AMLO y la historia (II): Un legado en medio del desastre

Compartir:

- Advertisement -

Todavía puede influir positivamente

Por declaración propia, sabemos que López Obrador quiere dejar su huella en la historia de México. Sin embargo, una situación imprevista pone dudas sobre sus perspectivas de éxito en este sentido. Se estima que, por efecto de la pandemia, la economía mexicana se habrá contraído en nueve puntos porcentuales durante 2020. 

Si a partir de 2021 se logra un crecimiento económico de 3% anual, en 2023 el Producto Interno Bruto real tendrá el nivel actual (de por sí inferior al de 2018). El año de la mejoría sería también el año de entregar el poder. En estas condiciones, la capacidad de AMLO para mejorar sustancialmente la vida de los menos favorecidos parece limitada, aunque no lo veo resignado a que se le recuerde como el presidente que nos recomendaba ser más espirituales porque para otra cosa no alcanza.

López Obrador, sin embargo, no es el único presidente que haya visto sus grandes planes derrumbados por una crisis económica. En los años 80 varios países latinoamericanos estuvieron a cargo de lo que parece haber sido una organización secreta que se esmeraba en cultivar la incompetencia económica.

Cuatro presidentes que, en diversos grados, podían ser considerados de la izquierda nacionalista gobernaron sus países con muy mal tino, si uno atiende al nivel de vida de sus poblaciones el concluir la gestión: Raúl Alfonsín en Argentina (1983-1989), Hernán Siles Suazo en Bolivia (1982-1985), José López Portillo en México (1976-1982) y Alan García en Perú (1985-1990). “Fatal” se queda corto para describir el desempeño económico de estos señores.

Los cuatro fallecieron, y la forma en que son recordados puede ser vista como un adelanto del juicio histórico sobre sus gobiernos. Ni López Portillo ni Alan García merecieron algo parecido a una despedida cariñosa. Ambos compartían una visión desproporcionada de su capacidad para transformar positivamente el rumbo de sus países, pero al morir quedaron como representaciones de lo peor del poder político: aquel que se beneficia a sí mismo a costa del bienestar de los gobernados. 

Ni un segundo período presidencial con buenas cuentas en la economía pudo limpiar la imagen de García. En cambio, con el paso del tiempo, el saldo que se hace de Alfonsín y Siles tiende a ser positivo. Esto se debe a dos factores. Por un lado, la integridad personal de ambos está fuera de toda duda. 

Pero, más importante, los dos fueron constructores de instituciones. Ambos asumieron la presidencia en sustitución de dictaduras sangrientas. En todo momento defendieron la institucionalidad democrática, lo que es particularmente arduo en situación de crisis económica. En circunstancias en las que habría sido más fácil ceder a las fuerzas autoritarias o incluso promover una dictadura personal (como lo hicieron después Fujimori o Chávez), Alfonsín y Siles optaron por defender las libertades políticas, la división de poderes y las elecciones competitivas. 

Este es el legado que dejaron a sus países y por lo que se los va a recordar.

López Obrador no parece haber optado por esta estrategia. Aunque no es un dictador como lo es Maduro, no se puede decir que su relación con las instituciones democráticas sea constructiva. 

Sin embargo, aún tiene tiempo para influir positivamente en la vida de los mexicanos, construyendo una infraestructura para el bienestar. Sobre esto, hablaremos después.

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.