Varios indicadores hablan de un proceso acelerado de descomposición al interior de Morena. Son muchos los indicios, pero aquí mencionaremos tres. La renuncia del secretario de SEMARNAT, Víctor Manuel Toledo, es uno de los hechos que ilustra la existencia de grandes contradicciones y diferencias no solo en el gabinete presidencial, sino en el partido como tal.
Lo significativo de la denuncia de Toledo es la revelación de una lucha encarnizada entre corrientes progresistas y conservadoras pro-negocios dentro del gobierno, donde, en su opinión, los conservadores van ganando en “la cabeza del presidente”.
Otra expresión notoria de crisis en Morena es la renuncia de Bertha Luján a competir por la presidencia del partido, siendo ella representante de la corriente “auténtico-radical” dentro de la conformación partidista. Ella rechaza el método de elección de la dirigencia, creyendo -quizá con razón- que la encuesta favorece a los dirigentes con más exposición mediática, y desincentiva la movilización corporativa interna, que es su base de poder.
En opiniones expresadas en esta y otras ocasiones, la lucha dentro de Morena sería entre los “auténticos movimientistas obradoristas” y los oportunistas que solo buscan consolidar posiciones y negocios dentro del gobierno.
Un tercer indicador, extraordinariamente revelador, fue la votación que dividió a Morena en la Cámara de Diputados, sobre la elección de la nueva Presidencia de ese brazo legislativo. Al tener que seleccionar al PRI o PT, Morena se dividió inicialmente así: a favor 93, en contra 72, abstención 63.
La votación lo desnuda como un partido incapaz de decidir en qué guía cree para definir su accionar legislativo: la ley o los impulsos más bajos de la retórica populista. No es difícil adivinar que en el Congreso de la Unión Morena se divide entre radicales y moderados, además de que cuenta con una camada de indecisos que no deciden si no reciben línea.
Progresistas y conservadores pro-negocios, auténticos y oportunistas, radicales y moderados. Esas son las categorías que los mismos morenistas usan para etiquetar sus diferencias internas.
Algo parecido sucedió cuando todos ellos pertenecían al PRD y fueron incapaces de dirimir adecuadamente los disensos entre unos y otros. Finalmente, una mayoría prefirió abandonar su partido en vez de resolver las diferencias internas. Esperanzados, fundaron otro: un movimiento, más que un partido, basado en el carisma y liderazgo del líder, aunque sin densidad programática ni definiciones claras.
Lo importante de este retrato es que el país está ante una organización político que aparentemente tiene un horizonte de vida finito y limitado. Es muy probable que, ante su escasa capacidad de tomar decisiones internas y la indefinición programática, se observarán fracturas internas y una dispersión del voto conocido como “morenista”.
Al enfrentar Morena varias precandidaturas por distrito federal y definirse a favor de una de ellas, los perdedores, que van a ser muchos porque hay muchos suspirantes, se moverán hacia otras organizaciones partidistas. Una opción será hacia los partidos aliados o los nuevos vinculados a Morena, como el PES, maestros o el de Pedro Haces. Los precandidatos derrotados llevarán sus votos a otros partidos.
Otra posibilidad será sumarse a los partidos de oposición. Algunos desencantados internos de Morena y del gobierno de AMLO, que son muchos, regresarán al PRD, mientras otros optarán por el PRI y un buen número buscará al PAN, por ser el partido más competitivo. Algunos líderes de Morena promoverán candidaturas con la oposición, pensando en poder jugar varias pistas hacia el 2024.
Seguramente en 2021 presenciaremos una primera ola de desencanto interno de Morena y su gobierno. Y será el preludio a una posibilidad cada vez más real: que Morena existirá como partido un solo sexenio, para luego hundirse en las arenas movedizas del largo otoño mexicano.
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@rpascoep
