La historia de Yolotzin inspira a mujeres a levantar la voz

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Hace no muchos días, en Cuestione publicamos la historia de Yolotzin, una joven de 20 años que lleva más de uno buscando justicia por el ataque que sufrió: fue violada por su entonces pareja y casi asesinada. “Aquí nadie te va a encontrar”, le dijo Vicente, mientras la ahorcaba y miraba al bosque que rodeaba la casa en la que vivían, en Estado de México.

Su historia y su valor para contarla ha inspirado a muchas otras mujeres que, como ella, han sido violentadas y después abandonadas por el sistema de justicia.

Yolo –como le dicen sus amigos y familia– luchó. Luchó aún cuando pensó que su suerte estaba echada y que sería asesinada y enterrada en el bosque que rodeaba la casa en la que vivía con Vicente. “Tiene razón, aquí nadie me va a encontrar”, pensó.

El intento de feminicidio fue detenido por la abuela de Vicente, que en ese momento llegó a la casa. Yolo escapó de la estadística de 11 mujeres asesinadas al día en México, solo para enfrentarse a un sistema de justicia tan cruel como su agresor. 

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Yolo se encontró con un sistema construido para que las víctimas no denuncien. La indiferencia de los funcionarios que la “atendieron”, la indolencia de mandarla a un lugar a otro estando en pleno shock, de incluso negarse a examinar su estado físico, hizo que Yolo pensara en no denunciar y así pasar a otra estadística, la del 90% de los delitos que no se denuncianPero su madre y tía la alentaron a no dejar que este crimen quede impune.

El valiente testimonio de Yolo tuvo un enorme impacto. Fueron los miles –sí, miles– de mensajes y comentarios que despertó la valentía de esta joven, que ahora ha encontrado en el teatro una forma de convertir “tanto dolor en belleza”, como dice ella. 

Mujeres que fueron abusadas sexualmente desde niñas. Jóvenes que fueron violadas en donde se suponían que estarían seguras. Mujeres que estuvieron a punto de morir a manos de quien pensaron era el amor de su vida. Niñas, adolescentes, adultas que han sido víctimas de violencia de género en repetidas ocasiones, por diferentes agresores, con un solo patrón en común: el hecho de que un hombre se sintió con el derecho de usar su cuerpo y sus emociones como si fueran un objeto de su propiedad. 

Eso y más despertó el testimonio valiente de Yolo. Sería imposible reproducir todos y cada uno de estos testimonios. Pero sí decidimos, como medio de comunicación, dar voz a las víctimas de violencia de género, para que no se olvide que en México 66% de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia en su vida. 

A continuación relatamos algunos de los testimonios (los nombres se revelan con la autorización de la víctima):

“Me violó y solo me soltó porque pensó que me había matado”

Juliana Allende Ortiz, 18 años. 

Como en otras ocasiones, Juliana –entonces de 16 años– haría una pijamada con sus mejores amigas: las gemelas Regina y Valentina. Solo que ahora, con motivo del año nuevo 2018, irían a festejar a Acapulco, Guerrero, con la familia de las hermanas.

Fue justo el 1 de enero en la madrugada, que Juliana y una de las gemelas, Valentina, platicaban de sus planes para el año que comenzaba, en el jacuzzi de la planta alta. Valentina se fue y dijo que regresaría pronto. Pero no fue así; en su lugar llegó el tío de las niñas y dueño del departamento en donde estaban. 

“Se me hizo raro que se sentara a platicar a esas horas, pero no dije nada, le seguí la corriente. Fue hasta que dijo que se iba a meter al jacuzzi que me hizo sentir incómoda y le dije que ya mejor me iba. Me paré para tomar la toalla y me jaló del cabello, hundió mi cabeza en el agua y me violó”, relata Juliana a Cuestione

La fuerza de una adolescente pudo hacer poco ante la de un hombre, de entonces unos 50 años. “Al principio manoteaba y me intentaba zafar, pero él solo me hundía más en el agua. Me estaba ahogando. Cuando ya no tuve fuerzas para seguir luchando, me soltó. Creo que pensó que ya me había matado. Me salí tan rápido como pude y en eso llegó la mamá de mis amigas –cuñada del violador– a decirme que ya me fuera a dormir. No sé si vio algo, pero estoy segura que supo que algo había pasado”. 

A la mañana siguiente, aún en casa de su violador, Juliana no supo qué hacer y tampoco se atrevió a revelarle a sus amigas lo que había pasado. Cuando se encontró de frente a su agresor, de nombre Jorge T. (dueño de una empresa de fumigación en Tlalpan, CDMX), éste le cerró un ojo y le mandó un beso. “Actuaba tan normal, que no creo haber sido su primera víctima”, dice Juliana.

Dos días después, el 3 de enero de 2018, Juliana regresó junto a sus amigas a la Ciudad de México. “Por querer proteger mi amistad con las gemelas –a las que conocía desde los ocho años– me quedé callada. Pero también por ese guiño y beso mandado, me hizo sentir como si yo hubiera tenido la culpa”. 

Juliana intentó retomar su vida, pero fue imposible. Su estabilidad emocional, a partir de ese momento, fue cuesta abajo. Un año y ocho meses después de la violación y sin haberle contado a nadie lo que había pasado, intentó suicidarse cortándose las venas de los brazos. Salvó la vida, pero no la libertad. Fue internada en un hospital psiquiátrico. “Ahí sentí que no era la que debía estar encerrada, sino él”. 

A los pocos días de salir, intentó nuevamente quitarse la vida, en esa ocasión con los propios ansiolíticos que le habían recetado para su recuperación. Tras nuevamente sobrevivir, su madre le dijo seis palabras que le hicieron darse cuenta que si no podía corregir lo que le pasó, podía, al menos, intentar cambiar cómo afrontarlo: “¿Qué te falta para ser feliz?”. 

Juliana confesó a su psiquiatra, primero, y a su madre después, lo que había pasado esa madrugada del 1 de enero de 2018, en Acapulco. En marzo pasado –más de dos años después– presentaron una denuncia penal contra Jorge, sin que a la fecha sepan el estatus, o si ya enviaron la carpeta a Guerrero, el estado en donde sucedieron los hechos. 

Y aunque sabe que por el tiempo transcurrido y la falta de evidencia física será difícil que Jorge pise la cárcel, espera que al divulgar su caso surjan más víctimas de su violador, pues asegura estar convencida que no fue la primera y de que, a menos de que alguien lo detenga, tampoco será la última.

Juliana responde ahora a Cuestione aquella pregunta que le hizo su madre, sobre qué necesitaba ser feliz. La respuesta es una palabra: justicia. 

“Por no querer acostarme con mi casero, me corrió de mi casa y me robó todas mis cosas. En el MP me dijeron que mejor me olvidara de todo”. 

Alejandra López González

47 años

Alejandra llegó a vivir hace cuatro años a un pequeño departamento en la alcaldía Cuauhtémoc, de la Ciudad de México, con su hijo de cuatro años de edad. Los caseros, una pareja de esposos que tenían su casa justo arriba del departamento, en un inicio fueron muy amables. 

Pero solo pasaron algunos meses antes de que el hombre, Héctor M. –arquitecto y Director Responsable de Obra de la CDMX– comenzara a hacerle insinuaciones sexuales a Alejandra. 

“Cada vez que su esposa se iba de viaje –tienen una casa de descanso en Veracruz–, me invitaba a bañarme a su casa, a cenar. Un día me dijo que me acostara con él y salí corriendo a la casa de mi mama, a unas cuadras de ahí”, dice Alejandra a Cuestione

Aunque le hubiera gustado cambiarse de casa, para evitar más contacto con su acosador, Alejandra no encontraba otro lugar con una renta tan económica (dos mil pesos mensuales), ni tan cerca de la casa de su madre, quien cuidaba de su hijo cuando trabajaba. 

“Cuando regresé al departamento, él ya no estaba. Supongo que se fue a Veracruz con su esposa. Pero cuando los dos regresaron, me pidieron que entregara el departamento en menos de siete días. Como no lo hice, cerraron mi casa y ya no pude sacar mis cosas de ahí: ni mis muebles, ni ropa, ni ningún documento importante”, recuerda Alejandra. 

Aunque presentó denuncias ante el ministerio público por despojo y acoso, los funcionarios públicos le dijeron que no prosperarían, que mejor diera “vuelta a la página” y comprara todas sus cosas de nuevo. 

“Nunca nos mandaron a llamar, un careo, un enfrentamiento. No se me hace justo. Quizá no era mucho lo que tenía, pero me había costado mucho trabajo hacerme de mis cosas. Lo que más coraje me da es que le quitaron a mi hijo todo, todo lo que teníamos en el mundo se quedó en ese departamento y nadie quiso ayudarme. Todo por no quererme acostar con un señor casado”, relata Alejandra. 

“Tengo un hijo adulto, de 24 años. Cuando tenía tres años, fue violado por un familiar. El agresor pasó solamente tres meses en la cárcel, ¿por qué siempre nos falla el sistema a las personas pobres?”, se pregunta Alejandra. 

Alejandra sufrió acoso sexual y por no acceder a las demanas de su agresor fue despojada de todas sus pertenencias, lo que después la llevó a una fuerte depresión. 

“¿Entonces vengo hasta que me violen? ¡Hagan algo, es su trabajo!”

Mariana Consuelo Ricaño López

29 años

Mariana es uno de los muchos casos que ha sufrido violencia sexual reiterada. Cuando era adolescente, dos hombres adultos (amigos de la familia, uno de 60 y el otro de 26 años) en diferentes momentos intentaron abusarla sexualmente en su propia casa, en Misantla, Veracruz. 

En ambas ocasiones, presentó denuncia. En ambas ocasiones, los propios funcionarios le dijeron que si no había pasado nada, que mejor dejara en paz las cosas. “¿Entonces vengo hasta que me violen? ¡Hagan algo, es su trabajo!”, les respondió. Pero no, no hicieron nada. 

Cuando creció, se mudó a la ciudad de Veracruz, para estudiar Enfermería –hoy es una de las valientes enfermeras que enfrenta el COVID-19–. Ahí conoció a su ahora exesposo. 

El matrimonio duró cinco años (terminó hace cuatro). Cuando se separaron, Mariana comenzó una relación con otro hombre, lo que desató la ira de su expareja. “Se enojó mucho. Quemó mis cosas. Me arrebató mi celular, vio mensajes y fotos y me golpeó tanto que casi me mata”, relata. 

Los gritos alertaron a los vecinos y aunque él les aseguró que no pasaba nada, los araños en su cara lo delataron. Entre todos, salvaron a Mariana. 

“Estoy segura que me quería matar, porque me empezó a arrastrar hacia la parte de la casa en donde teníamos un pozo vacío. Si no hubieran llegado los vecinos, estoy segura que me iba a aventar ahí”, dice. 

Mujeres como Yolo, Juliana, Alejandra, Mariana y muchas más son violentadas diariamente, impunemente. Mientras que la justicia se quede solo en el discurso de los políticos, así seguirá sucediendo.

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