¿Tenemos que hablar de López-Gatell?

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Hace unos días, Jorge Zepeda Patterson publicó en su columna una fuerte crítica al responsable de la política de combate a la pandemia. La tituló Tenemos que hablar de López-Gatell. Señaló el alto número de fallecimientos en relación al tamaño de la población, el bajo número de pruebas y la actitud ambivalente frente al uso del cubrebocas. 

Con muchísima razón, comentó cómo la estrategia del gobierno, diseñada en ignorancia de las características de esta enfermedad nueva, no ha aprovechado la información que ha ido surgiendo en todos estos meses.

Son críticas que se vienen haciendo desde hace meses y por una multitud de observadores, pero llaman la atención por venir de quien viene; es decir, de un intelectual simpatizante del gobierno. Sin embargo, habría que matizar. No se trata del tipo de “intelectuales” que, cuando no están de acuerdo con el presidente, se imponen la tarea de contestar a la pregunta “¿Por qué soy tan bruto?”

Zepeda hace un esfuerzo honesto por conciliar de manera inteligente el razonamiento crítico e independiente con su convicción inquebrantable en que las motivaciones y la estrategia general de López Obrador son las correctas. Digamos que sus textos son testimonio de lo difícil de dicha tarea.

En este caso, su trabajo termina por ser casi equivalente a las peroratas apologéticas e irreflexivas que hoy colman la programación del Canal 11, pues su efecto es exculpar al presidente de las consecuencias de sus acciones.

Pensemos en el tema del cubrebocas. De hecho, el mensaje de López-Gatell ha ido cambiando y, en la actualidad, aún con los matices innecesarios, su postura predominante es la recomendación de usarlo en espacios cerrados. En cambio, el presidente pone en duda la eficacia del artefacto de manera consistente y reiterada. Afirma que “los doctores” le dicen que no lo necesita, y constantemente enfatiza que su utilidad no es “100% seguro” o “no está del todo comprobada”.

Ignoro de dónde saca el presidente sus ideas sobre cómo funciona la “comprobación” científica, pero las certezas al 100% pertenecen más a las conferencias mañaneras que al laboratorio. La mejor evidencia disponible prescribe el uso del cubrebocas, y por alguna extraña razón López Obrador ha escogido identificarse con el rechazo a esta evidencia.

¿Importa la postura del presidente? Al inicio de la crisis, su actitud y sus palabras contradecían las recomendaciones de aislamiento y distancia social. Convocaba a mítines multitudinarios, abrazaba a gente, mordía cachetes y abiertamente invitaba a la población a salir de sus casas. 

En un estudio reciente, Federico Daverio (CIDE), María Montoya y Guillermo Woo (Escuela de Economía de París) muestran que los eventos públicos del presidente en esta época se asocian con un incremento posterior en la movilidad en los municipios en los que Morena tiene un mayor apoyo. Es muy factible que algo similar ocurra con su negativa a promover el cubrebocas.

López-Gatell está tan identificado con la estrategia actual que, si algún día se decidiera cambiarla, tendría que renunciar. Pero su sucesor también enfrentará el problema de hacer compatibles las medidas sanitarias con los caprichos, las prioridades y las señales divergentes del presidente. 

Es ahí donde surgen las aberraciones como “la fuerza moral” o la “visión integral”, con las que el subsecretario pretende disimular las actitudes irresponsables del presidente. Entonces, sin menospreciar las buenas intenciones de Zepeda Patterson, de quien realmente tenemos que hablar es de López Obrador.

Otro título del autor: Pronósticos electorales

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