¿Cómo es la casa que habita en ti?

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Cuando nos cambiamos de casa – y empezamos a abrir todos los armarios y cajas – tenemos la sensación de que desenterramos tesoros. Las fotos antiguas con su negativo, cartas, postales, el juego de cubiertos que te regaló tu mamá… No puedo dejar de pensar: ¿por qué ocultamos todo lo que es emocionalmente importante y exponemos solamente lo que es chido y es tan chido que estaba en promoción y la mejor amiga también lo tiene?

Me encanta ir a la casa de alguien  y ver el dibujo de su hijo de siete años expuesto como si fuera un Pollock, porque ahí está el corazón de esta casa. El detalle que la hace distinta a cualquier otra.

Y como dicen que nuestra casa es una proyección de nosotros mismos, ¿por qué hacemos lo mismo con nuestros sentimientos? ¿Por qué exponemos solamente lo que se espera de nosotros, aunque no sea nuestra verdad?

En este momento, la única respuesta que viene es que queremos ser aceptados. Todos. Tú y yo e incluso aquella persona insoportable que parece hacer todo para que no caer bien a nadie.

Infelizmente el mundo anda tan superficial y fijándose en productos tan sin valor emocional, que para intentar ser validados, empezamos a creer que lo que llevamos dentro de nuestras carteras es más importante que lo que llevamos en nuestros corazones. Sentimos la presión de tener la mejor opinión sobre todos los temas y apoyamos por las redes sociales todas las causas sociales, sin reflexionar mucho sobre lo que de verdad sentimos.

En una sensación de, si dicen que es lo correcto, entonces lo es y se apoya publicamente para no sentirse distinto. Además, está la inevitable comparación con el éxito y la apariencia con las  mujeres de la portada de la revista que nos frustra.

¿Cómo salir de ahí? Eligiendo muy bien por quién queremos ser aceptados. Salgamos de las redes sociales que nos oprimen en silencio, para ser todo lo que nos hace igual a los demás y busquemos ser aceptados por  personas de mundo real, que nos conozcan de verdad, que nos quieran bien, que admiren las diferencias, que nos permitan volar, que quieran debatir y no tengan miedo no estar de acuerdo con todo; que cuando nos critiquen, lo hagan con amor y transparencia.

Volvamos a enamorarnos de lo que nos hace distintos y, por ende, especiales. Desenterremos nuestras fragilidades y verdades, porque al hacerlo, podemos convertirlas en cualidades únicas. Cualidades sorprendentes.

Hasta para nosotros mismos.

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