¿Cómo sobrevivir a los momentos horribles de la vida?

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

No tengo idea. Y esa es la verdadera verdad. 

Y es que por más consejos que te den, por más libros que leas, por más cursos o terapias que tomes y sin importar cuántas constelaciones familiares y demases esoterismos lleves a cabo, no existe una fórmula, ni un tiempo determinado, ni un plan de acción infalible para salvarnos de los momentos nefastos de la vida. Primero, porque cada experiencia -igual que cada persona- es distinta.

Segundo porque ni las experiencias, ni las personas, son unifactoriales. Las variables y las circunstancias tienen un efecto directo en la experiencia de cada quién y por lo tanto, no hay manera de generalizar ni hacer una receta para salir del pinche hoyo como si fuera una pasta a la boloñesa estándar en tres sencillos pasos. Y tercero, porque uno de los únicos clichés con los que siempre he estado de acuerdo es que la única manera de salir de algo, es atravesándolo: “The only way out… is through”. No hay atajos para acelerar los procesos.

Las últimas semanas han estado lejos de ser cómodas y  aunque tengo un profundo agradecimiento por mi red de apoyo que me sostiene, la frase esa de: “vas a estar bien y un día vas a ver para atrás y comprender que esto es lo mejor que pudo haber pasado” se empieza a volver un poco repetitiva y muchas veces me dan ganas de contestar furiosa ¿y tuuu cómo sabeeees? ¿tienes una bola de cristal? ¿puedes ver el futuro? ¿te pasó lo que me pasó a mi o por qué estás tan seguro? 

Por supuesto que entiendo la intención. Igual que entiendo que esas personas deben de estar hasta la mismísima madre de escucharme darle vueltas al mismo tema y ver con espanto mi nombre aparecer en sus pantallas y ya no saben qué más decirme para que yo deje de chillar (y de chingar).

Con la mejor de las intenciones la gente te da todo tipo de consejos. Opiniones. Remedios. 

Te invita aquí y allá y quiere que “te distraigas”, sin embargo, durante mi proceso, me redunda en la cabeza algo que mi tío Philippe me explicó una tarde durante una caminata en una playa al encontrarnos un caparazón, completo y en perfectas condiciones, de lo que yo pensaba que era un cangrejo muerto. 

“No se murió” -me dijo-… creció.

Resulta que cuando los cangrejos ya no caben en su concha, la abandonan y como quedan “en carne viva”, sin protección alguna y a merced de muchos depredadores marinos, se esconden debajo de una piedra mientras se construye su nuevo caparazón. 

Creo, que todos tendríamos que ser más como los cangrejos… 

Tenemos tanta prisa por salir de la incomodidad y dejar de sentir el dolor que nos refugiamos en todo tipo de cosas, relaciones y actividades para dejar de sentir y, en gran medida para hacernos pendejos. Y creo, que en realidad el camino más rápido para salir del agujero es, precisamente, al revés: enfrentándose con uno mismo y aislándose un poco del mundo exterior para reparar, aunque sea tantito, el interior. Ponerse en cuarentena para sumergirnos en nosotros mismos. Para hacernos más fuertes. Para protegernos de cosas que nos pueden dejar heridas permanentes o mutilarnos una parte del cuerpo: como la capacidad de sentir y darle el golpe a lo que sea que nos esté sucediendo. 

Y es que cuando a uno se le rompe el piso, la montaña rusa de las emociones es tan violenta que, en mi opinión, el primer consejo es no hacer nada. Quedarse quieto. No tener mil planes. Ni pretender controlar nada. Ponerse a merced de las emociones y navegar un día a la vez sin absolutamente ninguna expectativa. Por supuesto distraerse un poco nunca hace daño, pero llenarse de compromisos durante un duelo es, en mi opinión, la manera más clara de hacerse pendejo y aunque eso puede funcionar un tiempo, es un hecho que llegará un punto en donde la realidad pegue, y probablemente, pegue más fuerte y francamente, ya no estamos para andar perdiendo el tiempo.

Mi segundo tip es, sin lugar a dudas, aprender a pedir ayuda. Buscar personas, información, contenidos que puedan darte respuestas, o simplemente, un poco de su tiempo y un abrazo. Hablar de lo que nos sucede. Aprender de lo que nos sucede. Crecer con lo que nos sucede y, poco a poco, como los cangrejos ir construyéndonos un caparazón más grande, más fuerte, y más adecuado, para nuestro nuevo yo.

Hoy, mi montaña rusa me llevó muy bajo y me sorprendió con un golpe de infinita tristeza en una tarde solitaria y fría hecha bolita en mi casa. Tomé el teléfono y le marqué a ese tío, que, aunque vive muy lejos siempre ha estado muy cerca y le dije: extraño mucho la sabiduría de mi papá… se me ocurrió que podía pedirte prestada un poco de la tuya. Colgamos dos horas después de haberle platicado mis penas, escuchado sus siempre sabios consejos y recordando la historia del cangrejo…”Las metamorfosis son siempre dolorosas, pero sirven para hacerse más grandes. Vas a estar bien -me dijo él también- lo único que no te puedo decir… es cuándo”. 

¡Cuándo! es lo que todos queremos saber cuando estamos en el revolcadero. Nadie sabe y la única receta es: toma un día a la vez. Confía en que un día esto va a haber pasado, como piedra de riñón, pero habrá pasado.

Rendirse ante lo que es. Dejar de luchar en contra de la marea y simplemente dejarse llevar un poco, aunque a veces sea al fondo y esperar.

No olvidarse de respirar. Echarse un clavado a las profundidades de nuestras penas para aprender de ellas, pero sobre todo, de nosotros. Rodearse de gente que sepas que puedes llamarle cien veces con el mismo choro y tengan la generosidad de seguirte escuchando y darte la certeza de que todo va a estar bien, aunque no sepan cuando.

Y finalmente, tratar de tomar siempre, un poco de perspectiva, porque sí, las cosas tal vez podrían estar mejor …pero podrían también estar mucho peor, por lo que enfocarse en lo que sí hay y agradecer es también un ingrediente indispensable en la receta para reconstruirse y sobrevivir.

Gracias por leerme y acompañarme este año tan determinante en mi vida, me llevo la moraleja de que lo único constante es el cambio.

Les deseo un 2023 con la menor resistencia posible a lo que sea que nos tenga preparado,  con la capacidad de irnos poniendo flojitos y cooperar, siempre que sea necesario, y de darnos permiso de guardarnos y protegernos mientras crecemos, nos ponemos nuevas pieles y nos acomodamos en nuestras nuevas casas interiores y exteriores… como los cangrejos.

Otro texto de la autora: Los duelos y las pérdidas

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