Provocadora

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Me gusta escandalizar a la gente, mirar la expansión ocular en el rostro de las personas al darles alguna respuesta inesperada. Como aquella tarde en una feria de libro cuando una señora me preguntó el tema de mi nueva novela y al responderle “es la historia de una psicópata adicta al sexo” nada más vi la expansión pornográfica de sus pupilas y cómo se le fruncían los labios cual fumador calando el cigarro. Sonrió muy educadamente y se retiró del stand de reversa sin despegar los ojos de los míos.

O las mil veces que he debido responder de manera educada, pero contundente, a agresiones gratuitas por llegar con vestido y tacones a reuniones en las que de la única apariencia que se habla es de la mía.

No siempre fue así; no ha existido niña más dócil y con ánimo de aprobación, adolescente más miedosa y acomedida. Si alguien me decía tonta, adoptaba el papel de tonta; si el adjetivo era fea, el espejo me devolvía una imagen desagradable; si me decían que el mar era morado y el cielo verde, yo veía el mar morado y el cielo verde; si no debían gustarme las alubias, las odiaba; si llegar virgen al matrimonio era el mandato de la familia y la iglesia, se convirtió en mi convicción… hasta la llegada de los libros a mi vida. 

En sus páginas aprendí que a las insurrectas, las inadaptadas, las inadecuadas, las aventureras, les sucedían las mejores historias. Y a las que sobrevivían en una sola pieza. Así, me convertí en una rebelde con causa, en muy responsable de mis riesgos y mis decisiones. En una devoradora de títulos, autores, experiencias a través de visiones y narrativas ajenas.

¿Cómo no dejarme seducir por la determinación de Eliza Sommers en La hija de la fortuna, la aventura de Isabel Allende de una mujer en búsqueda de su amor y sus respuestas? ¿Cómo no suspirar con las historias de Stefan Zweig, tan personales, tan únicas, tan amantes de las excentricidades, como Novela de ajedrez; Mendel, el de los libros o Amok? ¿Cómo no apasionarme con El arte de la guerra de Sun Tzu, con sus estrategias de batalla que bien podían adaptarse a la relación con mis hermanas, los compañeros groseros de la escuela o mi propia mente, a veces tan hostil como mi peor enemigo?

Las ideas en mi cerebro comenzaron a desarrollarse cuestionando todo. Incluso lo que parecía tan lógico: mi educación familiar, escolar, de pareja, la interacción con el mundo. Y me di cuenta de que para cambiar algo era necesario invertir la vida en la lucha por las convicciones, y si pocas personas estaban dispuestas a hacerlo, yo sería una de ellas.

Después aprendí, a golpes, desengaños y evidencias de deslealtad, que para mucha gente la afrenta no es la provocación, sino la libertad, la plenitud, la autodeterminación. Así, en un vértice y un vórtice de ideas, consecuencias y circunstancias, la posibilidad de colocar dudas, disrupción e incomodidad en otras conciencias se convirtió en una vocación.

Por eso agradezco esta oportunidad de escribir en Cuestione y llegar a ti, lector, lectora, cada semana para compartir aprendizaje y reflexión.

Agradezco profundamente este espacio. Nos leemos cada semana.

Más de la autora: Pecados capitales

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