Efectos negativos de la narcocultura

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Desde hace más de medio siglo, muchas de las historias más terroríficas de la realidad mexicana están ligadas al tráfico de drogas y a quienes han hecho de ese negocio una forma de vida. Inevitablemente, la cultura popular -de una u otra manera- ha reflejado esa forma de vida.

Pero una cosa es que músicos o productores hagan apología del narco y la violencia, y otra muy distinta que lo hagan las autoridades.

Por eso cayó como bomba el anuncio del presidente municipal de Badiraguato, en Sinaloa, en el sentido de que construirían un museo del narcotraficante para atraer turistas. Ese municipio es la cuna de algunos de los narcotraficantes más famosos y temidos de México, pero también del actual gobernador de ese estado, Rubén Rocha Moya.

Las críticas le llovieron al presidente municipal, incluidas las del propio gobernador de Sinaloa.

Pero el anuncio del funcionario hay que entenderlo también en su contexto. Sinaloa ha sido un estado clave para el tráfico de drogas desde casi el inicio del siglo XX. Y ha sido sede de algunos de los cárteles más poderosos que han existido en el país.

La cultura del narco en ese estado es distinta a la del resto de México. Su arraigo es tan fuerte, que la capilla al “santo” de los narcotraficantes, Jesús Malverde, está en contraesquina del palacio de gobierno de Sinaloa. 

Lo que es un hecho es que esa cultura ligada a las y los narcotraficantes ha evolucionado e impactado de manera distinta a lo largo de la historia.

Hoy, gracias a personajes lamentables como el productor Epigmenio Ibarra, se ha normalizado ver series de televisión y telenovelas en las que el o la protagonista son narcotraficantes que burlan a la justicia, a sus enemigos y aprovechan la profunda corrupción de México y Estados Unidos para vivir rodeados de lujos y extravagancias.

Hay que decir que ese tipo de apología al narcotráfico no inició con Epigmenio Ibarra y sus series. 

De hecho, antes que existiera la televisión, en México ya eran populares los narcocorridos, canciones cuyo objetivo en realidad era dar a conocer información relevante en una época sin televisión, acceso limitado a la radio y mucho menos internet o redes sociales. 

El primer narcocorrido del que se tiene registro se llama El Pablote, se grabó en 1931 y daba cuenta de la muerte en un burdel del primer gran narcotraficante mexicano: Pablo González, conocido también como El Rey de la Morfina, quien junto con su esposa, Ignacia Jasso La Nacha, controlaba el tráfico de drogas en Chihuahua, Sonora y Sinaloa a finales de los años 20 del siglo pasado. 

¿Cómo pasamos de El Pablote a series de televisión y telenovelas como La Reina del Sur y El Señor de los Cielos?

Es claro que con el desarrollo de la tecnología ha evolucionado también la manera en la que se cuentan las historias. Pero si en sus orígenes los narcocorridos buscaban informar a la población, las narcoseries parecieran perseguir fines completamente distintos.

Ibarra dirá que sus producciones reflejan la podrida realidad de nuestro sistema político, pero el impacto en la vida cotidiana de las personas que nada tienen ha sido completamente distinto. 

Lo que una persona joven con poca educación y limitados recursos económicos ve en las apologías que hacen Epigmenio y tantos otros productores es que el camino del tráfico de drogas es el camino del éxito financiero con poco esfuerzo. Y son bombardeados con esa falsa ilusión en una realidad en la que los narcotraficantes dominan y son reyes en muchas zonas del país.

Zonas en donde la vida o la muerte de muchas y muchos depende del jefe de plaza. Y en donde el reclutamiento forzado o no de jovencitos y jovencitas es cosa de todos los días.

¿Las narcoseries y los narcocorridos deberían de ser censurados? En Cuestione creemos que la libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de la democracia. Pero no solo eso: en Colombia, por ejemplo, las canciones dedicadas a narcotraficantes no se pueden programar en los medios de comunicación y eso no parece haber detenido mucho el tráfico de cocaína colombiana al resto del mundo.

Lo que sí es necesario es revisar, analizar y entender el efecto que este tipo de productos mediáticos tiene en las sociedades y tratar de equilibrar esos contenidos con información precisa que muestre el terrible daño que la cultura narca le hace al tejido social.

Porque no habrá beca del Bienestar que impida a un niño ser halcón del jefe de la plaza y porque debemos evitar seguir produciendo presidentes municipales tan primitivos como el de Badiraguato.

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