La buena educación

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

El otro día, como muchos otros días, fui a nadar

Esta es una actividad recurrente en mi vida desde que hace como 25 años me descubrieron un defecto de fabricación en la espalda que requiere de mantenimiento diario y que es absolutamente fan de que yo vaya a nadar.

Durante todos estos años de ir a albercas, muchas veces en horarios de clases de niños, me ha tocado estar en los vestidores, o las regaderas, al mismo tiempo que los niños salen de sus clases y se bañan.

Una cosa que me llamó la atención desde el primer momento, y varios años antes de ser mamá, era que los niños, saliendo de la alberca se meten a bañar con la miss de natación… es como parte del servicio “ya después de la clase si quieres me meto con él/ella y ya te lo entrego bañado”. 

Me queda claro que las misses están tratando de ser amables y vender mejor sus servicios además de que muy probablemente la mayoría tienen las mejores intenciones. 

No lo dudo. 

Pero…

Siempre me ha desprogramado atestiguar que accedan a esa prestación. Y es que, llámenme exagerada, pero ¿¡por qué chingados pensaríamos que nuestro hij@ esté desnudo en un espacio cerrado con un perfecto desconocid@ es una gran idea?! Evidentemente, y en teoría, la o el profesor están en traje de baño (¡espero!) pero de cualquier modo le estamos mandando el mensaje a nuestro hijo que encuerarse y bañarse (dos de los actos más íntimos de un ser humano) con un desconocido (perdón pero el profe y la miss de lo que sean, son unos desconocidos en cuanto a estar encuerados se refiere) está perfectamente bien y encima, nos parezca un “paro” que alguien se ofrezca a hacerlo.

Lo mismo sucede con la ayuda de las trabajadoras del hogar, que de la misma forma pueden ser lo máximo y llevar 12 años trabajando con nosotros, pero siguen siendo unas desconocidas. Tal vez ellas no se meten a la regadera en traje de baño, pero los enjabonan y no solo eso ¡los tallan! Es decir, tocan el cuerpo de nuestros hijos por instrucciones nuestras para que no queden “todos puercos y parezca que no se bañaron”.

Estamos autorizando que, quién sea, toque a nuestros hijos… échense ese trompito al dedo. Con las mejores intenciones y quesque no pasa nada, estamos dejando que otras personas ¡los toquen! y eso, a mí, siempre me ha tenido particularmente t.r.a.u.m.a.d.a.

Y es que con los índices de abuso infantil como están: según datos de la asociación Aldeas Infantiles SOS, México ocupa el primer lugar a nivel mundial en abuso sexual infantil, con 5.4 millones de casos por año. Explican que los agresores suelen ser, en la primera infancia, padrastros, abuelos, tíos, primos, hermanos o cuidadores.

Esta asociación estima que una de cada cuatro niñas, y uno de cada seis niños, sufren violación antes de cumplir la mayoría de edad. Además, en cuatro de cada 10 delitos sexuales las víctimas son en personas menores de edad. A mí me parece que cualquier medida preventiva que podamos tomar, nunca estará de más.

Cuando la de 18 era MUY chica escuché una conferencia para prevención del abuso infantil (no me acuerdo de quién, discúlpenme, pero era alguien que sabía bien lo que decía) en donde decía que el primer paso para prevenirlo era nunca, jamás de los jamases, forzar a tu hijo a dar afecto físico en cualquiera de sus formas a cualquier, repito: c.u.a.l.q.u.i.e.r persona. Empezando por el famoso “saludar de beso” obligatorio que francamente guácala, la pandemia debió de haber acabado con eso ¡expliquenme por qué chingados tenemos que andarnos besuqueando con todo el mundo solo porque alguien más decidió que eso era “la buena educación”! ¡Fuchi!…

La teoría, que me hizo todo el sentido del mundo y se me quedó grabada para siempre en el disco duro, es que si tú obligas a alguien a tocar, y que lo toquen (porque si no “qué grosero”, “qué ranchera”, porque es la abuela, o el tío, o el amigo de su papá o quién pinches sea) esa personita va a crecer pensando que eso es lo que está bien y se espera de ella y el peligro es que el día que alguien la toque, o lo toque, de manera inapropiada… no pueda entender la diferencia porque es “normal”, estar encuerada en una regadera con alguien más. 

Porque está bien que te toquen tus órganos sexuales externos, al fin que en tu casa te los lava (y talla) una señora que tu mamá contrató y que probablemente cambia regularmente. Y porque estar continuamente expuesto y teniendo que tocar, besar y abrazar a los demás bajo la amenaza de si no ser un majadero y chance hasta de salir castigado, hace que cualquier prevención en cuestión de contacto físico e intimidad en cuestión de niños, simple y sencillamente, no existan… hasta que lamentablemente algo sucede y entonces sí nos empezamos a preocupar.

No quiere decir que esta sea la razón por la que los niños sean abusados sexualmente ¡claro que no! El abusador será siempre una persona muy enferma y absolutamente culpable y criminal, sin importar las circunstancias (y a la que habría que torturar lentamente hasta morir retorciéndose de dolor y de ahí mandar a un infierno especial para pasar la eternidad ardiendo en llamas), pero es un hecho que a nosotros nos corresponde también hacer cosas al respecto, proteger a nuestros hijos y armarlos para la batalla. La primera de la lista siendo: tu cuerpo es tuyo y nadie más puede tocarlo sin tu consentimiento. Para que si alguien lo hace sea ¡de inmediato un foco rojo y sepan echar a andar la alarma!

Un día, cuando el de 15 tenía 3, a la hora habitual del baño una noche en donde yo me encargaba de que se metiera a la regadera y de enjabonarlo, obviamente (porque así nos enseñaron) él, antes de desvestirse, me dijo con un aplomo impresionante:

“Tú sálete mamá” 

A mí obvio se me cayó la mandíbula y le dije:

“¿Quéee?”

El de 15 con 3:

Quíelo bañalme solo”

Me acuerdo que pensé ¿juaaat? ¿¡tiene 3 y ya me está mandando a la chingada?! ¿¡pero, quién se cree este escuincle?! Y justo cuando me disponía a deshabilitarlo por completo y negarme a escuchar rotundamente, alguito dentro de mí me dijo: “tiene razón”… y me salí, no sin antes darle una buena repasada a la teoría y práctica de cómo enjabonarse bien y lavarse eficientemente y, acto seguido, me retiré de las inmediaciones como se me había indicado con mi corazón tantito apachurrado y el ego completamente sorprendido.

Nunca más lo volví a bañar. 

¿Mi hijo salía siempre reluciente de la regadera?

¡Por supuesto que no! 

Pero sí les puedo decir que salía satisfecho de haberse encargado de él, él solo. Y yo fui entendiendo que su autoestima y el respeto a su privacidad, eran sin lugar a dudas infinitamente más importantes que mi ego y mis estándares de limpieza

Un año después de eso me la volvió a aplicar entrando al consultorio de la pediatra…

”Yo entro solo mamá”…. yo, cruzando miradas con la Dra. Me quedo nuevamente con cara de juat  y ella me indica: 

“Espéranos afuera y cuando lo haya revisado, te llamamos y entras.”

Mientras me quería volver a dar el supiritaco ante tal desplazamiento me quedé pensando que, finalmente, yo tampoco quisiera que él estuviera presente mientras un ginecólogo me revisara las entrañas y así, desde ese día, solo entro a ese consultorio una vez que mis hijos están vestidos y fueron revisados.

Esto puede parecer contradictorio y quiero dejar claro que accedí porque se juntaron tres factores muy importantes: 

1. Mi hijo ya era capaz de expresarse perfectamente y la conversación de: tu cuerpo es tuyo y nadie lo puede tocar, era recurrente y estaba bien plantada. 

2. Él me lo pidió, siendo probablemente lo más importante: él me pidió privacidad con alguien con quién se sentía en confianza y miren que ese niño era súper tímido y no se iba con cualquiera, además de que sabía muy bien qué pasaría en esas revisiones porque siempre lo platicamos antes. 

3. La pediatra es alguien de mi absoluta confianza y, además, la puerta se quedó entreabierta.

Me parece que es indispensable comprender que el espacio físico personal de cada uno  de nuestros hijos (en situaciones standard) es intocable, a menos de que alguien lo quiera compartir y para eso, a nuestros niños, les faltan muchos, pero muchísimos años.

Hay muchas cosas que no podemos controlar, pero sin duda hay muchas que podemos prevenir y para la que podemos preparar a nuestros hijos (y que ojalá nunca tengan que utilizar). 

No siempre es fácil porque implica conversaciones difíciles con ellos, cuando es hora de tener esas conversaciones. Y porque implicará también ir un poco,  o un mucho, contra la corriente de lo que ”está bien” y lo que “qué mala educación”. 

Mi suegra, por ejemplo, se ponía verde de coraje cuando me escuchaba decirle a mis hijos que no tenían que darle beso a nadie si no querían, que saludar era obligatorio, pero podía ser con la mano, con un simple hola, puñito, o con un beso o abrazo si a ellos les nacía, “peroooo yo soy la abueeeelaaaa” me decía infartada, a lo cual siempre respondí: “me da mucha pena pero yo no obligo a mis hijos a saludar de beso a nadie y te voy a agradecer que tú tampoco”. Sobra decir que le caía yo gordísima. Ni modo. Probablemente no era la única razón así que, ya entrados en gastos, me daba exactamente lo mismo.

Y es que, a la hora de elegir, creo que nos urge aprender a elegir mandar el status quo a la chingada y empezar a pensar tantito más en el bienestar, seguridad y mensajes que le estamos mandando a nuestros hijos en aras de la buena educación.

¿O qué opinan ustedes?

Otro texto de la autora: Nunca es tarde (y nunca digas nunca)

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