Las últimas batallas de Trump II

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Llegaron a su fin las últimas batallas del presidente Donald Trump. Los candidatos Demócratas al Senado por el estado de Georgia ganaron de manera apretada ambas contiendas electorales, otorgando a su partido una importantísima victoria en un estado históricamente controlado por el Partido Republicano (como cereza sobre un pastel preparado con la victoria, en noviembre 3, de la fórmula Biden/Harris). 

Como mencioné en mi columna hace un par de días, las elecciones senatoriales en Georgia se convirtieron en un plebiscito sobre la administración Trump y la última oportunidad del presidente para mostrar su capacidad de movilización; el resultado fue la debacle del trumpismo como forma de populismo impopular

Probablemente una forma de ese trumpismo sobreviva el periodo presidencial de Donald Trump, pero lo hará con base en una pequeña secta política con muy reducido impacto nacional y él probablemente subsistirá como una figura similar a aquellas en que se convirtieron políticos y militares secesionistas sureños tras la Guerra Civil; esos personajes oscuros sobrevivieron bajo la protección de un proceso de Reconstrucción fallido y a la sombra de la bandera de aquella Confederación malograda.

La otra batalla resultó algo más campal. 

Cuando pronosticábamos y anunciábamos el daño político que representaría el probable boicot de la certificación de la elección presidencial por el Congreso el día de ayer, no previmos la posibilidad de que un grupo de manifestantes pro-Trump se lanzara a sitiar, tomar e intentar ocupar el Capitolio federal en Washington D.C.

Y no lo previmos porque es una situación que, independientemente de culpas y responsabilidades, no debió suceder. Sabiendo que el presidente Trump había llamado a sus seguidores a manifestarse y marchar sobre la avenida Pennsylvania (para presionar al vicepresidente, Mike Pence, y a los legisladores republicanos a que emprendieran una suerte de “golpe de estado constitucional”) se debieron tomar las medidas de seguridad necesarias para que el sitio y toma del inmueble no sucedieran, porque una vez dentro es muy difícil no hacer uso de la fuerza para desalojar a los manifestantes. 

Tomar por asalto un inmueble federal es considerado insurrección y ya veremos cuáles son las consecuencias judiciales para aquellos que participaron y si Donald Trump, en una muestra más de su cinismo, no termina por otorgarles perdón.

Con todo y el evento violento que obligó el cierre y parcial desalojo del Capitolio, la certificación prosiguió con retraso hasta altas horas de la madrugada terminando en el inevitable reconocimiento del triunfo electoral otorgado, en Colegio Electoral el pasado 12 de diciembre, a Joe Biden y Kamala Harris –el proceso incluyó el rechazo a las objeciones, realizadas por una fracción de legisladores Republicanos, a las elecciones de Arizona y Pennsylvania.

Biden y Harris inaugurarán una nueva administración de gobierno estadounidense con una buena cuota de poder debido a que el partido Demócrata retuvo el control de la Cámara de Representantes y consiguió (contando los triunfos en Georgia) la mayoría mínima en el Senado.

La suerte del presidente Trump aún no está echada; su administración termina en un par de semanas y ya se intenta poner en marcha un proceso de destitución por incapacidad que probablemente no fructifique pero sí establece precedente ante el inapropiado comportamiento del presidente.

Dos semanas de incertidumbre política es lo que se le viene al vecino país.

Otro título del autor: Exorcizando la Casa Blanca

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