A enemigo que huye…

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Las promesas rotas de AMLO

López Obrador ha sido acusado por sus detractores de romper sus promesas de campaña. Llama la atención que no se quejan quienes estas promesas fueron motivo para votar por AMLO, sino quienes en principio las veían como esencialmente erróneas. ¿No tendrían que festejarle el entrar en razón en vez de vituperarlo por faltar a su palabra?

La crítica no es del todo trivial. Este comportamiento podría ser señal de algunas debilidades de carácter como la manipulación y la hipocresía. Sin embargo, las promesas de campaña incumplidas pueden tener otro origen. La politóloga Susan Stokes realizó un estudio comparado sobre presidentes latinoamericanos que implementaron políticas contrarias a lo que ofrecieron en campaña, con especial énfasis en el argentino Carlos Menem y el peruano Alberto Fujimori. Argumenta que una persona puede hacer promesas que honestamente piensa cumplir y aún así cambiar de rumbo en cuanto recibe información de la que no disponía anteriormente.

Esto parece ser el caso de los planes del presidente electo sobre el sector petrolero, en el que se observan los giros de timón más pronunciados. A medida que el equipo de López Obrador conoce los vericuetos y las ramificaciones de las decisiones en el área, comienzan a matizarse, si no a desmentirse, las afirmaciones previas sobre refinerías, precios de la gasolina e incrementos de producción. Pero esos planes rozaban lo demencial. Al abandonarlos, AMLO podría estar demostrando cualidades deseables: aprendizaje rápido, pragmatismo y confianza en el juicio experto.

Presidentes como Mujica o Lula tienen problemas con las alas radicales de sus grupos de apoyo cuando moderan sus posturas. Resulta extraño que AMLO reciba las críticas de sus opositores. También podría ser contraproducente.

Recientemente AMLO anunció que el estado de Tlaxcala sería sede de la Secretaría de Cultura, retomando su proyecto de “descentralización” consistente en llevar las secretarías a los distintos estados del país. Es un plan costoso en términos financieros y humanos, posiblemente atentatorio de derechos laborales. Es, de hecho, una solución inapropiada para un problema inexistente.

La Secretaría de Cultura es una entidad de importancia menor. Mi impresión es que así se pretende dar cumplimiento simbólico a una oferta desastrosa. Si con esto se acaba la mudanza de secretarías, en vez de señalar una pretendida hipocresía los críticos deberían tener presente la máxima “a enemigo que huye, puente de plata”. Si el futuro presidente abandona una idea terrible, no hay razón para ponerle obstáculos.

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