El ocaso del PRI

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Esta es una historia de muerte lenta. Durante décadas, el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, ese heredero de la Revolución Mexicana, controló toda la política de nuestro país.

Los presidentes eran todopoderosos, el Congreso estaba bajo su control. Su voz era ley, y la corrupción se volvió rampante gracias a esa falta de contrapesos.

Pero desde 1997, cuando perdieron la Ciudad de México y el control del legislativo, las cosas empezaron a cambiar. Unos años después perderían el gobierno federal ante Vicente Fox, pero aún así su control en los estados se mantuvo firme. Los gobernadores se volvieron pequeños emperadores en sus respectivos estados.

Pero poco a poco, sus espacios se han ido disminuyendo. En gran medida se debe a la falta de resultados en sus gobiernos, pero también a la sistemática migración de cuadros a otros partidos, en particular a Morena.

Hoy, a unos días de las elecciones del 5 de junio, el peor momento del PRI parece aproximarse. Y ha sido en gran parte por el débil liderazgo de Alejandro Moreno, el presidente del partido que alguna vez fue el gran controlador de lo que pasaba en México. 

“Alito”, como le llaman, ha estado en el centro del debate en los últimos días debido a una serie de audios que la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, ha dado a conocer. 

Es bastante cuestionable que una gobernante esté difundiendo ese tipo de información, que no ha sido corroborada ni tiene fuente confiable

De ser ciertas, las grabaciones nos hablan de un líder priista que recibió dinero ilegal para hacer campaña y detesta a la prensa.

Todo eso está en duda, ya que él mismo ha negado la veracidad de los audios, pero lo que es verdad es que bajo su presidencia lo que alguna vez fue “el partidazo” que dominaba a México está en problemas.

Según las encuestas, de los seis estados que se disputan, al menos cuatro quedarán bajo el control de Morena. Solo uno será para el PRI. Eso sumado a los ocho que perdió el año pasado. Imposible saber hoy lo que pasará en los próximos años, pero lo que está claro es que Morena ha logrado cooptar a gran parte de los líderes y bases de ese partido, dejándolo sin el poder de movilización que alguna vez tuvo.

Quizá lo más grave es que es un partido que se ha quedado sin mística. No tiene propuesta, no tiene proyecto de nación. Es un partido sin rumbo.

Que el PRI se vaya desvaneciendo, como ya le está sucediendo al PRD, no es en sí un problema. El problema es que nos volvemos un país con cada vez menos contrapesos opositores. 

En toda democracia robusta, es indispensable que haya una fuerza opositora sólida, con visión propia y con la capacidad de representar a quienes están fuera del oficialismo. Sin embargo, en lugar de eso tenemos una oposición sin liderazgos convincentes y sin propuestas claras, más allá de estar en contra de lo que proponga el gobierno.

Faltan dos años para las elecciones presidenciales de 2024. Los aspirantes de Morena están activos, movidos y presentes. Los de la oposición apenas y asoman cabeza, y las opciones del priismo son particularmente débiles. 

De cara a las elecciones del 5 de junio, es un buen momento para analizar la historia del priismo y la forma en que ha moldeado toda la cultura política de nuestro país. 

Es imposible entender a México sin conocer cómo el clientelismo electoral, el manejo de recursos públicos y la corrupción se instaló en toda nuestra estructura política durante el largo periodo de dominación del PRI. 

También nos permitirá entender cómo esa misma cultura se ha instalado en Morena y quienes hoy nos gobiernan. Porque el Partido Revolucionario Institucional podrá morir, pero la forma de hacer política que creó sigue viva, vigente y fuerte. 

Quizá lo que necesita México no es cambiar de partido, sino cambiar la forma en que hacemos y entendemos la política. Esa es la transformación que aún no llega.

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