Esto, nos pasa a todos

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El otro día una amiga a quién quiero muchísimo y a la que cada vez que hablamos le digo lo de que estoy hasta la pinche madre, de mi, de ellos, de esto… me dijo -evidentemente con la mejor intención, pero también con un poquito de estar viendo y no ver- “lo que tú necesitas es una casa de campo para poder salir los fines de semana”…

No supe si carcajearme o llorar porque, ¡ooobvio que necesito eso!  ¡¿Quién no?!

Tengo clarísimo cuáaaanta falta nos hace poder salir regularmente y, literalmente, cambiar de aires. Pero díganle eso a la pandemia, a todos los proyectos parados, a los que te tienen que pagar y postergan los pagos y a que uno está aquí, encerrado, portándose lo mejor que puede mientras la mayoría de la población “neta ya no puede más y no se puede pasar la vida encerrada porque la verdad quién sabe cuándo se va a acabar esto  y la vida tiene que seguir” y van de una peda a la siguiente, de la boda, al bautizo, a la fiesta, a un viaje y al otro, sin tapabocas, sin sana distancia, sin evitar grupos grandes, sin tomar mejores decisiones gubernamentales para que esto mejore y sin acatar las pocas existentes.

En otro momento de la vida tal vez podría haber sido envidia reprimida… pero ahorita, lo que me da, es un pinche coraje que hace que me salga lumbre por la nariz.

He hablado ya millones de veces de los covidiotas, así que no hay mucho que pueda agregar en ese tema. Salvo que siguen siendo, todos, una partida de ineptos, egoístas e irresponsables.

Así que por qué no hablamos mejor de lo absolutamente cabrón que es lo de ser la encargada que hace que las cosas, y las personas, sucedan, se hagan, estén, se cocinen, se laven, se guarden, se despeguen de la pantalla, se muevan, se sienten a comer, se paren a mover, se encarguen de lo que se tienen que encargar, salgan a que les dé el sol, contesten con educación, te platiquen, les guste el menú, se aprendan a disculpar, sepan conciliar, ayuden sin que los tengas que amenazar, hagan lo que tienen que hacer -sin que tengas que pedirlo tres veces- mientras tratamos de hacer todo eso por nosotros también, malabareando zooms, llamadas, entregas, recordamos que se laven las manos, pedimos el súper, desinfectamos el súper, limpiamos, guardamos, nos movemos, administramos vitaminas, coordinamos millones de cosas, repetimos todo 3 veces porque nadie escucha, nos tenemos que poner rudos para que se logre ir a cualquier parte -cuando ya es indispensable- tratamos de aterrizar proyectos varios y, mientras le abrimos la puerta a amazon 5 veces al día intentamos tener tantito tiempo “libre” y contestamos 6 llamadas de bancos insistentes. ¡Claro que sí!

Todo eso, estando a las vivas de la salud mental de cada uno de los miembros de nuestra familia con las preocupaciones que eso conlleva y partiendo de la base que no sé la de ustedes, pero la mía, está realmente frágil en estos días.

9 pinches meses encerrados. Sí. Claro que salimos de vez en cuando y respiramos.  Pero estamos encerrados. Sin escuela. Sin viajes. Sin trabajo presencial. Sin reuniones y fiestas que, jamás pensé decir esto: ahora extraño.

9 meses en estado de crisis permanente ¡hasta a eso se acostumbra uno, carajo! A vivir en crisis y sin poder hacer planes.

Pero el peso se va sintiendo.

La apatía. El cansancio. La desmotivación. Las lágrimas que se desbordan porque sí. O el mal humor que sale como lava volcánica sin avisar y nos vuelve una granada siempre a punto de explotar. Las horas interminables que nos refugiamos en la pantalla y la abrumadora necesidad de contacto que empieza a volverse dolorosa.

Al Sponsor le pasa un poco lo mismo que a mi amiga -que obvio tiene su casa de campo y por eso sigue medianamente cuerda- que, al tener la fortuna de salir diario a trabajar, no entiende muy bien la dimensión y el impacto que tiene en las almas de los que no contamos con esa posibilidad. 

No alcanza a comprender que se va sintiendo como si un dementor de los de Harry Potter se apoderara de nuestro ánimo y nos fuera haciendo lentos, más cansados, nos apagara y nos fuera desconectando la alegría, la energía y que el entusiasmo por un nuevo día se fuera volviendo, simplemente, un eterno ooootro pinche día. Le cuesta comprender por qué cuando él llega, cansado pero satisfecho y refrescado, aquí, a veces, el aire se siente tan denso y tenso que se puede tocar.

Se sorprende de encontrarnos tan “sensibles”, “tan de malas”, “tan nefasteados” y  pues… ¿Cómo le explicamos?

Normalmente hago mi mejor esfuerzo y le pongo, en serio ¡muchas! ganas para ser la mejor versión de mi posible. Para ser la que inyecte energía, proponga actividades, mueva a estos dos pubertos y sí, a veces, también al no puberto. Normalmente no lo hago tan mal -aunque jamás soy, ni seré, una castañuela- pero soy bastante sensata, enormemente resiliente y sin duda me trato de enfocar en que estemos, todos, lo mejor posible.

Pero luego uno, simplemente, ya no quiere jugar. Se va desbordando. Se desprograma. Se cansa. Luego también uno necesita contención, y comprensión, y tantito espacio para estar de mal humor y  que los significant others entiendan que las personas fuertes también ocupamos a  alguien que nos dé la mano y nos detengan tantito el changarro y se encarguen de que las cosas sucedan.

Es agotador ser el proveedor de la salud y estabilidad emocional de una familia.

¿Les pasa a ustedes también? 

Estoy segura de que sí.

Esto, nos pasa a todos.

Y por eso hoy, esta columna es para todos los que, como yo, tengan ganas de hacerse bolita tantito y necesiten que alguien se acerque y nos diga -las veces que sean necesarias- que ya pasó, que va a pasar, que mañana va a estar mejor, que no estamos solos y que nos abracen tantito más fuerte en lo que se nos vuelve a calentar el ánimo… y el corazón.

No están solos.

Aprendamos a observar cuando alguien necesita ese abrazo. A  leer más allá de las reacciones: las emociones. Y a sensibilizarnos al malestar de los demás con empatía y sin juzgar, procurando ayudarle a sentirse mejor o darle un poquito de espacio para respirar y recomponerse para volver a empezar.

Porque hoy estamos aquí ¡todos! en las mismas y algún día -que espero sea pronto- vamos a estar mejor.

PD. Gracias eternas a esos amig@s que nos han prestado, invitado y compartido, sus pequeños oasis para salir a respirar. El bienestar familiar y personal que nos han generado es imposible de explicar.

PD 2. A los covidiotas responsables de que esto se eternice, de que no se vea cuándo chingados va a terminar, y de que la estemos pasando TAN mal: no me lo tomen a mal pero espero que haya un lugar especial en el infierno el día que les toque llegar.

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