La realidad de vivir en una dictadura

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Alicia Zúñiga tenía apenas 17 años de edad y ya era presa política. Una madrugada el ejército del dictador Augusto Pinochet fue por ella a su casa, irrumpió violentamente, la detuvo, le vendó los ojos y la trasladó a un centro de tortura en Valparaíso, en Chile. Su delito era militar en las juventudes comunistas.

“En 1973 yo tenía 17 años, estaba empezando a estudiar Derecho cuando viene el golpe de Estado. Era militante de las juventudes comunistas y fui testigo de la Unidad Popular (el proyecto de Salvador Allende para instaurar el socialismo a través de las urnas)”.

“Me llevaron vendada. Primero, no supe a dónde. Después supe que estuve en el cuartel de Silva Palma, que ya había sido usado mucho tiempo como centro disciplinario de la Armada: había calabozos para los marinos que habían cometido alguna falta. Lo usaron con los constituyentes que alertaron el riesgo del golpe de Estado y después del 11 de septiembre lo usaron como centro de detención y tortura. Un recinto pequeño con un calabozo con un hoyo a lado; no era un baño, había nada, un hoyo no más”, nos comparte la mujer que justo este año fue electa como concejal en Valparaíso.

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En aquél tiempo, Alicia era universitaria. Y desde las aulas, elaborando volantes, hacía activismo en contra de la dictadura.

Ella recuerda que junto con sus compañeros y compañeras fue de las últimas en caer en manos de las fuerzas de Pinochet, quien se hizo del poder en Chile mediante un golpe de Estado en 1973 que llevó a la muerte de Salvador Allende e impuso una dictadura militar que duró 17 años. 

“Hacíamos volantes pero no los podíamos repartir, así que los dejábamos en un rinconcito de la ciudad para que con el viento se volaran. Y empezaron a buscarnos, fuimos de los últimos en caer, nos detuvieron en febrero de 1974. Dieron con la imprenta, nos tomaron presos y nos torturaron”, nos dijo.

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Sin embargo, el germen del autoritarismo y la dictadura se gestaba desde antes y ella lo experimentó de cerca, cuando realizaba trabajo voluntario. 

“Fue muy intenso vivir la violencia en esa época porque la ultraderecha comenzaba a hacer lo suyo: cuando hacíamos trabajo voluntario nos tiraban piedras, íbamos al campo a buscar alimentos -porque los tenían ocultos- y nos tiraban neumáticos incendiados”, nos relató la también activista en derechos humanos.

“Cuando comenzó el golpe de Estado en Chile, ya habían detenido gente en Valparaíso, a la gente que estaba en los comercios los llevan a los colegios porque los usaron como centros de detención. Esto pasó una noche antes del 11 de septiembre, todos saben la historia de lo que pasó el 11, los bombardeos en Santiago, lo que pasó en La Moneda con Salvador Allende pero en el resto de Chile no fue distinto, en los pueblos más alejados, más pequeños la crudeza fue mayor”.

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Sobre su encierro, Alicia nos platica su experiencia. Recuerda que le daban algo que ni siquiera podría ser considerado alimento. Era “muy desagradable de comer”, por lo que, muchas veces no comía. Durante su cautiverio bajó de peso. Además, fue testigo de simulacros de ejecución y vejaciones. 

“Para mí fue desde el comienzo muy traumante, yo estaba con el periodo y me llevaron sin muda de ropa ni nada. Ahí la rutina era: te sacaban a interrogatorio, te desnudaban, te ponían cosas en el cuerpo, te gritaban con insultos muy soeces, había simulacros de ejecución. Cuesta mucho decirlo porque una queda destruida después del interrogatorio”.

Pero esa no fue la única vez que Alicia estuvo detenida. La segunda ocasión ocurrió una semana después de que fue liberada, luego que volvió a su casa, temerosa, escondiéndose entre los cerros.

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Esa segunda vez se la llevaron a la Policía de Investigaciones, una fuerza civil “pero en esa época estaban todos conectados a la inteligencia. Nuevamente fui sometida a interrogatorios y me enviaron a la cárcel de mujeres; estuve ahí cinco meses”.

Le preguntamos qué le diría a los jóvenes desde esa experiencia: “Uno cree como joven que esto no existe, pero esto sí existe, me tocó verlo (de nuevo) como observadora de derechos humanos en las revueltas de 2019, me tocó ver la crudeza de la represión”.

“Ahora yo soy abuela y para uno es un temor que le pase algo a un chico joven solo porque tú piensas distinto y para ellos no es aceptable, no es lo correcto, pero lo correcto es apostar por la vida, por el respeto, por la no discriminación. Y eso exige hacerle frente a las personas que quieren seguir usufructuando con la vida”.

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Los jóvenes ahora apoyan gobiernos de mano dura

América Latina (AL) está coqueteando con el autoritarismo. Así lo revela el último estudio de Latinobarómetro sobre el estado de la democracia en la región.

Menos de la mitad de la población en AL apoya la democracia: 49%, un punto más que en la medición anterior (punto más bajo en 25 años), pero 51% apoyaría un “gobierno no democrático si resuelve los problemas”.

El estudio revela que se rechazan los extremos: 62% dice que en ninguna circunstancia apoyaría un gobierno militar y sólo 13% apoyaría un gobierno abiertamente autoritario.

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Estos datos fueron informados como un avance del autoritarismo en la región. Visto con lupa, parece una exageración, pues se rechazan los extremos, pero Latinobarómetro advierte que ese 51% de apoyo a un “gobierno no democrático si resuelve los problemas” es la puerta al autoritarismo velado.

El apoyo a la democracia aumenta entre mayores de 41 años (58%) y alcanza un máximo entre los mayores de 61 años (65%).

Resalta que si bien la mitad de las personas de 16 a 40 años apoya la democracia, en esos sectores es dónde hay más población a la que la que un régimen democrático le es indiferente (31% contra 23% entre los mayores de 61) y es entre los más jóvenes donde apoyan más un gobierno autoritario (18% contra 12% de mayores de 61). 

¿Estamos en riesgo de un retorno de las dictaduras?

Para el periodista argentino, Diego Fonseca, autor de varios libros sobre los regímenes en América Latina, la cosa es tajante: “no hay riesgo de retorno, está sucediendo, progresivamente. El chavismo en Venezuela, Uribe en Colombia, Fujimori en Perú en los 90 y Keiko, su hija, como heredera y el movimiento que rodea a Castillo; mira a Bukele en El Salvador, Bolsonaro en Brasil. La vocación por crear división en AMLO o Cristina Fernández. Daniel Ortega acaba de ganar una elección de ficción que sólo fue la legitimación de su gobierno por sus propios votantes. Cuba lleva 60 años bajo un régimen dictatorial”.

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“Yo no veo retorno, veo una presencia activa y peligrosa, sobre todo porque está alimentada por la política de la fe, movimientos cuasirreligiosos donde el líder es a la vez profeta, sumo sacerdote, mesías y dios”. 

El especialista ve “una riesgosa consolidación del discurso único y de la fractura de los diálogos políticos. El populismo se alimenta de las tendencias autoritarias, que son omnipresentes y, por supuesto, históricamente más antigua y tentadora que la gestión de la representatividad, que es siempre gris”.

Fonseca no ve términos medios en los resultados de Latinobarómetro. Le pregunto si el 51% de apoyo a un “gobierno no democrático si resuelve los problemas” es necesariamente un retroceso democrático, si no empata eso con el hecho de que emerjan otras opciones, como los independientes que borraron partidos en Perú, como la diversidad en la asamblea constituyente chilena.

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“Apoyar gobiernos no-democráticos es, en efecto, un retroceso democrático. La elección de líderes populistas crea una ficción de mayor democratización, que se prueba irreal. En “Amado Líder” sostengo que el líder define el campo de lo bueno-malo, y se es pueblo y, por ende, se es representado, en tanto yo acepte las ideas del jefe supremo, su agenda y sus modos”, nos dijo. 

Finalmente, le preguntamos a qué atribuye el apoyo a gobiernos autoritarios entre los más jóvenes. Tras la respuesta que todos intuimos, que los más jóvenes no han atravesado las crisis autoritarias o antidemocráticas de quienes tienen más de 40, 50 o 60 años, explica que “esa historia (la de las dictaduras) está ausente porque puede haber problemas de educación democrática, esto es, no han sido sensibilizados en los relatos del pasado, como por su propia experiencia vital, pues lo que no se vive en carne propia es más difícil de asumir. Mira, nada más, a los jóvenes y la Revolución Cubana”. 

Nos explica que también hay otros factores. “Por ejemplo, el recorte revisionista o la idealización de ciertos fenómenos. En Argentina, eso sucede con el peronismo, que ha recuperado una vibración con las nuevas generaciones acercadas a la política por el kirchnerismo, pero ese mismo kirchnerismo tiene una lectura sesgada del proceso histórico, como casi todo movimiento político”.

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Concluye que “los jóvenes crecen en un mundo de mayor saturación informativa y estimulación que mi generación o la que me sigue. Todos, más o menos, reclamamos eficiencia. Nuestros hijos han visto que esa eficiencia es posible en el sector privado, donde el individuo cuenta y toma decisiones no-democráticas sino verticalistas y orientadas a la satisfacción —el CEO decide y sólo tiene como contrabalance su directorio y, como votante final, consumidores y accionistas—, y entienden que eso podría ser factible en el mercado político. El fenómeno es policausal”.

Por Karina Almaraz

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