Se tenía que decir, y se dijo

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A un año y medio de este capítulo terrorífico de la historia, yo no me dejo de sorprender de las pésimas decisiones -por no decir pendejadas- que la gente toma, o no toma, en medio de lo que sigue siendo un grave problema en nuestro país por más que parezca que la vida ha regresado a la normalidad.

A la de 16, el chiste del regreso a clases presencial le duró exactamente dos días para que la mandaran a su casa toda una semana después de que se anunciara un caso de COVID, aparente y extraoficialmente de una maestra en común para tres grupos de especialidades y no de tronco común y que, según los alumnos de dichas clases, estuvo tosiendo, quejándose de dolor de garganta y moqueando… es decir… presentando síntomas y presentándose a trabajar después de 18 meses, sin haber entendido absolutamente nada.

Llorando de rabia me dio la noticia ésta, mi hija, que como todos los pubertos, ansiaba regresar a su escuela. Acto seguido los chats de mamás se activaron sin cesar con muchos: “qué barbaridad”, “no puede ser”, “qué desesperación”, “ya por favor que regrese la vida normal” y todos los etcéteras que quepan aquí… con los que evidentemente concuerdo absolutamente.

Miren…

Yo solo estoy en los chats indispensables en mi vida porque odio los chats multitudinarios. En lo que se refiere a la escuela de mis hijos, solo estoy en chats para hacer rondas. De los de los salones huí. Me largué lo antes que pude porque lejos de ayudar, me parece que los chats de las mamis son una cosa tóxica que solo hace que las mamás saquemos lo peor de nosotras y los hijos se vuelvan unos inútiles. Y la escuela, sabiamente, solo se comunica por email.

Pero como los de las rondas sí son indispensables, pues en esos sí estoy. Normalmente se usan estrictamente para organizar idas y venidas, menos ese día que se cancelaron los grupos y entonces empezaron las lamentaciones…

Esto que les voy a contar lo escribí ahí primero. Yo no escribo nada en ningún lado que no pueda decir de frente y así lo hice y lo comparto porque eso que pasó en ese chat, pasa por todos lados, en todos los chats, todos los días y no sé a ustedes, pero a me hace trinar y temblar de furia y desesperación

Y es que resulta que las personas más descolocadas frente a la noticia del re-confinamiento y la eternidad de la pinche pandemia, eran las mismas que habían regresado de vacaciones de Europa pocos días antes de volver a clases y mandado a sus criaturas de inmediato, o que sus hijos habían asistido a reus durante toda la pandemia o, ese mismo fin de semana, sido anfitriones de una fiesta de más de 40 pubertos en su casa, o dado permiso de que fueran al evento.

Y pues amigas dense cuenta.

#Todomal

¡¿Cómo es posible que nos quejemos amargamente de algo y hagamos totalmente lo contrario?!

A ver…

Antes que nada, aclaro que entiendo perfectamente que cada quién ha manejado como ha podido estos horrendos meses. Que el criterio de cada quien es personal. Que yo puedo pensar una cosa y está bien. Y el de junto otra, y también está bien.

Entiendo que es imposible ponernos todos de acuerdo en todo.

Sí.

Pero creo que, si en algo estamos unánimemente en el mismo canal, es en que la escuela es una actividad esencial, en que le hacía mucha falta a nuestros hijos regresar y en las devastadoras consecuencias que tuvieron que pagar, y seguirán pagando, por no haber ido todo este tiempo.

Evidentemente todos queremos eso.

Lo que no hemos entendido es que para que eso funcione tenemos ¡todos! que ponernos la pila, tomar responsabilidades, estar en el mismo canal y estar dispuestos a hacer o dejar de hacer ciertas cosas y pensar en las consecuencias de nuestras decisiones. 

Eso quiere decir: sacrificar ciertas actividades y dejar de hacer vida social como si nada a cambio de que las escuelas puedan seguir funcionando. 

O en caso de hacer algo que pueda implicar un riesgo, tomar las medidas responsables necesarias: aislamiento y pruebas.

No se puede chiflar y comer pinole, mamás y papás.

No podemos lamentarnos, por un lado, y por el otro dar -o darnos- permisos que ponen en riesgo a todos a corto, mediano o largo plazo. 

Mi hija se quedó esta semana encerrada y evidentemente no hubiera ido a esa fiesta ni aunque la hubieran invitado, pero cuando regrese, muy probablemente algunos de los que sí fueron empiecen a presentar síntomas y vuelva a haber salones que tengan que cerrar y no, nunca vamos a acabar.

Chingada madre.

Esto es algo que ya sabíamos que iba a pasar: que iba a ser un desastre monumental. 

Que el sistema sería de ensayo error y que aún así no hay otra manera de hacerlo porque la opción de que los niños se queden en casa tres años simplemente no es sostenible.

Lo que no mucha gente se había puesto a pensar es en las concesiones que cada familia tiene que hacer a cambio de que las escuelas de sus hijos puedan funcionar lo mejor posible. Y eso quiere decir: ser contundentemente más conscientes de nuestros actos y tener tantita más madre.

Las escuelas también tendrán que aprender a ajustar sus protocolos. Establecer nuevos. Eliminar decisiones estúpidas como esa de descontarle el día al profesor que por presentar síntomas decida no presentarse y ser responsable; mandar a su casa de inmediato a quién piensen que tiene la más mínima posibilidad de estar contagiado. 

Y muy importante: dejar de pensar que “no decir nada” es mejor para “no alarmar” ¡no! La información es poder y mantenernos informados es esencial para poder, todos, hacerlo mejor. Ser claros, abiertos, puntuales. Hacer Pruebas. Ensayos. Errores. Rectificar. Repetir.

Entiendo perfectamente que el bicho no se va a ir en mucho tiempo. 

Que hay que aprender a vivir con él. 

Que ver a una persona representa un riesgo igual que si ves a 20. 

Pero si algo se ha comprobado a nivel mundial, es que las escuelas no son centros de contagio, si se siguen los protocolos. 

Y los protocolos se hacen adentro, pero también afuera. 

En nuestras casas. 

En nuestros fines de semana. 

En nuestra vida social y la de nuestros hijos.

Porque no, no es lo mismo estar en un salón todo el mundo con cubrebocas todo el día y la distancia necesaria. Que estar en una fiesta todos sin cubrebocas -porque los chavos ya ni siquiera hacen la finta: llegan SIN cubrebocas pensando que como ya están vacunados -aquellos privilegiados- ya no pasa nada. Chupando, gritando, abrazándose y muy probablemente varios… “dándose” -no puedo con el término, por cierto.

Siendo pubertos pues, pero en tiempos de Covid. 

¡Ese es el problema de las fiestas! -de pubertos o de adultos portándose como pubertos, cabe aclarar.

Y, mientras no lo entendamos, las universidades, prepas, y tristemente algunas secundarias, van a ser la historia interminable en donde van a estar pagando justos por pecadores.

Mis hijos no han ido a UN evento social en 18 meses y han visto suceder fiestas, reus, viajes y miles de idioteces de gente cercana o conocida en las redes, revolcándose de coraje porque no, no es que yo no los deje ir, es que están conscientes del riesgo que eso representa y ni siquiera piden permiso porque saben que no es momento y entienden la responsabilidad que TODOS TENEMOS QUE TOMAR.

Hemos aprendido a generar planes que representen menos riesgo para todos los involucrados y a dejar pasar los que nos parecen que no cumplen con las medidas necesarias para sentirnos en paz. 

Aprovecho para aclarar: no es lo mismo que “hacer lo que te de paz” (otra frasecita que me caga) que no es nada más que la excusa perfecta para darte permiso de hacer lo que se te pegue la gana sin pensar en los demás y justificar ante el mundo tu irresponsabilidad. Efectivamente la frase aplica para algunas cosas, pero no para el regreso presencial a la escuela en medio de una pandemia fuera de control. No señores y señoras, en eso no podemos hacer “lo que nos de paz” TENEMOS que hacer lo que se DEBE o no debe de hacer para que salga bien, por el bien de TODOS.

¿Es cagante? 

Sí. 

Nos hemos perdido, todos, de muchas cosas y evidentemente mis hijos también, y con toda razón, trinan de coraje. 

Así que repasemos:

Poca gente.

Al aire libre.

Con tapabocas.

Sin alcohol.

Sana distancia.

Aislarse cinco días ante la posibilidad de contagio, después de un viaje, o un evento y hacerse una prueba para regresar al mundo. Esos son los puntos básicos. Se supone que ya nos los sabíamos, pero aparentemente no… entonces los repito.

Pero el más importante, como siempre, sigue siendo concientizar a nuestros hijos para que no sean la niña que, el primer día que dejé a la mía de regreso en la escuela, vimos bajarse del autobús de la escuela, arrancarse el tapabocas y salir corriendo como cabra loca a abrazar desbocadamente a toooodas las personas que pudo abrazar y darles besos… 🙄 no puede ser que no hayan entendido y eso, eso, nos corresponde a nosotros asegurarnos que suceda, entendiéndolo nosotros primero.

Probablemente ya nadie va a querer hacer ronda conmigo en ese chat. O en otros. 

Ni modo. 

Ese será uno de mis precios a pagar en esta pandemia, me disculpo por la incomodidad o enojo que pueda generarle a esas personas esta columna o mi mensaje en ese chat -que era esto, pero resumido y ante el cual solo hubo un “tienes toda la razón” como respuesta y lo demás fueron grillitos- no pretende ser personal ni ofensivo, pero no puede ser que a estas alturas regresemos a la vida como si nada … después de haber pasado tanto.

Así que se tenía que decir, y se dijo.

Otro título de la autora: ¡Cállate la boca!

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