Carta a mamá

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Mamá,

Después de casi treinta años de dedicarme a escribir es la primera vez que una de mis cartas va dirigida a ti. Reconozco la injusticia, simplemente sin ti nada sería posible, pero también sé que la primera en comprenderlo siempre serás tú: luchaste por mi vida para que yo pudiera vivir la mía con plenitud y sin cadenas, ni siquiera las del amor.

Muchas veces me contaste de niña todo lo que debiste pasar para tenerme entre tus brazos. Ahora comprendo lo difícil que fue para ti defender la vida en tu vientre, la mía, cuando acababas de perder a otra vida en tu vientre, la de mi hermano no nacido apenas unos meses antes. Ahora comprendo lo complicado que fue para ti poner en riesgo tu propia vida para conservar la mía cuando ya tenías a otras dos hijas, sanas, fuertes y hermosas, quienes pudieron haber perdido a su mamá para que yo estuviera aquí. 

Ahora comprendo la angustia, los nervios, los insomnios que implicaron aquellas cinco amenazas de aborto, aquellos seis meses internada en el hospital, aquellos retos de pareja que viviste con papá. Sí, todo para que yo viviera. 

¿Cómo no sentirme amada, importante, superpoderosa? ¿Cómo no buscar atascarme de vida, de belleza, de placeres, de adrenalina? ¿Cómo no creer que mi vida vale las penas que les hice experimentar?

Y aun así, el día que te dije “esta es mi vida y yo soy quien toma las decisiones”, tú me abrazaste, me dijiste que tus brazos y tu casa siempre estarían disponibles para mí y me abriste la puerta. Nunca me has hecho un reproche. Ahora comprendo que lo hiciste porque confiabas en la educación que recibí de ti, de nuestra familia; lo hiciste porque confiabas en mí. Sí que has sido una madre sabia.

Gracias por enseñarme a andar en bicicleta y en patines, a subirme a los árboles, a nadar en el mar sin temer ni a las olas más altas, a remendar mis calcetines, a cocinarme el desayuno, a caminar a casa, a no esperar a que otros me dieran permiso para conquistar mis objetivos

Gracias por enseñarme a maquillarme las pestañas, por meterme a clases de piano, por leerme tantos libros en el sillón del recibidor mientras yo imaginaba mil mundos con los ojos cerrados. Gracias por estar en mis recitales de ballet, de música, por prestarme tu vestido de quinceañera para usarlo en mi fiesta de quince, por prestarme otro de tus vestidos para presentar mi primer libro. 

Gracias por no evitar que me raspara las rodillas, por no evitar que me rompieran el corazón, por no evitarme incomodidades necesarias; por dejarme tener a veces frío, hambre, tristeza, frustración, enojo, sueño. Gracias por no heredarme tus miedos.

Gracias por haberle dicho que sí a papá, por haberme dado a un lujo de hermanas.  
Gracias por enseñarme la ligereza de espíritu, la alegría, el lado luminoso de la vida, la fortaleza a pesar de las vicisitudes. Por enseñarme a no echarme la culpa por errores ajenos, a tener la valentía para conquistar el mundo subida en unos stilettos, por dejarme jugar con tus tacones altos, a convertirme en la mujer en la que me convertí muchos años antes de lograrlo. Gracias por enseñarme a llevar mis defectos con dignidad y mis virtudes con orgullo.

Gracias por el borreguito de peluche que me regalaste cuando salí del hospital después del legrado de mi primer hijo que no fue. Gracias porque desde que me convertí en madre has estado cada día conmigo, enseñándome a seguir mi instinto para cuidar a mis hijos, siendo mi cómplice para que yo pueda alcanzar las cimas de mis montañas. Gracias porque cada día de tu vida es un testimonio de que lo demás puede caerse a pedazos, pero yo soy la poseedora de mi última palabra.

Mamá, discúlpame por haberme tardado treinta años en dedicarte estas palabras, por cada vez que di por hecho la maravillosa mujer que eres, por cada vez que remilgué cuando me dijiste una verdad incómoda que no acepté hasta que se me dinamitó entre las manos. 

Mamá, Norma, hoy quiero decirte que estoy orgullosa de ser tu hija y, sobre todo, de darme cuenta de que cada día me parezco más a ti; ese es uno de los más grandes privilegios que me ha regalado la vida.

Sí, eres lo máximo. Gracias, mamá.

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