Otras víctimas de feminicidios: niños y niñas que se quedan sin su mamá

Compartir:

Es la historia de miles de niños y niñas: sus madres fueron víctimas de feminicidio y han quedado en la orfandad. Lidiar con el trauma, el estigma y el dolor no es fácil para los menores y sus familias, en particular por una razón: no hay ni programas de atención o cuidado, y ni siquiera un conteo oficial de los huérfanos del feminicidio en México. Cuestione exploró sus historias.

Para Jade, el mejor disfraz es simplemente no ser Jade. En ocasiones se convierte en unicornio, pájaro, bruja o mariposa, con disfraces que ella misma confecciona. La joven de 20 años ha encontrado en estas figuras un escondite para escapar de lo que pasó hace 18 años, cuando un hombre mató a su madre, Lilia Alejandra. Su madre tenía apenas 17 años, ella dos.

“Me gusta disfrazarme y pensar que, al menos por un momento, dejo de ser yo y mi problema se va”, dice Jade a Cuestione. Nos habla desde la oficina de su abuela, Norma Andrade, quien en 2001 dejó las aulas como maestra para convertirse en activista, tras el feminicidio de su hija, la madre de Jade.

Lilia Alejandra quería ser periodista, pero tuvo que empezar a trabajar a los 17 años en una maquiladora, en Ciudad Juárez, Chihuahua, para mantener a sus dos bebés (Jade y Caleb, quien apenas tenía cinco meses). 

Jade y Caleb forman parte de una estadística de la que nadie lleva registro: los huérfanos del feminicidio en México.

La Ley General de Víctimas reconoce a los menores en orfandad como “víctimas indirectas” por un hecho delictivo, en este caso un feminicidio, y establece que el Estado debe proteger sus derechos. En los hechos parece no importarle: ni siquiera se lleva la cuenta de cuántos son.

De 2015 a abril de 2019, casi 13 mil mujeres han sido asesinadas (aunque solo dos mil de esos casos están catalogados como feminicidio y el resto como homicidio doloso), de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo Nacional. Si consideramos que 73% de ellas eran madres (con base en el promedio que hace el Instituto Nacional de Estadística y Geografía), en cifras conservadoras estaríamos hablando de, al menos, nueve mil menores en orfandad en todo el país, sin considerar que en muchas ocasiones tienen más de un hijo.

La activista María Salguero intenta, desde 2016, llevar el registro de la tragedia, con base en artículos de prensa. Así ha contabilizado unos siete mil feminicidios y casi 400 huérfanos y huérfanas de los feminicidios. Pero reconoce que podrían ser muchos más.

Salguero ha desarrollado un mapa en el cual cada punto rojo encierra el número de tragedias de los menores que quedaron en orfandad después de un feminicidio. 

Fuente: María Salguero (página)

¿Quién los cuida?

Los menores afectados deberían contar con condiciones adecuadas para proteger su salud emocional, su integridad, su derecho de vivir en familia, así como recibir apoyo económico para continuar con sus estudios. Esto es lo que recomienda la Ley para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, explica a Cuestione Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).

Hay una omisión por parte del Estado, dice Martínez Pérez, pues éste debería velar por tres principales derechos para ellos y ellas: el derecho a la verdad, el acceso a la salud física y emocional y a que su opinión sea considerada al definir con quién vivirán después del feminicidio.

Dos veces Alejandra

Jade y Carlos no se conocen. Sin embargo, sus vidas están unidas por trágicas coincidencias: ambos tienen 20 años de edad, sus madres se llamaban Alejandra y la vida de ambos, en la actualidad, está marcada por su asesinato.

El padre de Carlos, Bernardo López, asesinó a su madre, Nadia Alejandra Muciño. En 2003 la mató cuando Carlos tenía cinco años y sus hermanos menores, Uriel y Fernanda, dos y uno. Carlos fue testigo del feminicidio.

Así como Jade quiere ser diseñadora de modas para seguir confeccionando esas otras vidas que sean distintas a la suya, Carlos quiere estudiar Criminología para finalmente entender qué hay detrás de un delito, con la esperanza de saber qué motivó a su padre a dejarlo a él y sus hermanos sin una madre, al a matar a su propia esposa.

Tres de cada 10 feminicidios son cometidos por la pareja de la víctima, según datos del Observatorio Nacional de Feminicidio, es decir, por el esposo, el novio o una expareja, que en muchas ocasiones son los padres de los hijos de la víctima, como en el caso de Carlos.

Otras consecuencias

La mayoría de estos niños, niñas y adolescentes tienden a aislarse, pues muchas veces son señalados, estigmatizados y revictimizados. Buscan salidas ante los vacíos emocionales que tienen, dice María Luz Estrada, directora del Observatorio Nacional del Feminicidio, una asociación que reúne a 43 grupos de apoyo para víctimas del feminicidio en todo el país.

“Ella no es tu mamá, es tu abuela”, es una frase con la que creció Jade. La gente se encargaba de recordarle que su mamá no estaba con ella. A pesar de que tanto Jade como Carlos han ido a terapias, el dolor por la pérdida continúa. 

Cuando Carlos habla comienza a frotarse las manos y se pone nervioso, ansioso. “En las consultas me ponían a dibujar y hablar, pero no servía de nada”.

Jade piensa que es una persona agresiva, se irrita con facilidad. “Por no tener a mi mamá, yo no aprendí a decir ni hola ni adiós. Si conozco a una persona que me agrada, mi mayor temor es perderla, como la perdí a ella”, dice y se le quiebra la voz.

Volver a ser madre, la historia de las abuelas

Norma Andrade es la abuela de Jade y Caleb, quien en la búsqueda de justicia para su hija, fundó la asociación Nuestras Hijas de Regreso a Casa, la cual apoya a madres cuyas hijas han sido víctimas de feminicidios en Ciudad Juárez. 

La activista se ha encargado de cuidarlos desde entonces. Dejó de lado su profesión como maestra en Ciudad Juárez e instaló las oficinas de la asociación que preside en Ciudad de México. Todos los días viaja de ida y vuelta a Pachuca, donde vive con Jaled y Caleb.

Similar es el caso de María Antonia Márquez, mamá de Nadia Alejandra Muciño. Cuando su hija fue asesinada por su esposo a los 23 años, tuvo que asumir el cuidado de los tres huérfanos: Carlos, Uriel y Fernanda, de cinco, tres y dos años de edad. 

Desde entonces Maria Antonia no solo se encarga de ellos, sino que ha trabajado extra para mantenerlos y se ha mudado tres veces de casa por el temor de ser violentada por la familia del agresor de su hija. Además, viaja dos o tres veces por semana del Estado de México a la ciudad para vender los bordados que hace.

De acuerdo con las experiencias de Redim y el Observatorio Nacional de Feminicidio, los niños y niñas que han vivido una situación de violencia, como la del feminicidio en contra de sus mamás, viven con resentimiento social, depresión y muchos pueden llegar a pensar en el suicidio. En el caso de algunos de los niños, repetir los hábitos de violencia con los que crecieron es también un riesgo.

Los menores que llegan a la orfandad por un crimen, como el feminicidio, son también víctimas de un Estado que no previno el homicidio de sus madres y que no veló, ni velará, por su bienestar.

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.