Encuestocracia

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Recientemente en nuestro país tuvimos dos intentos de elecciones primarias en los que las encuestas fueron la principal herramienta para definir las candidaturas: en el frente opositor y en Morena, el partido del oficialismo y sus aliados.

Ambos procesos resultaron accidentados y los procedimientos fueron cuestionados internamente, ya sea por la poca claridad en la que se desarrollaron, por el hermetismo, por la metodología o por toda una serie de irregularidades como las que denunció en su momento el ex canciller Marcelo Ebrard.

En el lado del Frente Amplio por México, las encuestas fueron el argumento para presionar la declinación de Beatriz Paredes, una de las dos contendientes por la candidatura de la coalición entre el PRI, PAN y PRD.

Unos días antes de la declinación de Paredes, el dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno, comenzó a declarar sobre la conveniencia para el Frente de que la apuesta de su propio partido abandonara su intención de conseguir la candidatura, pues iba abajo en las encuestas

En teoría, el Frente levantaría encuestas telefónicas y cara a cara en 300 distritos electorales del país, además de una gran consulta ciudadana. Eso serviría para definir la candidatura, pero ya no ocurrió. Abandonada por la dirigencia de su partido y presionada por los resultados de una encuesta publicada por el Frente Amplio por México, Beatriz Paredes desistió de sus aspiraciones y dejó el camino libre para Xóchitl Gálvez.

Al final, la gran encuesta ciudadana ni siquiera se llevó a cabo, pero fueron los sondeos y las dirigencias del PAN y PRI los que decidieron la candidatura del Frente.

El caso de Morena es más complicado. En sus estatutos ese partido considera a las encuestas como un ejercicio demoscópico todopoderoso. El mismo presidente Andrés Manuel López Obrador puso a las encuestas por encima de otros procesos de selección. Cada vez que fue cuestionado o confrontado, AMLO apostó por las encuestas, a pesar de propuestas como elecciones internas o elecciones abiertas a la ciudadanía.

No es la primera vez que ese partido recurre a este ejercicio, de hecho privilegia las encuestas como su método de selección. En las pasadas elecciones de 2017 un ejercicio similar, aunque en esa ocasión a cargo de Yeidckol Polevnsky, quien encabezaba el partido, le arrebató la candidatura al gobierno de la Ciudad de México a Ricardo Monreal frente a Claudia Sheinbaum.

En aquella ocasión Monreal demostró con encuestas espejo -ejercicios que utilizan los mismos métodos y muestras iguales al sondeo original- realizadas por la UNAM que las tendencias lo favorecían por encima de la ex delegada en Tlalpan. Polevnsky nunca dio a conocer la metodología de la encuesta que proclamó como vencedora a Sheinbaum. La decisión de Morena no cambió, a pesar de las acusaciones de opacidad, hermetismo y desaseo en el proceso. 

Ahora el ex canciller Marcelo Ebrard está frente a un escenario similar. Ebrard denunció irregularidades en la encuesta de Morena y en el largo proceso de giras y “precampaña”,  por lo que exigió reponer el proceso. Sin embargo, el presidente del Consejo Nacional de ese partido, Alfonso Durazo, aseguró que el ejercicio demoscópico es confiable. Incluso el dirigente de ese partido, Mario Delgado, afirmó el 5 de septiembre pasado que las encuestas de Morena fueron las más vigiladas en la historia reciente del país.

Pero las encuestas han demostrado que no son un método del todo infalible ni del todo objetivo. Basta recordar el fiasco de las encuestas realizadas por Milenio en las elecciones de 2012 y que propiciaron una disculpa pública del titular del principal noticiario de esa televisora, Ciro Gómez Leyva, y más recientemente los resultados inflados en los sondeos que daban una ventaja de dos dígitos a Delfina Gómez en las pasadas elecciones por el gobierno del Estado de México. La ventaja de Gómez no fue tan amplia como “predecían” los sondeos.

La realidad es que este tipo de ejercicios, si bien son una “fotografía del momento” cuando sus muestras son amplias y sus metodologías correctas, todavía están muy lejos de ser infalibles y pueden inducir resultados que beneficien a quien paga por ellas o llevarse a cabo con métodos tramposos que pueden llevar a errores -deliberados o no- con consecuencias electorales.

En su libro “¿Qué es la democracia?” el filósofo italiano Giovanni Sartori advierte sobre las limitaciones y riesgos de un gobierno demoscópico y de las encuestas, que preguntan sobre casi cualquier cosa a cualquiera, sin importar si se tiene o no el conocimiento sobre el asunto del cual se opina. 

No podemos dejar decisiones tan importantes como la elección de un gobierno o una candidatura a las encuestas, pues lejos de generar certeza se han convertido en instrumentos para generar tendencias de opinión y no para fotografiar el momento, como dicen sus más firmes defensores, porque los sondeos jamás podrán estar por encima de elecciones amplias, transparentes y confiables. 

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