La fuerza (y la fragilidad) de la autoridad moral

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Es un momento difícil para escribir columnas: apenas empieza uno a tipear, ya pasaron 20 cosas que merecen atención y debate. La agenda informativa avanza a una velocidad vertiginosa, y están pasando muchos eventos graves que se pierden en el río de declaraciones.

Esto responde a una forma de hacer política novedosa y efectiva: ningún tema es suficientemente importante para no ser aplastado por el que sigue. No hay escándalo, error, confusión, drama, que no pueda ser rápidamente desactivado y opacado por otro.

La estrategia le ha funcionado perfecto a Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Al enfrentar los grandes dramas que genera, responde con algún anuncio dramático, alguna acusación difamatoria, algún ataque personal que distrae la atención.

Esto lo entendió desde su campaña de una forma que Hillary Clinton nunca pudo. Mientras que ella estuvo siempre inmersa en su escándalo de los famosos e-mails filtrados, él brincaba de controversia en controversia, haciendo que ninguna importara.

Así es como está funcionando la política en la era de la 4T. ¿El presidente se reunió en la casa de un CEO de Televisa, con el yerno del presidente de EU, para discutir el T-MEC? ¿Se lanzó en contra de España por la conquista? ¿Desprestigió o difamó a la mitad de México?

“¡No hagan drama!”, nos dicen sus apasionados seguidores, para después llenar de adjetivos a sus críticos: “élite criolla” (ese es nuevo), “fifís”, “conservadores”. El mismo presidente congela la crítica con una simple frase“Tengo autoridad moral”.

¿Qué diablos es la autoridad moral? Naturalmente, los católicos nos lo explican: “La fuerza de la autoridad se halla en la autoridad moral, conquistada no por decretos o investiduras externas, ni mucho menos por imposiciones o castigos, sino por la coherencia entre el decir y el hacer, entre el hacer y ser. La autoridad moral no puede ser fabricada ni exigida.”

Eso dice Catholic.net, que supongo es la fuente con autoridad moral para definir la autoridad moral.

La autoridad moral de López Obrador le permite, por ejemplo,ofrecer a empresas extranjeras por invitación directa a hacer una refinería de 8 mil millones de dólares, aunque casi todas estén acusadas de corrupción, y, sobre todo, aunque él mismo haya prometido en el Zócalo que todo se licitaría en su gobierno. No hagas drama: tiene autoridad moral.

Destazar a la prensa crítica, ¿qué importa? Tiene autoridad moral.  

El riesgo de este poder que el presidente se ha investido en sí mismo, es que es tan abstracto como frágil: la percepción de decencia y pureza que profesa se puede desmoronar y, al perderla, pierde toda la fuerza su discurso.

De seguir como vamos, los muertos por violencia se seguirán acumulando. Poco importa que el presidente diga “se acabó la guerra”. Los grupos criminales siguen actuando y brutalmente.

Aunque diga que se “acabó la corrupción”, eventualmente empezarán a surgir escándalos por el método elegido para los grandes contratos del gobierno.  

El caso del senador Armando Guadiana que, siendo presidente de la Comisión de Energía del Senado, vendió “de emergencia” 360 toneladas de carbón a la CFE de su amigo Manuel Bartlett, es la punta del iceberg de las prácticas que empezaremos a ver en este gobierno.

Dudo que veamos a Andrés Manuel mismo involucrado en casos de corrupción, pero la contaminación de sus allegados terminará minando su pristina imagen.

Y con la caída de su autoridad moral, cae también todo el mito de su Cuarta Transformación.

Cuando la realidad alcanza a los ídolos

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