La mayoría hemos sido víctimas en algún momento de la corrupción

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Todos conocemos algún caso

Presidentes van y vienen. Promesas que se renuevan cada tres o seis años: cambios, cambios y más cambios. Hasta transformaciones. Pero hay algo que se mantiene año tras año, sexenio tras sexenio: la corrupción.

Todas y todos conocemos algún caso. La mayoría hemos sido víctimas en algún momento. Está tan arraigada la corrupción en México que es probable que muchas personas cometan actos que podrían ser calificados como corruptos sin siquiera saberlo, sin reconocerlo. 

La corrupción es un mal generalizado. Pero hay de males a males. 

Diferentes organismos como el Consejo Coordinador Empresarial, la Coparmex, el FMI o el Banco Mundial, han calculado que la corrupción le cuesta al país entre 0.4% y hasta el 4% del Producto Interno Bruto. Una encuesta del INEGI reveló que a pesar de que estamos en el sexenio que prometió acabar con la corrupción, ésta ha aumentado.

Ese es el más visible, pero no necesariamente más costoso acto que ocurre en México.

Desde hace siglos que en México conocemos de corruptelas de gobernantes. Aunque claro que hay casos emblemáticos de corrupción o asociación delictuosa desde el poder: 

No son pocos los estudios que señalan al sexenio de Miguel Alemán, en la década del 50 del siglo pasado, como aquel en que se institucionalizó la corrupción en nuestro país.

Aunque casi nada supera la legendaria corrupción del sexenio de José López Portillo y de su jefe de la policía capitalina,  

Casi nada, porque tuvieron que llegar los sexenios de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto para palidecer a Durazo y a su jefe.

Los “moches” para construir obras se generalizaron: 10, 20 y hasta 30% de comisión para el funcionario a cambio de construir la obra. Que se refleja en un 10, 20 y 30% de incremento en los presupuestos.

Lo mismo para las cabañas de Los Pinos en épocas de Fox o cómo olvidar el 192% extra que costó la famosa Estela de Luz de Calderón o los 27 mil millones de pesos más del tren México-Toluca, en la era de Peña Nieto. 

Los sobrecostos son abrumadores. Y gracias a ellos, este país produce, cada seis años, una cepa nueva de funcionarios millonarios sin que haya consecuencias.

¿Qué pasaría si usted va al súper y cuando regresa le dice a su familia que en vez de los 2 mil pesos que tenía programados, se terminó gastando 6 mil pesos? Estaríamos en problemas, ¿verdad?

Pues eso pasa en nuestro país todos los días, en muchos rincones, no importa de qué partido sea el presidente municipal, alcalde, gobernador o presidente.

Por ejemplo, el panista Felipe Calderón construyó, decíamos, la Estela de Luz. Inicialmente iba a costar 393 millones de pesos. Terminó saliendo en 1,147 millones de pesos. Y se entregó 14 meses después de lo programado.

¿El Paso Exprés de la carretera México-Cuernavaca en el sexenio de Enrique Peña Nieto? Iba a costar 1,050 millones de pesos. Terminó costando 2,200 millones y… quedó mal hecho.

El tren México-Toluca que ya lleva un sobrecosto de 27 mil millones de pesos y un atraso de dos años.

¿Y qué decir de la Línea 12 del metro que se construyó en el sexenio de Marcelo Ebrard? De 17,500 millones de pesos que costaría, terminaron gastando 26,000 millones de pesos.

El nuevo gobierno no se salva: la refinería de Dos Bocas ya va costando 13.5% más de lo programado por la relación del peso con el dólar. Ya veremos cuánto termina costando al final.

Pero, ¿por qué en la iniciativa privada no pasa eso? Los cambios en el presupuesto pueden ocurrir, pero si un director de una empresa le informa a los dueños que gastó el doble de lo presupuestado en un proyecto, seguramente sería despedido. 

Esto de los sobrecostos solo ocurre en el gobierno. Y nunca hay consecuencias. 

Lo mismo si son panistas, priistas, perredistas o morenistas.

Todos parecen cortados con la misma tijera.

Basta recordar que la semana pasada, el partido del presidente, Morena, inició una investigación en contra de la expresidenta interina, Yeidckol Polevnsky, porque gastó casi 400 millones de pesos en obras de remodelación que nunca se hicieron.

Yeidckol lo niega. Como lo han negado tantos y tantas.

Lo que indigna no son las megaobras sino el uso indiscriminado del dinero para justificar gastos que pueden costar hasta 192% más de lo que programaron, mientras se le recorta un dineral a programas que servirían para reparar los derechos de las víctimas, garantizar los de las mujeres, proteger y conservar bosques y selvas o apoyar a la ciencia. 

Porque el boquete por donde se pierde nuestro dinero está justo en los sobrecostos de las megaobras de cada sexenio.

Y las de este gobierno pintan para ser faraónicas. ¿La corrupción también será faraónica?

Cuando llegó al poder, el presidente aseguró que no iría tras peces gordos para legitimarse. Eso dijo. Sin embargo, aseguró que las investigaciones que estuvieran en curso no se detendrían. Hasta el momento, solo han procesado a Rosario Robles por la llamada “Estafa Maestra”, lo que parece más venganza que justicia.

En Cuestione estamos convencidos de que es desde el Estado… desde el gobierno en todos sus niveles, de donde debe venir el combate a la corrupción. No con penas más severas para quienes sean “cachados” o acusados, sino con un sistema de justicia eficiente y fuerte, sueldos dignos para funcionarios públicos (empezando por las y los policías) y una política de austeridad, sí, pero con estrategia, no con ocurrencias.


Por eso, esta semana revisaremos qué es la corrupción, dónde inicia, dónde termina y quiénes son las y los responsables. La tarea, como siempre, es de todas las personas. Pero la obligación es de quienes tienen el poder, sin importar el partido. Llegó el momento de exigir que, esta vez, la promesa se cumpla.


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