Antes de pasar a primero de secundaria, Luis de -11 años- empezó a obsesionarse con su imagen. Su complexión, como la de otros varones de su familia, era más bien robusta y para tratar de cambiar cómo se veía decidió modificar su alimentación y rutina sin saber que le traería graves consecuencias de salud, tanto físicas como mentales.
En un principio parecían cambios más bien saludables, nos dijo su familia. Luis decidió no consumir más productos que tuvieran etiquetado de exceso de calorías, postres o azúcares ni comida que considerara que engorda.
“Me pareció muy correcto, ‘qué sana decisión’, dije. Y de repente se obsesionó con el ejercicio y empezó a hacer ejercicio diario, una hora. Pensé ‘qué buena decisión, qué padre, qué hijo tan sano’. Luego se empezó a obsesionar con que se seguía sintiendo gordo y un día nos dijo llorando muy angustiado: ‘es que me veo en el espejo y me veo gordo’ y ya estaba a niveles de malnutrición”, nos contó el papá de Luis.
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En ese momento, la madre y el padre de Luis se dieron cuenta de que no habían puesto la suficiente atención a lo que estaba pasando su hijo, “pasamos de festejarle que estaba tomando decisiones sanas a no darnos cuenta que muy rápidamente eso había derivado en una obsesión por la imagen a niveles casi graves”.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) la malnutrición se refiere “a las carencias, los excesos y los desequilibrios de la ingesta calórica y de nutrientes de una persona” y abarca tres escenarios: primero la desnutrición que implica un peso muy por debajo de la talla de la persona, retraso de crecimiento y peso insuficiente para la edad.
En segundo lugar se encuentra la malnutrición relacionada con la falta o el exceso de vitaminas o minerales importantes; y en tercer lugar está el sobrepeso, la obesidad y las enfermedades no transmisibles relacionadas con la alimentación -diabetes, cardiopatías,o algunos cánceres.
La malnutrición, culpable del 45% de las muertes infantiles en el mundo
La malnutrición de los niños, niñas y adolescentes es más frecuente de lo que solemos pensar. En 2022 más de 30,000,000 de niños y niñas de los 15 países más afectados por la actual crisis alimentaria padecen desnutrición aguda y 8,000,000 sufren desnutrición grave, la forma más letal de malnutrición.
Casi del 45% de las muertes de niños y niñas menores de 5 años en el mundo tienen que ver con la desnutrición; la mayor parte de estos casos se registran en países con ingresos medianos y bajos. La OMS advierte sobre las repercusiones en el desarrollo propio de las infancias y las consecuencias económicas, sociales y médicas que esta problemática trae consigo.
Las consecuencias psicológicas, otro problema
Aunque ya se había encendido las alertas en los padres de Luis, el proceso no fue sencillo ya que requirió atención en el aspecto médico, pero también en el mental y emocional debido a fuertes ataques de ansiedad que se desencadenaron al poco tiempo, en los que el adolescente lloraba imparablemente, gritando y mostrando una desesperación muy profunda.
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El diagnóstico psicológico indicaba un trastorno de la conducta alimentaria conocido como anorexia nerviosa que se caracteriza por un peso corporal demasiado bajo, el miedo intenso a aumentar de talla y la percepción distorsionada del peso.
“En realidad, la anorexia no se trata de la comida. Es una manera extremadamente poco saludable y, en ocasiones, mortal de intentar afrontar los problemas emocionales. Cuando tienes anorexia, lo que haces con frecuencia es equiparar la delgadez con la autoestima”, se explica en el sitio web de la Clínica Mayo, el grupo médico integrado sin fines de lucro más grande del mundo.
“Fue muy rudo porque además todo el mundo nos decía ‘pero es una cosa que nada más le pasa a las mujeres’ y nos hemos enterado que cada vez le pasa más a los hombres porque está toda esta obsesión con el cuerpo y toda esta mercadotecnia que dice cómo te tienes que ver para estar sano y lo que les pasaba antes con más frecuencia a las niñas, ahora le está pasando también a los varones”, reflexionó el papá de Luis.
La falta de educación y opciones sobre la alimentación
Es una realidad que los hábitos alimenticios en México pueden tener muchos vicios que se han vuelto una preocupación de salud a nivel nacional. Lo podemos ver en la tasa de prevalencia total de la diabetes en México que se calculó en 18.3% en 2022 de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2022, una de las enfermedades más relacionadas con la comida.
Es un reto contrarrestar las dificultades que tenemos para educar a las infancias sobre cómo alimentar su cuerpo, sobre todo si existe una mayor presencia de alimentos no saludables que de saludables en los entornos donde se desenvuelven las y los niños, como las escuelas.
Los 13,548 reportes del entorno alimentario escolar que han realizado padres, madres de familia, maestros y tutores por medio de la plataforma Mi Escuela Saludable -una iniciativa que busca trabajar con autoridades educativas para lograr cambios positivos en la alimentación y salud en beneficio de niñas y niños de México- indican que en el 72.4% de las 9,394 escuelas reportadas en el ciclo escolar 2022-2023 no se vendían frutas ni verduras al alumnado.
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El mismo reporte indica que en el 74.1% de los planteles no había bebederos de agua que por ley se tiene que ofrecer a libre demanda a las y los niños desde 2014. De manera contraria, el 97.6% de las escuelas venden comida considerada como chatarra y el 76.3% ofrece refrescos.
Esto es preocupante en un panorama donde se estima que en un día escolar las y los estudiantes consumen 550 calorías de comida chatarra, lo suficiente para subir siete kilogramos al año.
Es importante crear hábitos saludables en casa
La especialista en nutrición deportiva Lourdes Martínez nos explicó que parte de la solución es generar hábitos alimenticios que nos permitan tomar mejores decisiones con respecto a qué consumimos aunque no se resuelve solamente con hablar de esto o repetir lo que ya sabemos: evitar la comida chatarra, priorizar frutas y verduras, conocer el plato del buen comer y más.
“Aquí lo importante es que cada vez se glorifica más la imagen y estamos poniendo nuestro valor como ser humano en nuestra imagen y en eso las redes sociales tienen mucho que ver. Como padres nos está costando mucho poner límites saludables en el uso de redes sociales”, nos dijo Martínez. También resaltó que el acceso a las redes sociales a edades muy tempranas da entrada a este discurso sobre la imagen de lo que se considera un “cuerpo saludable”.
“Tenemos que enfocarnos en fomentar el movimiento a través de juego y si es con la familia mejor, y que no lo vean como algo que tienen que hacer, sino algo natural del ser humano”, destacó la nutrióloga, quien además explicó que es importante no demonizar ciertos alimentos para no crear vínculos nocivos con ellos.
Además recomendó que desde casa se construya una relación armoniosa con la comida y que se involucre a las y los hijos en el proceso de preparación de los alimentos como una herramienta de cohesión familiar, ya que en gran parte de esto depende que cuando sean adultos sean capaces de reproducir buenas prácticas y cuidar su salud todos los días.