El espejismo del corcholatismo político

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Si naciste después del año 2000, es probable que muchos de los nombres que leerás te suenen a referencias de un pasado remoto sacados de historias de terror. Y eso son. Pero es importante recordar lo que pasó en aquel lejano final del Siglo XX para entender un poco más de lo que ocurre ahora, en el Siglo XXI, con la siguiente elección de 2024.

Hace cinco sexenios que se acabaron las sucesiones por dedazo en nuestro país. El último Presidente que eligió a quien le seguiría en el cargo fue Miguel de la Madrid Hurtado, quien gobernó (es un decir) México entre 1982 y 1988.

La designación de Carlos Salinas de Gortari como candidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República en 1987 generó un cisma en el hasta entonces partido hegemónico y un revoltijo ideológico y programático de lo más bizarro.

Está plenamente documentado lo que pasó después: la salida de un grupo de priistas más bien ligados al echeverrismo que rechazaban el giro de la Revolución Mexicana hacia el neoliberalismo económico, impulsado por las grandes potencias de occidente, los llevó a juntarse y crear -de la mano de la izquierda mexicana que se quedaba huérfana de referentes ante la caída de la Unión Soviética– el Partido de la Revolución Democrática.

En ese batidillo ideológico germinó la semilla de lo que hoy conocemos como Movimiento de Regeneración Nacional. Ahí llegó Andrés Manuel López Obrador en 1989 cuando su entonces partido, el PRI, le negó la candidatura al gobierno de Tabasco. Pero ahí llegarían también las corcholatas morenistas que hoy buscan conseguir, reviviendo el dedazo presidencial -maquillado de encuestas ciudadanas- la nominación presidencial del nuevo partidazo mexicano.

Cuando se fundó el PRD, tres de esas corcholatas eran orgullosos priistas: Marcelo Ebrard era mano derecha de Manuel Camacho Solís, quien se pensaba a sí mismo como sucesor  de Carlos Salinas; Ricardo Monreal había sido electo diputado federal por el PRI en la misma elección cargada de acusaciones de fraude en la que Salinas terminó siendo avalado por los diputados priistas y panistas que calificaron esa contienda. 

Y Adán Augusto López era un burócrata profesional del Tabasco priista, lo que siguió siendo hasta el año 2000 cuando coordinó la campaña del entonces candidato del PRI a la gubernatura, Manuel Andrade.

La única que no militaba en el PRI durante el cisma del año 88 era Claudia Sheinbaum, quien había participado en el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario de la UNAM en 1987, que buscó frenar la privatización de esa universidad. Uno de los tres líderes de aquel movimiento sería después su esposo: Carlos Imaz

Claudia se incorporaría en realidad de lleno a la burocracia de la mano de Andrés Manuel López Obrador, quien en el año 2000 la nombró secretaria del Medio Ambiente del entonces Distrito Federal.

Estos ejercicios de memoria son buenos para entender mejor lo que ocurre en la actualidad. Y es que como decíamos, desde De la Madrid-Salinas, ningún Presidente ha logrado imponer a su sucesor, como sí lo hicieron los demás presidentes mexicanos de la era posrevolucionaria, desde Plutarco Elías Calles.

Salinas fracasó con Luis Donaldo Colosio y se tuvo que conformar con un muy rencoroso Ernesto Zedillo. Éste intentó impulsar a Esteban Moctezuma, pero la ola foxista impidió la llegada de Esteban a la candidatura del PRI; en su lugar designó para perder a Francisco Labastida.

Fox impulsó a Santiago Creel, pero Felipe Calderón se hizo con la nominación del PAN a la Presidencia y terminó por ganar una muy polémica elección que aún hoy sigue manchada por las acusaciones que el presidente AMLO repite de que “le robaron la Presidencia”.

Calderón finalmente no tuvo la fuerza para designar a su candidato y ni siquiera apoyó a quien fue la abanderada del PAN en 2012: Josefina Vázquez Mota

El panismo que se volvió priista vio cómo Enrique Peña Nieto traía a un nuevo PRI a Los Pinos. Y, finalmente, el vapuleado peñanietismo encontró en el ex panista José Antonio Meade a quien les garantizara la derrota (y la impunidad) frente a López Obrador.

AMLO, quien llenó de priistas al PRD a finales de los años 90. El que revivió (literal, casi que los sacó de sus sarcófagos) a glorias del echeverrismo como Manuel Bartlett, Alejandro Gertz Manero e Ignacio Ovalle, ha abierto un juego sucesorio muy parecido al que empujaron los ex presidentes Luis Echeverría y Miguel de la Madrid

La diferencia es que no han sido columnistas o líderes de sectores quienes destaparon a las ahora famosas corcholatas, sino que lo hizo quien encarna a la mismísima 4T. El propio Presidente les puso nombres y apellidos. A un país al que le encanta especular, la sucesión adelantada le vino como anillo al dedo.

Todo lo que hacen o dejan de hacer Claudia, Ricardo, Marcelo y Adán se lee ahora desde la lógica de la sucesión presidencial. Y eso es bueno para las y los opinólogos y fantástico para el Presidente.

Porque cuando podríamos estar hablando de la corrupción en todas las áreas del gobierno mexicano o de la inseguridad o la carestía o las violencias contra las mujeres, terminamos (me incluyo) hablando de si la corcholata A hizo o le mandó un mensaje a la B o si la C ya se cayó o la D no prende.

¿A quién no beneficia este perverso juego de las corcholatas? Para empezar, a las corcholatas mismas, que lejos de posicionarse, llevan un año de desgaste público y no terminan por entusiasmar ni a sus vecinos.

Para continuar, no beneficia al país. No solo porque se ha generado una sensación de vacío de poder, sino porque el riesgo de que en 2024 termine volando por los aires la unidad de Morena y se ponga en riesgo la estabilidad del país se ve cada día más real.

No son pocas las voces que señalan que de no beneficiarse con las “encuestas” de AMLO, al menos dos de las corcholatas cambiarán de marca con tal de estar en la boleta de 2024.

Estamos, pues, ante un escenario curioso e inédito para nuestra inacabada democracia. Por primera vez desde 1994 hay amplísimas posibilidades de que el Presidente en turno decida a su sucesor. Ante la falta de liderazgos nuevos y frescos en la oposición (o sea, ¿cuántas generaciones tenemos que escuchar los apellidos De la Madrid, Ruiz Massieu o Colosio?), el camino para la o el candidato de Morena parece más que pavimentado.

Pero como en 1988 el actual Presidente, imitando la pasarela que se inventó De la Madrid, ha abierto también la posibilidad de dinamitar su propia sucesión.

A este gobierno le quedan dos años. Es mucho lo que se puede hacer, ha dicho el Presidente. Y sí. Es hora de poner atención y dejar de irnos con la finta del corcholatismo político para revisar con lupa lo que este gobierno hace y deja de hacer. No podemos darnos el lujo de seguir eligiendo tan mal como lo hemos hecho a nuestros dirigentes.

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