Una sociedad más ansiosa y depresiva, una de las secuelas del coronavirus

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Hay un fantasma que se albergó en la cabeza de Oscar Gabriel Saguilán desde niño y despertó para quitarle el sueño durante la pandemia por la COVID-19: morirse joven. El médico de 32 años, especialista en ginecología oncológica por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dio positivo al Sars-CoV-2 en dos ocasiones. En la segunda, pidió ayuda terapéutica porque la ansiedad lo estaba consumiendo.

Oscar es solo una de las miles de personas que han sufrido este padecimiento. Hasta diciembre de 2020 y por culpa de la pandemia en México, el 29% de las personas mayores de 18 años manifestó síntomas severos de ansiedad, reveló la encuesta realizada por el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad de la Universidad Iberoamericana (EQUIDE). 

Los resultados del estudio publicados en de marzo del 2021 y que tomó en cuenta factores como el empleo, el ingreso, la salud mental y la nutrición, señalan que el 28% de las personas de 18 años o más, presentaron síntomas depresivos.

Oscar Saguilán es uno de los mexicanos que presentó síntomas de ansiedad y no tuvo acceso inmediato a la vacuna. A diferencia de los hospitales 100% COVID-19, el médico trabajaba en un hospital híbrido donde solo una parte de los pacientes que reciben eran por coronavirus y eso lo excluyó de ser vacunado desde el inicio de la calendarización de la vacuna en diciembre del 2020.

El médico no le contó a ningún familiar cercano que además de la enfermedad, llevaba días y noches con taquicardia, miedo generalizado y síndrome de la pierna inquieta. La ansiedad se hizo insostenible cuando recordó que una cardiopatía lo aqueja desde niño y los pacientes como él terminan con muerte súbita. 

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Oscar Gabriel tuvo que enfrentar sus demonios mientras era residente del Hospital 197 de Texcoco, Estado de México. Un trabajo “donde el 75% de los médicos residentes como yo nos infectamos” recuerda el doctor. 

“Solo nosotros, entre ansiosos, podemos entender cómo nos hacemos bolita con una mente que trabaja a mil por hora y alberga pensamientos catastróficos”, nos explica Gabriel con sonrisa tímida. 

Claudia Morales, licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco, nos explicó que hace una analogía entre la ansiedad y el coronavirus. Para la especialista en salud mental, “ambas enfermedades se alojan y atacan el lugar más endeble y menos atendido de nuestro organismo”. 

El miedo que le tiene Oscar Gabriel a la muerte desde niño, explica la psicóloga, se intensificó durante la pandemia porque no se atendió con terapias en su momento. El médico escuchaba a su hijo Oscar León de menos de dos años corretear en su tiempo de aislamiento y se potenció su miedo a morir joven y perderse su crecimiento. 

Y es que para una mente ansiosa como la de Gabriel, los “pensamientos fatalistas son inevitables” explica la psicóloga, quien procura no recomendar la toma de fármacos desde el inicio del tratamiento contra la ansiedad, hasta encontrar su detonador. Al desmenuzar el meollo del asunto en sus pacientes que pasaron de dos a seis en un día durante el confinamiento, la pandemia ocupó el primer lugar de los detonadores.

El coronavirus afectó la salud mental de Oscar Gabriel y la de muchas otras personas. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) alerta a la ciudadanía porque la pandemia por COVID-19 exacerba los factores de riesgo de suicidio. 

Los últimos datos de la OPS en el 2016 estiman que 100,000 personas se quitan la vida anualmente en América. El 36% son personas de entre 25 y 44 años y el 26% de 45 y 59 años. Se desconocen aún las cifras actuales derivadas de la pandemia.

La ONU en México señala que estudios recientes muestran un aumento en la angustia, la ansiedad y la depresión, especialmente en trabajadores de la salud como Gabriel que podrían estar en riesgo de quitarse la vida o de sufrir trastornos por el abuso en el consumo de alcohol o drogas ilegales.

El Dr. Gady Zabicky Sirot, Director de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic) nos dijo que durante la pandemia notaron que se incrementó el consumo de alcohol en un 10% en bebedores problemáticos que ya están acostumbrados a resolver los problemas con alcohol pues se vieron “más angustiados, más acorralados y recurrieron a la herramienta que tenían a la mano”.

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Por su parte, el médico Oscar Gabriel, desde su nuevo trabajo en Bahía de Banderas, Nayarit, reconoce que la ansiedad lo llevó un tiempo a refugiarse en el alcohol. Pero desde que inició a ocuparse de su salud mental, procura atenuar su ansiedad realizando actividades productivas que le generan dopamina, la hormona que detona la felicidad. Por eso juega a diario con su hijo y hornea pan de plátano.

De la mano de su terapeuta, el médico encontró una manera de atenuar la ansiedad a seis meses de los episodios más violentos. Cuando su mente comienza a jugarle chueco, cierra los ojos, frota con los tres primeros dedos de su mano derecha una pulsera de plata trenzada que se puso en la mano izquierda y entre tacto y tacto, recuerda que no todo lo que pasa por su cabeza es real.

Esta es la pulsera que el doctor Oscar Gabriel Saguilán, frota cuando la ansiedad se apodera de su mente.
Cortesía.

La ermitaña triste

La añoranza de la vieja normalidad “es una cárcel, un infierno”. Así lo define la psicóloga Claudia Morales. Una cárcel a la que Eugenia Ibarra Orozco entró durante el confinamiento y de la que le ha costado “muchísimo” salir. 

Eugenia, de 67 años, asegura haber perdido todo durante la pandemia. “Dejé de ir al yoga, dejé de ver a mis hermanos, dejé de salir con mis amigas, me volví una ermitaña que todo el tiempo está encerrada”. 

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Desde su casa en la colonia Guadalupe Inn de la Ciudad de México y con ojos encharcados por las lágrimas, la madre de familia cuenta lo que la pandemia se llevó a diez familiares y dos amigos cercanos. La COVID-19 la dejó sin su cuñado Sergio Mora, también murió Lucía, esposa de su cuñado, su yerno y su suegra.

En la segunda ola de contagios, Eugenia se quedó sin su hermana María Elena Ibarra, su cuñado Alberto Gómez y sus sobrinos Ricardo y Juan José. Tampoco se pudo despedir de Víctor Arriaga y Andrés Plaza, amigos cercanos a la familia. Con el luto a cuestas, la madre de familia se encerró y se le quitaron las ganas de planear, de maquillarse, de sobreponerse a la tristeza.

“Mi vida no tiene chiste desde que me encerré”, se dice Eugenia a ella misma en un intento por explicar lo difícil que le ha resultado sobrellevar el encierro, el miedo al contagio, la depresión, la incertidumbre económica que ronda a sus hijos varones contratados por proyectos esporádicos.  

Eugenia Ibarra de 67 años, perdió a diez familiares y dos amigos cercanos durante la pandemia por el COVID-19.
Cortesía.

En sus días más oscuros, Maru, como le llaman de cariño, perdió las ganas de todo. No se quería bañar, no se quería vestir, no podía dormir y tenía una pesadilla constante. Se veía en medio de su casa atiborrada de desorden, ropa sucia, platos por lavar y era tanto el trabajo por hacer “que no sabía por dónde comenzar”. 

Una libreta para exorcizar

Para atenuar la ansiedad y la depresión en tiempos pandémicos, a la psicóloga Claudia Morales le funciona la técnica de una libreta para exorcizar. Se trata de apuntar en ella las fantasías fatalistas para sacarlas de la cabeza de un ansioso “y que no se queden rondando en su mente y los carcoma”, explica Morales.

Una vez se haga el vaciado de los “demonios” en ella, la psicóloga recomienda aterrizarlos a la realidad y preguntarse ¿qué tan factible es que esto suceda? 

Esa pregunta se la hizo Claudia a una adolescente en Monterrey que tenía pánico de que su casa fuera derribada por una avalancha. Al término del tratamiento terapéutico, la chica reconoció que ese miedo tenía cero probabilidades de que ocurriera. 

A medio año de distancia, el doctor Oscar Gabriel recurre a la libreta de vez en cuando. La primera vez que la utilizó, escribió  su mayor temor: “me voy a morir joven”. Ahora aprendió a soltar también la preocupación que le generó el querer salvar al mundo siendo médico en tiempos de pandemia.

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Además de la libreta, otros especialistas recomiendan la meditación y el yoga. Ambas son maneras sanas de lidiar con la salud mental y estudios de la Universidad de Columbia y el Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York, evidencian sus beneficios en la reducción de la ansiedad y el aumento de la resiliencia de las personas tras la COVID-19.

Una buena aplicación para meditar es atentamente que además de tener acceso a meditaciones guiadas, ofrece un Manual ABCD de Salud Mental para tiempos difíciles. También está Headspace y Calm, que tiene una sección especial para el insomnio y Aura, recomendada para todos los apresurados.

Entrevistados por separado, el médico Oscar Gabriel y Eugenia Ibarra tienen varios puntos en común: ambos reconocen que la salud mental es tan importante como la vacuna contra el virus. Se han visto amenazados por la pandemia y están seguros que la única forma de ganarle la batalla a la ansiedad y la depresión es pidiendo ayuda profesional, exorcizando los fantasmas en una libreta  y dejando de añorar la vieja normalidad.

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