Los políticos nos robaron la política a la ciudadanía

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No es una novedad decir que existe una crisis de representación partidista en México. Desde hace tiempo esto es una realidad innegable en el país.

Los partidos políticos atraviesan una de sus peores épocas…  lo que ya es mucho decir. Ninguno puede presumir de tener una estructura sólida y funcional; al contrario, todos están viviendo serios conflictos internos, carecen de una ideología clara y tienen prácticas poco democráticas, tanto al interior como al exterior.

Todos los partidos persiguen únicamente intereses partidistas, de grupo o individuales, en lugar de preocuparse por la ciudadanía. Son, además, terriblemente oportunistas. Para muestra: la conformación de alianzas o coaliciones electorales entre partidos ideológicamente opuestos, como la actual entre el PRI, PAN y PRD, o la de Morena y el Partido Verde. Las ideas ya no cuentan, solo los cargos.

Y esto impacta, finalmente, en su credibilidad. Un estudio de Latinobarómetro 2018 indica que solo el 11% de las personas confían en los partidos políticos mexicanos.  

Una consecuencia particularmente grave de esta profunda decepción es el bajo nivel de participación electoral, elección tras elección. La ciudadanía llega a las urnas cada tres o seis años sin saber qué elegir porque los partidos no tienen nada que ofrecer. Así es como los políticos nos han robado la política.

El debate por la reforma eléctrica, de la que hablaremos a profundidad en la próxima entrega editorial, nos recuerda que a los partidos les acomoda bien el papel de “bisagras” en las negociaciones políticas, incluso, les gusta el juego de venderse al mejor postor.

Se han convertido en franquicias que pagamos todos y trabajan para unos pocos.

¿Un ejemplo? Qué tal Jorge Emilio González, el mal llamado “Niño Verde”, a quien le hacemos un favor por llamarlo así. Primero, hay que señalar que nada tiene de niño después de haber construido todo un imperio como dirigente del Partido Verde, y segundo, se le pinta como un político inocente cuando es el ejemplo mejor acabado de todo lo que está podrido en la política mexicana. 

Además de verse involucrado en distintas ocasiones en casos de corrupción y tráfico de influencias, este personaje ha ganado muchos beneficios a lo largo de los años a costa de “hacer política”.

Y qué decir de un PRD, presuntamente de izquierda, que de milagro sobrevive gracias a las alianzas con el PAN, el partido de la derecha. O el PRI, que de ser el único partido el siglo pasado, y de haber ganado la presidencia apenas hace nueve años, ahora se ubica como una muy débil tercera fuerza política, negociando su supervivencia. 

Ahí están el PT, que le debe su existencia al régimen de Enrique Peña Nieto luego de que le salvaron el registro; Movimiento Ciudadano, la franquicia de Dante Delgado, ex priista que lo mismo arropa a Samuel García que a Patricia Mercado y, finalmente, a ese movimiento que depende en absoluto de la figura de su fundador: Morena, el partido que ha ganado casi todo desde 2018 pero que parece destinado a desaparecer una vez que AMLO deje la presidencia.

Los partidos políticos atraviesan una profunda crisis de la que la ciudadanía no puede ni debe ser ajena. Al final, es responsabilidad de nosotras, de nosotros, que estos personajes dejen de exprimir el presupuesto y tomar las decisiones que nos afectan no solo ahora, sino en el futuro. 

¿Tenemos los partidos que nos merecemos? Sí. Es hora de aceptarlo porque de otra manera no podremos cambiarlo. Es urgente que recuperemos la política. Debemos arrebatársela a los Alitos, Marios Delgados, Markos Cortés, Emilios González y Dantes Delgados que la han degradado y convertido en un club privado para repartirse poder y dinero.

Por eso, esta semana analizaremos la historia y el papel que han jugado los partidos políticos en México, pero también la actuación de sus dirigencias, las decisiones polémicas que han tomado solos o en grupo y la posición que tienen ante temas controvertidos pero relevantes para la Nación. 

Es hora de llamarlos a rendir cuentas. Nos lo debemos. Se lo debemos a nuestras hijas e hijos. 

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