El teje y maneje de la “Cumbre de los tres amigous”

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Quienes esperaban mucho de la llamada Cumbre de Líderes de América del Norte volvieron a quedar desilusionados. No es nuevo. Estas cumbres, desde la primera en marzo de 2005, han sido un tibio intento de reparar lazos o construir puentes pero no necesariamente del establecimiento de una gran agenda trilateral. 

Al ser electo presidente de los Estados Unidos de América en el año 2000, George W. Bush se propuso fortalecer la relación de su país con el resto del continente y en especial con sus socios en América del Norte.  Esto era parte de la herencia que recibió de su padre, George H. W. Bush -presidente de EU entre 1989-1993- quien no sólo había lanzado la Cumbre de las Américas para la promoción de la finalmente fracasada Área de Libre Comercio de las Américas, sino que también había negociado el ahora finado Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Es frente al nacimiento del nuevo tratado comercial regional (T-MEC) y la necesidad de coordinar esfuerzos -especialmente en el área de recuperación económica post-pandemia- que la administración de Joe Biden convoca de nuevo a la Cumbre. Por ello la lista de “entregables” que resultó de la reunión está plagada de buenas intenciones y pocas acciones específicas. De estos, los dos primeros rubros son los principales: trabajar conjuntamente para terminar con la pandemia de COVID-19 y fortalecer la competitividad económica de la región

Quienes pensaban de nuevo que el gobierno estadounidense iba a acabar incrementando la presión sobre el gobierno mexicano para atender el tema ambiental o frenar la reforma eléctrica no contemplan el poco capital político nacional e internacional con el que cuenta el gobierno de Biden. Por un lado hay que recordar que durante la COP26 el presidente estadounidense llamaba a acelerar los trabajos para combatir el cambio climático y a los países productores de petróleo y gas a que incrementaran la producción para contener el alza de precios de los energéticos; aumento que representa un alto costo político al interior de los Estados Unidos. Por el otro lado hay que entender que los principales “desafíos” actuales se encuentran entre los gobiernos estadounidense y canadiense debido a dos razones: a) los canadienses no han acelerado el cumplimiento de la apertura al comercio de productos agrícolas estadounidenses y b) el gobierno de Biden está proponiendo un exención de impuesto de hasta por $12,500 dólares en la adquisición de autos eléctricos ensamblados en los Estados Unidos, en plantas con empleados sindicalizados y que utilicen baterías estadounidenses, lo cual tendría un impacto muy relevante en la industria automotriz canadiense, de donde venden una importante cantidad de autos eléctricos.

Por ello la visita de la delegación de política exterior canadiense a México el martes pasado cayó como anillo al dedo al canciller Marcelo Ebrard, ya que era una señal evidente de que a aquel gobierno le interesaba que México se presentara a la Cumbre con una posición “empática” para con ellos. Esto de nuevo amplió el margen de maniobra del gobierno de López Obrador que no sólo navegó entre las corrientes ríspidas de la relación entre los vecinos del norte y el poco capital político de Biden sino que además usó un discurso que identificó a China como el verdadero contrincante económico a vencer, tratando de alinear así a Norteamérica frente a un “enemigo común”.

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