La icónica frase “la vida es un riesgo, carnal” de la película Sangre por sangre dirigida por Taylor Hackford y lanzada en 1993, que cuenta la historia de tres jóvenes de origen hispano que se meten en problemas de pandillas en Los Ángeles, California, en Estados Unidos, refleja un poco cómo concebimos el peligro en Latinoamérica y, en específico, en México.
El desastre que dejó el huracán Otis en el puerto de Acapulco y otras zonas del estado de Guerrero nos recordó que vivimos en un peligro latente. La fuerza de la naturaleza en nuestro país tiene tantas expresiones que nos hemos acostumbrado a vivir con ellas y aunque inmediatamente después de una catástrofe quedamos en una clara paranoia, al poco tiempo regresamos a nuestras vidas normales, porque de alguna forma, la vida es un riesgo.
En México vivimos esto muy claramente en 2017 cuando el sismo del 7 de septiembre de 8.2 grados en la escala de Richter y el del 19 de septiembre de 7.1 grados sacudieron violentamente a la Ciudad de México, Puebla, Morelos, Oaxaca, Chiapas y Tabasco, dejando alrededor de 450 personas fallecidas y cerca de 190,000 inmuebles con graves daños o destruidos completamente.
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Por meses, las personas de estos lugares vivimos en un estado de alerta constante, casi enfermizo. Se tomaron todas las precauciones posibles luego de los temblores que despertaron en la ciudadanía un miedo que no se había experimentado desde el terremoto de 1985 que dejó la Ciudad de México -entonces Distrito Federal- devastado.
Tras los sismos de 2017, muchas personas en México preparamos una maleta que colocamos junto a la puerta con los documentos personales necesarios, agua embotellada, cargadores para celulares, linternas, alimentos enlatados, papel de baño. A un lado de la maleta colocamos los zapatos listos para salir corriendo en caso de otro temblor; durante un tiempo las llaves se quedaron incrustadas en las cerraduras para poder salir más velozmente.
Se difundieron medidas sobre cómo protegerse durante un sismo y qué hacer en caso de no poder salir a la calle. Consejos corrían por redes sociales sobre cómo salvar la vida de las mascotas o qué hacer para resguardar a las personas mayores. Algunas mujeres incluso dejaron de usar zapatos de tacón alto si trabajaban en un edificio de muchos pisos.
La gente medio dormía por numerosas noches y, aún en el día, la menor vibración en el ambiente -o las alertas de las aplicaciones que avisan de los temblores como Sky Alert– causaban alarma.
Al paso de los años, la probabilidad de que se repita un sismo de magnitudes tan aterradoras sigue siendo la misma que en 1985 y 2017, porque son impredecibles. Y no solo eso, sabemos que estamos a expensas de que sucedan otro tipo de catástrofes naturales en todo el territorio mexicano: inundaciones, huracanes y hasta la posible erupción de un volcán activo como el Popocatépetl.
Sin embargo, son pocos quienes aún conservan una maleta de supervivencia junto a la puerta. ¿Cómo explicamos esto?
La sociedad del riesgo
Elvira Cedillo, socióloga y académica de la UNAM, nos explicó que en México -y otros países en vías de desarrollo- vivimos en una sociedad cada vez con mayor incertidumbre, no solo por la posibilidad de que ocurra un evento catastrófico sino en nuestra vida cotidiana, a causa de la inestabilidad económica, problemas de seguridad pública -como el crimen organizado- o de salud, como la pandemia por la COVID-19 que vivimos durante más de dos años con gran temor.
La especialista nos explicó que la resiliencia con la que respondemos se puede entender desde la “sociología del riesgo”, concepto que expone el sociólogo alemán Ulrich Beck -uno de los teóricos más representativos de esta perspectiva- en su libro La sociedad del riesgo publicado en 1986. Aunque lo propuesto por Beck está planteado en el contexto de las sociedades anglosajonas super industrializadas de su época, tiene sentido aplicado a nuestra realidad.
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La tésis del libro de Ulrich Beck se crea a raíz de la noción de la post modernidad y plantea que gracias a ésta los seres humanos estamos enfrentándonos de manera cada vez más acelerada a la incertidumbre, lo que provoca un cambio en la percepción de vida de las personas y genera una relación de consciencia-inconsciencia sobre lo que puede pasar, nos dijo la especialista.
Lo anterior significa que aunque sabemos que puede ocurrir un evento inesperado y desastroso, tenemos demasiadas otras cosas por las que preocuparnos cada día como para poder mantener la atención en una sola fuente de peligro. Como dijo el cantante cubano Silvio Rodríguez en su tema Los tres hermanos: “Ojo puesto en todo ya ni sabe lo que ve”.
“La vida es un riesgo, carnal”
Aquella frase de la película Sangre por sangre no es la única evidencia de ese mantra con el que llevamos la vida diaria en México. Nuestra cultura nos orilla a dejar en manos de algo más -o de alguien más- las cosas de las que no tenemos control.
“Dios sabe porqué hace las cosas”, “si Dios quiere” y hasta “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” son frases que hemos escuchado repetidamente para sobrellevar la incertidumbre que persiste en nuestra vida.
Elvira Cedillo nos explicó que la manera en que asumimos el riesgo en nuestro país no es igual a cómo lo conciben en naciones desarrolladas.
“En México, el nivel de experiencia de incertidumbre es muchísimo más alto (…) es una sociedad que vive mucho riesgo: el de perder el empleo, no saber si mañana cambian las cosas y te quedes sin casa, que llegue una nueva pandemia y el gobierno no pueda proveer la seguridad social suficiente (…) México es una sociedad que vive en el riesgo”, nos dijo la entrevistada.
Esto no significa que ninguna persona tomara precauciones ante un evento como el huracán Otis. Hay tantos testimonios de personas que se refugiaron a tiempo confiando en su experiencia e intuición, como de otros que permanecían en las playas, los hoteles o la convención minera que se llevaba a cabo en el recinto Mundo Imperial a tan solo algunas horas de que el huracán golpeara el puerto de Acapulco, sin anticipar la fuerza con la que azotaría.
Pero parte de olvidarnos del peligro y seguir con nuestras vidas como si nada hubiera sucedido es una herramienta de protección de la que hacemos uso para poder continuar. Es como si nos pusiéramos una venda en los ojos que solo nos permite ver y resolver lo que tenemos en el presente inmediato, nos explicó Elvira Cedillo.
“Cuando tenemos que solucionar el día de hoy porque no tenemos un control sobre los riesgos, lo mejor es no verlos, porque es la única manera en la que puedes vivir en ese estado de supervivencia”, nos dijo.
Porque en un país con tantas carencias como el nuestro aprendemos a vivir ante la adversidad, pero ¿es justo vivir así?