entender cómo funcionan países con índices más bajos de este problema y cuáles fueron los pasos que tomaron para mejorar en este sentido.

Ha llegado el momento de quitarle el monopolio del cambio a quienes no quieren cambiar.

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