“Nadie debería morir por salir a trabajar”, dice familiar de víctima de la Línea 12 del Metro

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Como cada noche de los últimos tres años, Miguel Ángel Espinosa, de 42 años, caminó las tres calles que separan al Parque Las Antenas –donde trabajaba en el servicio de seguridad de una tienda– del Metro Periférico Oriente, sin saber que ésta sería la última vez.

Aunque solo lo separaban seis estaciones de la estación Tláhuac, en donde se bajaba para ir a su casa, a Miguel le gustaba irse en los últimos vagones del Metro. Esa noche del 3 de mayo esos dos últimos vagones fueron los que se desplomaron con el viaducto por el que  pasaba. Junto a Miguel, otras 23 personas han fallecido por ese accidente y hay más de 80 heridas, aunque la cifra podría incrementar, pues 24 no han sido localizadas, según la última actualización del gobierno capitalino. 

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Al ver que Miguel no llegaba y el accidente en las noticias, su esposa Gisela Rioja y sus dos hijos, de 15 y 22 años, salieron a buscarlo. Recorrieron cuatro diferentes hospitales. Después de 14 horas Miguel seguía sin aparecer en las listas de heridos. “No está, no tenemos registro”, le decían en cada clínica que pisaron, nos cuenta Gisela desde el ISSSTE de Tláhuac, el último hospital en donde lo buscaron desesperadamente.

Miguel Ángel Espinosa no estaba en ningún hospital. Fue localizado por sus familiares en una morgue de la Fiscalía de Iztapalapa este 4 de mayo. “Yo le prometo a Miguel que voy a hacer justicia, esto no se va a quedar así, nadie debería morir por salir a trabajar”, lamenta Gisela.

“No hay material para su cirugía”

Sin conocerse y saber que sus vidas iban a coincidir en la misma tragedia, Nancy Ramirez, de 44 años, recorrió el mismo camino que Miguel esa noche para ir a su casa. También trabajaba en el Parque Las Antenas. Era gerente en una tienda de zapatos. “Mamá, mamá, estoy atrapada en el Metro”, alcanzó a decirle por teléfono a Ana Álvarez.

“Yo le decía que se tranquilizara, que esperara un poco a que pudiera salir porque no sabía lo que había pasado, pero luego perdí contacto con ella y uno de mis hijos me enseñó en Facebook un video en el que se veía tirada en el piso y rápido nos salimos a buscarla”, nos narra Ana mientras espera que alguien le dé noticias de su hija afuera del Hospital de Xoco, en Coyoacán, otro de los hospitales en donde fueron trasladadas las víctimas del desplome de la Línea 12.

Nancy sufrió una fractura de cadera y un esguince en la columna vertical. Necesita una cirugía urgente. Su familia no sabe si Nancy volverá a caminar y tampoco cuándo la van a operar.  Hasta el mediodía del 4 de mayo, los doctores del Hospital de Xoco advirtieron que no podían operarla porque “no contaban con los materiales necesarios”, nos dice su madre.

Víctima y trabajador del Metro

A un lado de la señora Ana Álvarez está Karla, de 18 años, quien espera informes de su novio, Alejandro Porcallo Bedolla de 21 años, una de las 68 personas hospitalizadas tras el desplome. 

Alejandro se dedicaba a la limpieza de inmuebles, pero por la pandemia se quedó sin empleo. Por eso fue que se alegró cuando encontró uno temporal, sanitizando los vagones del Metro en la madrugada. Hacia allá se dirigía cuando la vía colapsó.

Alejandro sintió un fuerte jalón y después el tren se vino abajo. A su lado, las personas caían “como en una resbaladilla”, según le contó a Karla. Él logró sostenerse de uno de los tubos y no cayó. Escapó por una de las ventanas con ayuda de los rescatistas y sólo tuvo unas ligeras contusiones en la espalda. “Está vivo de milagro”, dice su pareja.

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Diagnóstico en Twitter

A 23 kilómetros del Hospital de Xoco, en el ISSSTE de Tláhuac, está Mario Santiago, esperando información de su hermano Sergio Santiago, de 38 años, internado desde la madrugada. O al menos eso es lo que ha visto en Twitter, porque ninguna persona en el hospital le ha dado información sobre él. Sólo sabe que sufrió politraumatismo en su cabeza (múltiples lesiones), según la lista que difundió la Fiscalía General de Justicia en sus redes sociales. 

Sergio Santiago trabajaba en una tienda departamental de Galerías Coapa, a unos 30 kilómetros de su hogar, ubicado en Chalco, Estado de México. Normalmente el recorrido a su casa lo hacía en bicicleta. Era un camino de más de una hora, nos cuenta Mario. 

Pero el 3 de mayo se le ocurrió irse en Metro y tomar el último vagón. “Le tocó la mala suerte, lo último que supe es que cuando lo trasladaron estaba inconsciente”, lamenta su hermano.

En esta misma clínica del ISSSTE está Rocío Sainos. Llegó aquí porque vio en la tele el nombre de su ex pareja, José Alvarado, de 50 años, quien es comerciante ambulante en Avenida Tláhuac. Hasta esta tarde no sabía su estado de salud.

A menos de un kilómetro, en el Hospital General Tláhuac, también están las familiares de Evelyn Ramírez, de 40 años. Ella no viajaba en Metro, sino en auto. Venía del dentista cuando un pedazo de puente de la Línea 12 se le vino encima. Hasta ahora, su cuñada Rosaura desconoce su estado de salud.

Afuera de las clínicas también llegan distintas personas en sus coches con pan, agua o una torta para los familiares que están aquí desde la madrugada y no han podido dormir ni comer nada, en espera de tener buenas noticias de sus seres queridos.

Las y los vecinos que vivían cerca de Olivos y Nopalera (donde ocurrió el colapso) ya habían reportado que tras el sismo del 19 de septiembre de 2017, la parte elevada de los vagones de la Línea 12 había sufrido daños. Las autoridades les ignoraron. Hoy el Metro de la Ciudad de México vive una de sus peores tragedias de la historia por esa indiferencia.

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