Las mañaneras: una forma de gobernar y un abuso de poder

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Supongo que a cualquier extranjero que visite nuestro país le parecerá extraño que de lunes a viernes el presidente mexicano dé una conferencia de prensa durante al menos dos horas y que sea transmitida en diversos canales de televisión, estaciones de radio y plataformas de internet. Las mañaneras son un fenómeno político raro en el panorama internacional, solo comparable con el programa dominical de televisión “Aló, Presidente”, de Hugo Chávez o las largas intervenciones de Fidel Castro en la televisión cubana, pero ninguna de ellas era todos los días.

La idea de las mañaneras fue justificada por López Obrador como un ejercicio diario de información y rendición de cuentas. Adoptó el formato de conferencia de prensa, aun cuando el presidente gusta de referirse a ellas como “diálogo circular”, aunque en realidad parecen monólogos presidenciales pues, salvo excepciones, los periodistas que aún asisten —después del diario hostigamiento del mandatario a algunos medios que considera conservadores— parecen haber sido domesticados para hacer preguntas a modo o sólo abordar los temas “políticamente oportunos”.

Es tanto el “amor” entre algunos “periodistas” y su interlocutor que hemos visto penosas escenas que rayan en lo patético y nada tienen que ver con el periodismo libre, independiente y crítico. Pero las mañaneras son mucho más que monólogos presidenciales ya que también sirven para otros muy diversos propósitos

Las mañaneras son una forma de gobernar, por diversas razones. Imagino a los funcionarios federales atendiendo las mañaneras todos los días. En eso deben consistir las primeras horas de su trabajo, estar atentos a qué temas son abordados por el Señor presidente, qué requerimientos de información hay que enviarle urgentemente, qué tareas inmediatas se derivan para cada entidad pública de lo dicho en la mañana por López Obrador. 

Así, las mañaneras son un espacio de toma de decisiones presidenciales y de envío de instrucciones en tiempo real a los integrantes del gabinete y de otras entidades de la Administración Pública. A veces, también hay reconocimientos o regaños públicos a los funcionarios de gobierno o de los otros poderes.  

Las mañaneras son el principal foco de producción discursiva del mandatario, con varios objetivos. En primer lugar, dicta la crónica diaria de su propio gobierno mediante una narrativa épica en la que, a pesar de la maldad de sus adversarios, la 4T se va imponiendo y muestra su generosidad con los desposeídos.

En esta narrativa el gobierno de la 4T no tiene errores o ineficacias, todo está previsto y controlado, no hay corrupción cuando menos en las altas esferas del poder, no se miente, no se roba, no se traiciona y siempre se decide que primero sean los pobres. En la narrativa de las mañaneras todas las acciones del gobierno están justificadas y las culpas son monopolio del corrupto pasado neoliberal. En las mañaneras se juzga de manera sumaria y se condena públicamente a adversarios, a veces con nombre y apellido, pero también se reparten perdones, títulos de honestidad y certificados de purificación a aliados, colaboradores y familiares.

A pesar de las graves crisis en las que está sumido nuestro país —sanitaria, económica y de seguridad pública— el diario discurso mañanero con sus “otros datos” y su optimismo voluntarista pretende tender un velo de opacidad que haga menos patentes las dolorosas manifestaciones de la realidad y maquillarlas de esperanza, bienestar y felicidad. 

Las mañaneras son un espacio para el obrar político del presidente. Si lo juzga necesario, desde el discurso de las mañaneras construye oportunos adversarios conservadores y enemigos públicos a ser combatidos por el pueblo bueno, y potencia el justificado resentimiento social para avanzar en la arquitectura de la polarización política. En las mañaneras se le puede encontrar virtudes al amigo Trump, rechazar el movimiento feminista por “estar infiltrado por conservadores” o amenazar a los organismos autónomos. 

Las mañaneras, como expresión de un estilo personalísimo de gobernar, no son ajenas a la megalomanía de su protagonista; son el espejo en el que el presidente dibuja su propia imagen y orgulloso la muestra diariamente a los demás; son la pulida superficie en el que mira su luminoso reflejo como el dirigente de una transformación tan profunda como la Independencia, la Reforma y la Revolución, no menos; son el muro de granito en el que escribe con tinta indeleble su propia biografía como héroe que ingresa por la puerta grande a la Historia, para legado de las futuras generaciones de mexicanos y más allá. 

Pero las mañaneras no sólo atienden lo material sino también “lo espiritual”, pues no sólo de pan vive el hombre. En las mañaneras también se pueden encontrar consejos de autoayuda y de cómo ser feliz; guías éticas para asistir a los templos sin la hipocresía de antes haber pecado, y —no sea usted tan serio— música de Juan Gabriel, Serrat, Manzanero o caricaturas de Don Gato y su Pandilla

Sí, las mañaneras son una forma de gobernar y un engrane fundamental del ejercicio de gobierno de la autodenominada 4T, a la vez que un mecanismo de satisfacción diaria del ego del gobernante. 

Las mañaneras son también, sin duda, un abuso cotidiano del poder presidencial.

Otro artículo del autor: 2021: ¿regresión electoral?

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