Andrés Manuel López Obrador presume que entre los integrantes de su gabinete “hay libertad y hay discrepancias. No hay pensamiento único. Se da la libertad para que todos opinen”.
Y si hablamos del mejor gabinete, ese no es el actual, según AMLO. “El mejor en la historia de México fue el del presidente (Benito) Juárez. No ha habido un gabinete mejor”. La función de los actuales secretarios de Estado se centra en otro objetivo.
Sus palabras son una orden…
Ricardo Pascoe Pierce, exembajador de México en Cuba, dice en su columna Como la humedad que nos invade: “en un ambiente nacional donde la palabra presidencial es una orden para sus subordinados, el ejercicio diario de denigrar, acusar, ofender y amenazar a sus supuestos o reales opositores da línea a la represión”.
A casi dos años de su gestión, la palabra de López Obrador se ha convertido en una orden que no se contradice o cuestiona.
Por ejemplo, cuando se implementaron las medidas sanitarias debido a la COVID-19 en marzo pasado, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, sugirió al jefe del Ejecutivo no desafiar al nuevo coronavirus y suspender sus giras por 30 días.
Mientras que el titular del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), Juan Antonio Ferrer, lo invitó a evitar los besos y abrazos.
Sin embargo, el presidente señaló en ese entonces: “dije que los iba a escuchar y a no interrumpir, pero nunca que necesariamente les haría caso. Veré más adelante qué decido, además, ya tengo amuletos contra el coronavirus”, de acuerdo con la versión que compartió el periodista Alejandro Aguirre en su columna .
Incluso, el 13 de marzo se publicó un oficio en el que López Obrador prohibía a integrantes de su gabinete hablar sobre las acciones que se tomarían ante la COVID-19, mismo que dio a conocer el secretario de Seguridad, Alfonso Durazo.
Las recomendaciones fueron atendidas hasta el 15 de abril, cuando el mandatario anunció la cancelación de sus giras y tuvo que guardar, a su modo, la sana distancia.
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El audio de Víctor Manuel Toledo
¿Las decisiones de Andrés Manuel son irrefutables? Al menos algunas acciones de su círculo más cercano son muestra de que quienes no congenian con sus ideas, se van.
La salida de Víctor Manuel Toledo Manzur de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) estuvo marcada por la filtración de un audio, en el que evidenció sus diferencias con el gabinete.
Se le escucha a Toledo Manzur decir lo siguiente: “este gobierno de la 4T está lleno de contradicciones… se expresan concretamente en luchas de poder al interior del gabinete, que yo lo he notado en varias líneas”.
Señaló a Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación; al titular de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), Víctor Villalobos; al jefe de la Oficina de Presidencia, Alfonso Romo, y a la secretaria de Energía, Rocío Nahle, de favorecer a Germán Larrea, presidente de Grupo México y Constellation Brands.
A los pocos días, Toledo Manzur apareció en un video al lado del presidente; así como de Luisa María Albores –su sucesora en Semarnat– y Javier May, quien asumió la titularidad en la Secretaría de Bienestar. Leyó un texto en el que argumentó que por cuestiones de salud presentaba su renuncia.
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Integrantes del gabinete ¿como fichas de ajedrez?
Movimientos como el del extitular de la Semarnat tienen una razón de ser, según Ivonne Acuña Murillo, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana.
“Los miembros del gabinete, legal y ampliado, son fichas de ajedrez que pueden moverse a voluntad del primer mandatario y son sacrificables en momentos de una necesidad política”, nos dijo Acuña Murillo.
Andrés Manuel no duda en señalar en cuestión de cambios: “yo soy el que al final decido y no son los secretarios los responsables de las decisiones. Tiene que ser el presidente”.
Este tipo de decisiones han marcado diferencias con secretarios de Estado, como fue el caso de Javier Jiménez Espríú, quien presentó su renuncia como responsable de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) el 17 de julio.
El presidente dio a conocer que el control de aduanas y puertos pasaría a la Armada de México. Una orden que Jiménez Espríu consideró errónea.
“Lamento profundamente no haber tenido éxito en transmitirle mi convicción y mi preocupación sobre la grave trascendencia que considero tiene medida para el presente y el futuro de México, tanto en lo económico como en lo político”, señaló en su carta de renuncia.
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Otros cambios que dejaron huella…
Carlos Urzúa abandonó el 9 de julio de 2019 el barco lopezobradorista y su responsabilidad como secretario de Hacienda “porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”.
La molestia de Urzúa también evidenció “la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. Esto fue motivado por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”.
Otro caso fue el de Germán Martínez, quien renunció el 21 de mayo de 2019, a la dirección del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
“Quiero decirlo lo más claro que puedo y debo: algunos funcionarios de la Secretaría Hacienda tienen una injerencia perniciosa en el IMSS y ponen en riesgo la vocación igualitaria, de justicia y, concretamente, de prestación de servicios de salud que tiene el Seguro Social”, señaló en su carta de renuncia.
“En el IMSS no se desobedece al presidente. Sólo creo que el eje de su reforma deben ser las personas que se atienden en el IMSS, y no los funcionarios que trabajan en el IMSS”, puntualizó Martínez.
A pesar de que AMLO asegura que escucha a los integrantes de su gabinete, la realidad dice otra cosa. La muestra está en que sus colaboradores no lo confrontan, prefieren renunciar y evidenciar la falta de diálogo. ¿Qué tan malo será para la actual administración?
