Artesanía por comida: la triste opción ante la COVID-19

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Las personas que se dedican a las artesanías tienen serios problemas

En México hay poco más de siete millones de personas que se dedican a la artesanía, de las cuales 65% son mujeres, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), a 2012, el último dato del que se tiene registro. Este sector aporta 132 mil millones de pesos, es decir, casi dos de cada 10 pesos del Producto Interno Bruto (PIB) del sector cultural es generado por las manos artesanas (17 veces más de lo que aporta la música y los conciertos).

Sin embargo, en tiempos de la pandemia, el trabajo artesanal vale lo mismo que una bolsa de arroz o “algo de despensa”; eso es lo que están pidiendo quienes hacen artesanías en las afueras de los supermercados de la Ciudad de México, bajo la necesidad de hacer intercambio con sus artesanías para poder comer.

“No, no nos conviene intercambiar nuestros productos por alimento, pero no hay otra manera de llevarnos algo a la boca, no queremos todo regalado, por eso hacemos trueque”, explica Filemón Sánchez, coordinador de la Unión de Artesanos Indígenas y Trabajadores No Asalariados.

Con todo y la pandemia, integrantes de esta organización se manifestaron a mediados de mayo afuera del Palacio Nacional, en el Zócalo de la Ciudad de México, para pedir apoyo alimentario y económico.

“Los artesanos y artesanas que viven en la Ciudad de México pidieron dinero prestado a sus familias. En las tiendas ya no les fían, y no tienen ni para comer. Los mil 500 pesos que ofreció la Secretaría de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes (SEPI) no nos llegaron a todos”, cuenta Filemón en entrevista con Cuestione

Los peligros de la calle, las inclemencias del tiempo y las redadas por parte de policías para quitar a las personas artesanas de la vía pública, eran algunas de las preocupaciones cotidianas de estas personas. Por eso, desde antes de la pandemia buscaban apoyo de la SEPI para la construcción de una plaza artesanal y apoyos para adquirir una vivienda, “puras palabras, solo nos contestan con minutas y promesas que nunca cumplen”, cuenta el líder del grupo de quienes hacen artesanía.

“Nos regañan, nos dicen que nos quitemos de ahí porque nos vamos a contagiar del coronavirus, pero más miedo nos da el hambre”, explica Sánchez.

Antes de la pandemia, quien vende artesanías podía ganar al día entre 100 y 200 pesos por su trabajo. De eso, había que descontar para la compra de materiales, comida y vivienda, pero ahora ya no hay nada para nadie, explica Filemón. Cuestione buscó entrevista con autoridades de la SEPI, sin que al momento de esta publicación haya habido una respuesta.

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¿Es lo menos? 

El Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), que este año cuenta con un presupuesto de 153 millones de pesos, es el encargado de mejorar las condiciones de las personas artesanas en el país con capacitaciones y apoyos para promover su trabajo. 

Sin embargo, “el Fonart es bien duro con los artesanos, malbarata su trabajo, por el que además les pagan precios injustos y que toma por consignación, es decir, el artesano va y entrega su trabajo y hasta que se venda no le pagan nada, otro de los riesgos es que se apropien de sus proyectos”, explica Aida Mulato, parte del Colectivo Jóvenes Artesanos, que concentra el trabajo de 135 familias de Puebla, Oaxaca y Guerrero.

En las comunidades del interior del país, las personas artesanas tienen al menos tierra para sembrar maíz, frijoles y otros alimentos y así enfrentar la pandemia. Pero en la Ciudad de México, donde viven más de 785 mil personas indígenas (casi nueve veces el Estadio Azteca), es poco probable que tengan un espacio para sembrar y así enfrentar el hambre, dice Mulato.

Los artesanos que viven en la capital mexicana han sido abandonados desde hace varios sexenios. La muestra de ello es un grupo de personas de la comunidad otomí, que vive desde hace más de 30 años en un predio abandonado en la calle de Zacatecas número 74, en la colonia Roma. 

Ahí, hay unas 20 viviendas de lámina sin servicios de agua o electricidad y, cuyos habitantes, en su mayoría, se dedican a hacer muñecas artesanales que ofrecían en el Centro Histórico o a los comensales de las colonias Roma y Condesa. 

En tiempos del COVID-19, ya nadie les compra nada y ahora las ofrecen afuera de este predio, cuenta Aida Mulato.

Otra vez, las mujeres enfrentan más desafíos 

De las más de siete millones de personas que realizan trabajo artesanal, casi cinco millones son mujeres, según el informe Artesanos y Artesanías, una perspectiva Económica.

Luego de trabajar en el campo, desde las cinco de la madrugada, hasta las ocho de la noche, las mujeres artesanas regresan a sus casas, atienden a su familia y vuelven a trabajar bordando. Se duermen hasta después de medianoche para volver a empezar todo al día siguiente, cuenta Ana, que tiene 25 años y es bordadora en Chiapas.

“Desde que se soltó la pandemia todas mis compañeras artesanas tienen miedo, no quieren salir de sus comunidades, ni a vender ni a comprar material para sus artesanías. Además, hay comunidades en los que las autoridades comunitarias cobran tres mil pesos de multa cada que alguien decide violar las medidas de distanciamiento social por el COVID-19”, cuenta Ana.

Tampoco pueden entrar o salir tan fácil de sus comunidades: en primera, porque tienen miedo de ser contagiadas o transmitir el COVID-19 a sus familias, y en segunda, porque hay retenes que la misma gente del pueblo coloca en la entradas y salidas. Ellos deciden quién entra y quién sale, dice Ana en entrevista con Cuestione.

De programas sociales para atender a estas comunidades en la pandemia, nada. “Los programas sociales no son para todos, llegan (representantes de alguna oficina del gobierno que no puede identificar), te piden tus credenciales,  papeles y te hacen firmar para recibir el apoyo; son ellos los que eligen a quienes se los dan”, contó la artesana.

Las artesanas, con su trabajo, siguen transmitiendo sus conocimientos y saberes tradicionales de generación en generación, siguen contando sus historias y quiénes son, porque son ellas las portadoras del conocimiento (…). La pandemia ha potenciado circunstancias de pobreza y vulnerabilidad de compañeras artesanas, ha evidenciado la violencia que enfrentan en sus territorios”, cuenta Karla Pérez Cánovas, antropóloga social y, fundadora de la colectiva Malacate Taller Experimental Textil. 

Tampoco en todas las comunidades han pasado las autoridades sanitarias a informar sobre el coronavirus, algunas ni siquiera tienen agua, indicó Karla.

“Tienen miedo, les preocupa la falta de insumos y la falta de movilidad para comprar material y seguir trabajando (…) estas comunidades no solo tienen que vivir violencia estructural y cotidiana, sino también se enfrentan a los desplazamientos en sus municipios, a no poder salir a trabajar, a no poder ofrecer sus piezas, están viviendo pobreza, desplazamiento y violencia”, explica Pérez Cánovas.

La artesanía mexicana es importante no sólo por el valor económico que aporta al país, sino que también es el rostro de México en el mundo, un rostro que se presume en las fiestas culturales y en la entrega de apoyos para la foto. Después de esto, los artesanos y artesanas vuelven a donde siempre han estado: en el olvido.

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