Sororidad, frustración y represión en la marcha por el 8 de marzo

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Por Scarlett Lindero y Gabriela Gutiérrez

Esta es la crónica de una crisis anunciada. Desde que se levantó la valla en torno al Palacio Nacional, desde la nominación de Félix Salgado Macedonio a gobernador de Guerrero, desde el “ya chole” del presidente, se podía saber que esta marcha por el Día Internacional de la Mujer no iba a ser fácil.

Con todo, ni la COVID-19, ni los cercos policíacos, ni el gas lacrimógeno lanzado por elementos de la Policía de Seguridad Ciudadana (SSC) de la Ciudad de México lograron impedir que miles de mujeres marcharan en conmemoración de este día y llegaran al Zócalo capitalino. Marcharon principalmente en sororidad con las víctimas, en apoyo mutuo, en un esfuerzo por levantar la voz por un México menos desigual y menos violento contra las mujeres. Así nos lo contaron en la marcha.

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Pero es que en medio de la crisis sanitaria que estamos viviendo, también hay otra pandemia: la violencia contra las mujeres en un país donde asesinan a 10 mujeres todos los días.

“El día que dejen de matarnos dejamos de salir a las calles”, nos dice Araceli Osorio, mamá de Lesvy Berlín, quien fue asesinada en 2017 en las instalaciones de la UNAM.

¿Miedo al COVID? Tengo más miedo de no regresar a casa”, nos dice Mariana, una de las asistentes a la marcha. 

“El COVID tiene un año aquí. Y el siguiente año quizá ya no esté. Pero la violencia la vivieron nuestras abuelas, nuestras madres y nosotras desde niñas. Ésa es la verdadera pandemia”, ataja Luz, otra asistente a la marcha. 

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El punto de salida de la marcha fue el Monumento a la Revolución, con destino al Zócalo. Sin embargo, Av. Juárez –el camino más directo al Zócalo– estuvo cerrada. También Av. Hidalgo, aunque eventualmente abrieron esta última, por dónde el contingente de feministas pudo pasar. 

A partir de ese punto, las manifestantes sostuvieron varias confrontaciones con los policías para liberar a las mujeres que eran encapsuladas por los uniformados. Ellos lanzaron gas lacrimógeno, lo que hizo que algunas de las manifestantes tuvieran que limpiarse los ojos con Coca-Cola para aliviar la irritación. Algunas otras fueron descalabradas por piedras que eran lanzadas como proyectiles entre los policías y las manifestantes. 

Si esto no es represión, ¿qué es? Tengo 20 años marchando el 8 de marzo y no recuerdo algo similar. Qué pena que ahora que tenemos una jefa de Gobierno mujer pase esto”, advierte Sonia, otra asistente. 

Las denuncias contra agresores y las consignas pintaron una alfombra morada y rosa en la plancha del Zócalo, acompañadas de consignas en el piso como: Ni Una Más o “Un gobernador no será violador”, refiriéndose a Félix Salgado Macedonio, candidato a la gubernatura en Guerrero, quien ha sido acusado penalmente por dos casos de violación y uno de abuso sexual.

La tensión subió cuando los contingentes llegaron a la valla que rodeaba al Palacio Nacional desde el viernes pasado. Un grupo de policías amurallaron la zona para impedir el paso de las manifestantes, lanzando gas lacrimógeno. Algunas comenzaron a toser, a limpiarse los ojos y hasta vomitar.

Hay muchos policías vestidos de civil, que son quienes están aventando las piedras y los cohetones… Rompieron todos los protocolos”, dijo Miguel Barrera, director de la brigada Marabunta, que acompaña a manifestantes para garantizar el respeto a los derechos humanos. 

Barrera también dijo que la policía había ignorado las recomendaciones que representantes de derechos humanos les había planteado. 

La violencia terminará marcando la información de esta jornada, pero también debería hacerlo la solidaridad y compañía que las mujeres que marcharon, de muchas formas distintas, para que su reclamo de igualdad no siga siendo ignorado.

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