A veces me sale bien, a veces no tanto

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Hoy cumplo 48 años. 

Parece que sí, es cierto  que la vida se pasa así, mientras no nos damos cuenta y como dicen por ahí: estamos ocupados haciendo otras cosas.

Siempre que, puntualmente, llega el 14 de septiembre, hago en mi cabeza un balance de ese año y un pequeño ritual de las cosas que pasaron, las que se lograron, las que cambiaron, la que soy ahorita y la que era hace un año. 

Cuando reviso este último año, el adjetivo que predomina es: intenso. 

¡Pa-su-me-cha!

Intenso en crecimiento. En aprendizajes. En retos. En capacidad de adaptación. En pareja. En salud. En aprender a ser mamá de dos adolescentes (que no es para nada lo mismo que ser mamá de dos niños). En encontrar soluciones. En aceptar situaciones. En pedir ayuda. 

En trabajar en mi. En nosotros. En ellos. En confiar. En desconfiar. En satisfacción. En frustración. En miedo. En enojo. En salir de todas, esas, mis zonas de confort. En horas de escarbar en mi cabeza

De subidas y bajadas. De llorar en la regadera y sí, también de reír a carcajadas. En arrancar proyectos y tener que cancelar ¡tantos! otros. En soltar y en saber a qué (y a quién) quiero seguirme agarrando. 

En permitir. En asumir. En esperar. En estar. En trabajar ¡tanto! en mi casa, en mi cocina, en mi paz.

Una mamada, por decir lo menos, que después de varios años buscando y encontrar ¡por fin! mi camino, llegara una pinche pandemia ¡una pan-de-mia! a frenarme en seco… o sea neta ¿cuáles eran las probabilidades de que eso sucediera? Qué pinche mala broma de la vida…

¿Por algo pasan las cosas? O tal vez no tiene nada que ver con el destino y la vida nos mandó esto nomás porque es culera. Quién sabe…

Pero lo que sí es un hecho es que, si algo enseñan los años, es que uno se acostumbra a todo. Y que más allá de aprender a adaptarse, lo importante es saberse reinventar, todas las veces que sea necesario. Recalcular los caminos. Cambiar de rutas y a veces, incluso, el destino. Cambiar los planes, los sistemas, los días… cambiar todo y cambiar también la manera de verte a ti y sí, también, de ver al otro. 

El trabajo más intenso para mí este año fue mi diálogo conmigo. Con ese ratón que tengo en la cabeza que a veces no sabe parar, a veces necesita aprender a ir más rápido y otras me habla sin cesar y no le entiendo. Aprender a escucharme a mí y estar contenta conmigo. En esas he estado.

A veces me sale bien. A veces no tanto. 

Y paralelo a eso, me entreno todos los días en enfocarme más que en padecer, en agradecer. Lo que sí hay. Lo que sí tengo. Lo que sí soy. Los que están y todos los regalos que me dejan estando.

Así que gracias.

A ti, por leerme y compartirme y opinarme. 

Gracias a la de 16 por enseñarme a ver el mundo de manera distinta, su mundo, el nuevo mundo, lleno de ideales y de esperanza, es pura inspiración y me llena de orgullo. 

Al de 13 por sus carcajadas y abrazos que me calientan el corazón, su sarcasmo que me mata de risa y  toda la ayuda que me ofrece,  casi siempre, de buena gana, mi compañerito. 

Al Sponsor, por quererme, por elegir elegirnos, por su empeño en seguir creciendo, por escuchar (aún cuando me quiere estrangular). Le caigo gorda muchas veces pero sabe que este, el nuestro, es su lugar; por revisarse y reconstruirse las veces que sean necesarias y por todos sus polos, que me enseñan tanto de los míos. 

A mis papás por su apoyo incondicional, su amor infinito y el gran ejemplo que son (como pareja, como personas, como profesionistas) en todas las circunstancias de la vida, incluyendo una pandemia.

A mi hermana y su oreja siempre lista para escuchar, su sabiduría a la hora de opinar y su asombrosa capacidad para quedarse callada; por abrirnos su casa siempre que hace falta y extendernos a su familia, que es parte indispensable de la mía. 

A Ana Francisca, la única persona con quién puedo hablar por teléfono durante horas sin que me urja colgar y me avienta grandes dosis de realidad y verdadazos, pero también de amor, cada que me hace falta y que siempre está, aunque nunca puede. 

A Adina por lo absolutamente  inspirador y reconfortante  que es estar cerca de ella: la definición de alguien con los huevos bien puestos, el corazón en la mano y el pelo de colores cambiantes. 

A Ale siempre presente y cercana, la más sabia y valiente de mis amigas.  A Ana Paula y su generosidad desbordada y recurrente. A Laura por sus argumentos, su estructura y sobretodo,  la historia de los apios. 

A mi dude, Manolo, mi asesor principal para cualquier cosa que se me pueda ofrecer que siempre tiene tiempo de escucharme y darme una opinión sincera, aunque no tenga tiempo. 

A Fede y Carla y Luzma y Nico y Valeria, y Ana Valentina y Fleur y  la otra Ale y la otra Carla y Andrea y Marianne y todas aquellas personas que este año fueron parte de mi vida y me acompañaron a andar mi camino.

Y lo mismo gracias a los que no estuvieron, a los que se fueron, a los que juzgaron cosas sin tener los datos, o me soltaron… a veces, la mejor manera de saber con quién contamos es cuando la vida se pone difícil, y duele, pero también libera y eso, al final, también es un regalo. 

Mi regalo favorito este año fueron todas las nuevas personas que me trajo la pandemia y se acercaron para permitirme ayudarles de alguna manera. No cabe duda de que lo mejor que puedes hacer para estar bien, es ayudar a otro a estarlo y ponerse a pensar en otra cosa. Qué gran satisfacción es servir, lo seguiré haciendo.

Me queda pendiente aprender a estar en paz la mayor cantidad del tiempo conmigo, con  cada uno de mis días y con todos mis queridos; aprender a estar en paz por dentro aunque por fuera arda el mundo y se ponga cada vez más intenso,  es sin lugar a dudas el reto y una de mis principales misiones en este nuevo ciclo. 

Ni idea de cómo chingados se haga, pero creo que tiene que ver con lo de seguir agradeciendo, seguir soltando y seguirse asumiendo y reinventando siempre que sea necesario… así que eso haré, un día a la vez.

Feliz cumpleaños a mi y muchas ¡muchas! gracias a la vida, que sí, me ha dado tanto.

Otro título de la autora: Perfecta

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