La trampa de nuestra obsesión

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Como cada cuatro años, la selección mexicana de fútbol ilusionó a los fanáticos de este deporte. Otra vez, millones de personas soñamos con que el equipo pasaría al ya casi mítico quinto partido. En lugar de eso, no calificó a los octavos de final, algo que no había pasado desde 1978.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre cada ciclo mundialista, el fracaso del equipo tricolor tuvo una respuesta más crítica de periodistas, aficionados e incluso del gobierno federal: en medios de comunicación y en redes sociales se identificó a los dirigentes de la Federación Mexicana de Fútbol como los responsables de la decepción.

Pero sería un error culpar solo a los dirigentes de lo que sucede con este deporte, también hay que voltear a ver a los jugadores, a las ligas, a las instalaciones deportivas y a todo el ecosistema del fútbol mexicano. 

Tras varias décadas de trabajar en la construcción de una infraestructura deportiva que parecía haber modificado la mentalidad, la técnica, la táctica y la preparación física de jugadores y equipos, lo que vimos en el mundial de Catar 2022 mostró un retroceso que va más allá de los resultados. 

Y es que parece increíble que en un país de más de 120 millones de personas no pueda haber 11 jugadores que representen dignamente a quienes juegan, gozan y apoyan el fútbol. Es triste presenciar a un equipo que regresó tan derrotado del mundial que nos hizo recordar a los ratones verdes, aquel apodo con el que se menospreciaba a la selección de los años setenta que ni siquiera pudo clasificar al mundial de 1974.

Sin embargo, de lo que poco o nada se ha hablado en las conferencias matutinas del Presidente es de la corrupción que hay en otras instituciones deportivas

Una de ellas es la Comisión Nacional del Deporte. Ana Gabriela Guevara, su directora, no fue sancionada por los más de 85 millones de pesos que, según la Secretaría de la Función Pública, se robaron funcionarios bajo su mando. En Palacio Nacional, increíblemente, negaron esta investigación.

Lo grave es que aunque no se trata de un problema nuevo, -hay casos de sexenios anteriores como el del exdirector de la Conade en la gestión de Peña Nieto, Alfredo Castillo, quien fue inhabilitado por diez años, también por la Función Pública, por irregularidades en sus declaraciones patrimoniales, entre muchos otros- la corrupción en el deporte tampoco se ha resuelto en este sexenio.

Y es grave porque el deporte es una de las actividades más importantes para que las personas tengamos una vida sana y plena. La falta de un sistema público que organice y fomente esta práctica desde la niñez se nota después en los problemas de salud de las y los mexicanos, y también en los resultados de los deportistas profesionales. 

No se trata solo de un problema de corrupción, sino también de falta de planeación e implementación de políticas públicas que faciliten la organización de ligas y torneos infantiles y amateurs que vayan generando una cultura del deporte. 

Necesitamos que haya canchas y lugares para que los niños y niñas jueguen en cada colonia, pero además nos urge voltear a ver lo que pasa con otros deportes

Y es que no todo está perdido: a pesar de este triste panorama del fútbol y de la mayoría de las políticas deportivas, hay destacados y destacadas deportistas que han ganado campeonatos mundiales y compiten al más alto nivel en sus disciplinas mientras estábamos distraídos con el fútbol. 

Tal es el caso de Paola Longoria, quien ha sido llamada la mejor raquetbolista de todos los tiempos y que ha sido campeona mundial de raquetbol en cinco ocasiones.

O el del equipo nacional de Taekwondo. México acaba de hacer historia al ser el primer país en ganarle a Corea del Sur la posición de honor del medallero en el Mundial de Taekwondo que tuvo lugar en Guadalajara en noviembre de este año. Las y los taekwandoines mexicanos ganaron tres medallas de oro, una de plata y dos bronces.

Y también hubo triunfos recientes en el mundial de triatlón realizado en Abu Dhabi, donde se ganaron cuatro medallas de plata y dos de bronce.

Sin embargo, en lugar de aprender de las cosas que se hacen bien en esos deportes, seguimos obsesionados con el fútbol, soñando con que ganaremos un mundial haciendo las cosas como siempre y cayendo en los mismos errores.

Seguimos hipnotizados con una práctica que tiene más de espectáculo que de deporte y que como espectáculo deja mucho que desear.
Pensemos mejor en cómo salir de la ecuación: “corrupción más malos manejos igual a fracasos en el deporte profesional” para que las nuevas generaciones puedan encontrar en el deporte un espacio de desarrollo personal y, por qué no, un motivo de orgullo nacional.

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