Esto no es normal

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No se ustedes, pero yo siento que el mood de la cuarentena va cambiando.

Nos siento, a todos, menos esquizofrénicos y obsesionados por cumplir, hacer, palomear y, claro ¡presumir! todas las maravillosas cosas que somos capaces de hacer, los clósets que nos pusimos a limpiar, las lagartijas que podemos aguantar y la organización, minuto a minuto, de las clases en línea de los hijos y cualquier actividad que se lleva a cabo en las familias.

Veníamos de años de una inercia interminable de no saber parar, de glorificar estar en chinga y de necesitar tener una actividad tras otra para sentirnos productivos, entretenidos y haciendo cualquier cosa, menos quedarnos quietos.

Llevábamos años de evadir la realidad con vidas muy ocupadas buscando validación en todo lo exterior y de definirnos por nuestros ocupadísimos y jetseteros calendarios.

Por eso pensábamos que esos primeros quince días eran para hacer cien cosas y que había que aprovechar cada minuto. Por eso la obsesión con ese meme inmamable de: “si no sales de esta cuarentena con una nueva habilidad, un libro leído, un doctorado honoris causa y una certificación internacional como chef honorario, entonces no habrá servido de nada” nos la tomamos tan en serio.

Pero de pronto, la realidad nos alcanza, la energía se va agotando y, al mismo tiempo, nos va cayendo el irremediable peso de la no rutina. La nostalgia de estar con los que nos gusta estar. El hartazgo de lo interminable, de la incertidumbre, del cansancio, del desgaste de estar confinados y nos vamos dando cuenta de que no somos tan infalibles ni estábamos listos para todo.

Nos sorprendemos llorando por cualquier cosa. Irritables. Perdidos en el tiempo sin saber qué día es ni mucho menos qué horas son. Exhaustos –“¿pero cómo si no he hecho nada?- como si lavar 4,847,239 platos al día, kilos interminables de ropa, trapear sin descanso, arrear a los habitantes, ser el adulto responsable a cargo tratando de parecer emocionalmente estable y amoroso mientras intentamos mantener las reglas, hacer actividades divertidas o relajantes, aprovechar para pasar “tiempo de calidad en familia” y tratar de trabajar y tener vida de pareja, se puede considerar no hacer nada.

Así estamos todos. Días buenos. Días equis. Días muy bajoneados. Días deliciosos. Vamos aprendiendo a navegar esta nueva realidad y entendiendo que no sabemos cuánto va a durar, pero nos va quedando claro que esto, está lejos de terminar.

Estábamos tratando de normalizar y seguir como si nada, en una situación que es todo menos normal y estamos empezando a entender que este juego se juega con reglas diferentes. Las reglas cambiaron. Es más ¡no hay reglas! nadie sabe cómo chingados se come esto ¡porque nunca nos habían servido este platillo! y me parece que eso, justamente ahí, va a ser donde radique la clave y las moralejas que este asqueroso episodio de black mirror nos va a dejar.

Partamos de la base de que: esto.no.es.normal.

Y por lo tanto, no puede ser business as usual.

La misión, entonces, es encontrar nuevas maneras de funcionar y comenzar a pensar en nuevos modos de producir, de trabajar, de entregar contenido y de consumirlo.

Encontrar nuevas rutinas de familia que incluyan algún tipo de estructura para que los pequeños habitantes –y nosotros mismos– se sientan contenidos y seguros. Rutinas que incluyan participación, turnos y responsabilidades de todos los involucrados en las actividades de aseo y preparación de alimentos y demases procesos de cada casa para que no recaiga en una sola persona y que esa persona también pueda tener vida.

Más que nunca urge aprender a compartir y respetar espacios y expresar con claridad lo que necesitas cuando hace falta.

Empezar a pensar más en cómo apoyar a nuestra comunidad cercana, nuestros amigos que la van a pasar difícil, nuestros viejitos que están solos en casa y necesitarán aprender a contar cuentos vía facetime y hacer zoom con los nietos. Necesitamos empezar a pensar en que una vez que podamos salir, el mundo afuera tampoco va a estar como lo dejamos -especialmente en nuestro país en donde habrá tanto por reconstruir gracias a la irresponsabilidad y la arrogancia de nuestros “líderes”- la realidad va ser muy distinta y las reglas también van a cambiar.

Y nuestros hijos van a tener que aprender a ocuparse. A participar. A inventar. A tener a sus hermanos como únicos compinches en el día a día. A hacer equipo y acompañarse. A crear. A esperar. Y a saber que en realidad, no son los reyes del mundo y que a veces pasan cosas que no podemos controlar, cosas que son de hueva, que no son justas y que, sin embargo, así son y lo único que podrán hacer será apechugar. ¡Vaya clasecita de tolerancia a la frustración extrema les está mandando la vida a nuestros hijos! Créanme. Es un regalo para su vida. De esta, todos, saldremos fortalecidos y será, para siempre, un referente en nuestras vidas. Un antes y un después.

Paralelamente, estamos aprendiendo a hacer eso que nunca teníamos tiempo de hacer: conocernos a nosotros mismos. Tomarnos diario la temperatura del ánimo. Saber darnos lo que ese día nos hace bien para hacerlo bien. Escucharnos. Analizarnos. Revisarnos. Hablar con nosotros mismos y escucharnos pensar. Equivocarnos y tratarlo de hacer mejor cada vez y aprender a voltear a ver a los nuestros y verlos realmente: ¿cómo están ellos?, ¿cómo lo viven?, ¿qué les cuesta?, ¿qué les detona?, ¿qué puedo yo hacer para que la gente que vive conmigo lo viva lo mejor posible?

Esa es la clave.

Entender que más allá de todo. Lo que hoy nos toca hacer es cualquier cosa que nos haga ser la mejor versión de nosotros mismos para poder hacer que esta temporada fluya lo mejor posible.

Si para ti eso es hacer un doctorado honoris causa, ponerte buenísimo, leer todos los libros de la lista de los mejores 3,000 libros de la historia de la humanidad, ¡adelante! …para otros, como yo, eso es saber dejar algo para mañana cuando ya no puedo más y tirarme a ver la tele o mi Instagram por momentos. Recordarme todos los días que el objetivo es estar lo más tranquila posible y pensar en maneras de construir, en lugar de dejarme caer en el remolino de la angustia que es veloz e interminable.

Pensar, constantemente, que no tengo que hacer lo que todos hacen. Que no se trata de ser normal. Ni hacer que esto sea normal. Enfocarme en encontrar la manera de que esto sea una lección que nos marque para bien en el futuro y no un recuerdo espeluznante como familia, ¡incluso! con los momentos alucinantes y los ratos, esos, en los que todos nos descomponemos y se arma un desmadre.

Saber volver a empezar cada día. Acordarme de respirar. Recuperar esa antigua costumbre del “dolce far niente” y disfrutar sin remordimientos de no hacer nada y solo, estar.

Ayudarme a mi a fluir y darme permiso de sentirme completamente rebasada y, sin embargo, saber que lo voy a lograr.

Y tú, también.

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