Mi intestino parece un gnocchi

Compartir:

- Advertisement -

Yo nací angustiada

Neuras. Intolerante. Nerviosa. Intensa.

Tengo lo que he denominado -y creo que ya es una enfermedad oficial- “El Síndrome de Angustia Catastrófica Galopante”. Eso quiere decir que ante cualquier cosa me cilindreo y me dejo ir como gorda en tobogán pensando que es el fin del mundo y ya después me vuelvo a gobernar. A veces.

Esto me ha hecho ser acreedora de infinitas burlas -y volteadas de ojo-  por parte de mis seres cercanos y sí, también, de infinito sufrimiento.

El miedo es para mí la razón de mis angustias y la kriptonita de mi vida. Me paraliza. Literalmente, me hace quedarme viendo al techo por horas sin poderme mover de ahí, imaginando escenarios catastróficos y correr intermitentemente al baño mientras dura la crisis.

Llevo varios años conviviendo con estos ataques y honrosamente puedo decir que los he sabido torear, he aprendido a verlos venir de lejos y a tomar cartas en el asunto antes de que lleguen para neutralizarlos y, con mucho orgullo -y horas de terapia- he aprendido a leerlos y tenerlos a raya, casi siempre.

Pero luego, pues llegó la pinche pandemia con todas sus asquerosas monadas y durante todo el año que llevamos encerrados, parecería que el destino no ha hecho más que irle sumando factores de estrés a mi vida con temas de salud, crisis familiares de todo tipo y, evidentemente, la situación en la que está nuestro país que habría que estar muerto para no sentirse, aunque sea, tantititito preocupado.

Digamos entonces que, si bien yo soy una estresada nata, el último año no ha cooperado ni madres y mis miedos han estado tragando diario à volonté en un buffete de comida exquisita, certificada y diseñada especialmente para miedos.

Hace unos días, después de 2 años de evadir una colonoscopia, decidí que era momento de dejarme de hacer pendeja y ser responsable. Así que me armé de valor. Hice mi cita. Me pasé el día anterior sentada en el escusado. Y me presenté en tiempo y forma -líquida- a hacer lo que hace dos años tenía que hacer.

Lo primero que les tengo que decir es que de haber sabido la delicia máaaaxima que son esas drogas hubiera ido antes y ahora sufriré por no poder ir cada mes  -o diario, quisiera poder ir diario- ¡Omaigaaaaad que cosa tan maravillosa -y tenebrosa- es que te apaguen así la luz!

Lo segundo, es que afortunadamente mi colón está todo lo saludable que puede estar en cuanto a no tener cosas horribles. Fiuuu.

Y lo tercero, es que por primera vez tengo una prueba física de que el estrés no solo se siente, sino que el cuerpo lo manifiesta. Mi intestino no dejó pasar al Doc y su camarita hasta el final por que está to-tal-men-te cerrado.

Dice mi amiga Ana Francisca que parece un gnocchi, yo lo veo menos romántico y le pondría otro nombre menos glamoroso, pero lo que es un hecho es que, el pobrecito, está muy pero muy estresado.

Cuando le pregunté al doctor qué hacer, pensando que me iba a mandar un tratamiento gastroenterológico atómico, me contestó sin chistar: “ve con un terapeuta a vomitar, tómate algo pa´ tu estrés y encuentra maneras de canalizarlo”.

Me fui de ahí flotando deliciosamente a pensar en eso que me había dicho el doctor y también a darle permiso a mi estrés de hablar conmigo.

Así me he pasado la semana.

Hablando con él y dándome cuenta de que los últimos meses he vivido al borde de un ataque de pánico permanente y que, de manera sorpresiva y también un poco alarmante, he podido lidiar y contenerme a mí y a los que viven conmigo pero que, francamente, ya no puedo pinches más.

Ya no me alcanza la copa de vino o la chela eventual. Ni mis gotas de CBD que tantos paros me han hecho. Ni embarrarme todos los aceites esenciales en mi haber. Ni mi ejercicio diario. Ni vomitarles a ustedes mis neurosis. Ni ver a mis tres amigas cada tres meses. Ni leer un libro tras otro para escaparme de la realidad. Ni estar pegada al mugroso teléfono poniendo a mi cerebro en modo zombie.

Ya no puedo.

La angustia catastrófica galopante está instalada de manera permanente en mi garganta.

Quiero toda la botella de vino. Fumarme la mariguana completa. Inyectarme el Adaptiv, Serenity y Balance de Doterra. Mandar a la mierda el ejercicio. Irme a vivir con mis amigas a otra realidad y olvidarme de estas, mis tres personas, que a veces pesan demasiado.

Nomás porque me acuerdo del infieeeerno que fue dejar el cigarro no vuelvo a empezar. Pero ganas no me faltan.

Y es que ¡chingada madre!, llevo un año esperando a que la vida regrese a lo que era antes y me voy dando cuenta con horror que eso jamás va a suceder ¡y esa es, probablemente, mi principal angustia! y el motivo principal de mi tristeza…

Por que me doy cuenta también de que además de mucho miedo, lo que tengo sobretodo, es el corazón tantito roto, cansado de echarle ganas y de hacer como que no me acuerdo que mi familia está herida por varios lados y, yo, también.

Dicen que aceptar es el principal paso para empezar a avanzar.

Y entonces… pues acepto.

Acepto que las cosas están efectivamente de la chingada.

En mi entorno. En mi familia. En mi país. En mi cabeza. En el mundo. Y en mi intestino.

Y después, me muevo.

Hay varias personas a las que recurro cuando me siento perdida dependiendo del tipo de “perdidez” y angustia que maneje en ese momento. Pero tengo una favorita para las grandes crisis. A esa le hablé. Para que me dijera lo que me tenía que decir sin importarle dos segundos si quiero, o no, escuchar lo que me tiene que decir y simplemente me sorraja las verdades. Para eso le hablo. Para que ella me las diga, yo las oiga, las integre y tome decisiones en mi vida para no dejar que la angustia me arrastre y la chingada me lleve.

Porque francamente ¿qué prefieren? La amiga que te dice: “wooow te ves increiiiible.  Todo está perfectoooo. No te preocuuupes o pobrecita de tiiii” siempre que le preguntas cualquier cosa, o la que te pone un estate quieto, te saca una lagrimita pero te dice con toda honestidad “no mames, no puedes salir así, pareces chile relleno. Manda eso a la chingada o déjate de victimizar y haz algo al respecto.”

Yo, ¡sin dudarlo!, la segunda. Las otras no son amigas, son paleras. O facilitadoras.

Entonces, hablamos durante horas, arreglamos el mundo, o por lo menos mi mundo,  nos reímos sin cesar y también, chance, lloré tantito.

Cuando colgué -además de pendejearme a mi misma por no hablarle mas seguido a esta vieja que tanto quiero y tanto bien me hace– definí la ruta a seguir…

Cambiar el orden de mis días.

Insertar nuevas rutinas.

Seguir haciendo ejercicio, aunque me cague y aunque me cueste. Seguir.

Despegarme un poco de mis angustias ¡y de mi celular! y buscar cosas que hacer que me hagan sentir bien, como ayudar a otro, aunque sea, llamándole y preguntándole: ¿cómo estás hoy?

Encontrar maneras de hacer algo por alguien más es una gran manera de sentirse mejor y salirnos de nuestra cabeza. Háganlo.

Sesiones de agradecimiento consciente, sí, así con temporizador y todo. Dos minutos diarios de pensar las cosas por las que puedo dar gracias. No sé si es cierto o no que agradecer regularmente cambia la química del cuerpo, pero lo que les puedo decir es que por lo menos me cambia la manera de ver mi vida, y ya con eso.

Enfocarme.

Hacer lo que yo sé hacer por mi comunidad y  mi país… por ejemplo: seguir insistiendo en la relevancia de participar en él ACTIVAMENTE de todas las maneras que puedas hacerlo y dónde sea que estés, (¡empezando por votar de manera práctica y útil! HAZ CLICK AQUÍ  PARA SABER CÓMO).

Seguir apoyando empresas mexicanas chingonas.

Seguir compartiendo contenido para reír que tanta falta hace, y también para reflexionar, que tanto se nos olvida.

Darme permiso de buscar ayuda y, si es necesario, ¡tomarme la ayuda! para lo cual tengo ya mi cita con el psiquiatra.

Quitarnos el tabú de ayudarle a nuestra mente a estar en paz es in-dis-pen-sa-ble ¡siempre! pero sobretodo en este momento del mundo en donde ya está todo suficientemente complicado como para sufrir a lo pendejo.

Seguir con mis sesiones de vomitar, esas sin las que no puedo vivir, a  veces en un consultorio con un experto, a veces con mis amig@s y la inagotable fuente de risas y gozo que son en mi vida.

Escucharme. Respirar. Desconectarme. Poner límites. Reír.

Alejarme de personas tóxicas y deslindarme de conductas asquerosas que no tienen que ver conmigo, sino con la persona. Tomarme el tiempo de abrazar a mis queridos más seguido. Seguirme escapando a otros lados leyendo por ratos, o por horas. Venirles a vomitar a ustedes mis reflexiones.

Soltar…

Permitir que el gnocchi de mis entrañas se deshaga enseñándole que hay cosas que nos competen y otras que ni para qué nos gastamos.

Y buscar nuevos proyectos que me tengan la mente, y el entusiasmo, ocupados.

Que mi estrés sea por cosas que valen la pena y en las que sí puedo hacer algo al respecto… como por ejemplo, escribir un libro…

¡Eso!…voy a escribir un libro.

Otro título del autor: Pónganse la pinche pila

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.