¿Quién está pensando en los niños?

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Mis hijos ya no se quejan.

A 10 meses de estar encerrados y,  créanme: ¡MUY! encerrados, vivir así ya les parece normal. Ya no se descomponen, ni mientan madres, ni de pronto se desgobiernan completamente -como pasaba al principio-, ni hay sesiones de llanto intermitentes.

Eso, por un lado, me hace admirar su capacidad de adaptación y su resiliencia y por otro, me preocupa enormemente.

Por que acostumbrarse a estar aislados no es saludable nunca pero en el momento en donde el instinto gregario es el rey absoluto para cualquier puberto, me parece que ya está muy hard core.

Se levantan, se conectan, se hacen desayunos suntuosos, hacen ejercicio, hablan con sus amigos y, en general, administran sus días completamente solos con una precisión rutinaria y una responsabilidad sorprendente mientras que yo, las últimas dos semanas, he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para ganar la negociación conmigo misma y mover a la parte de mi que no se quiere salir de la cama y me insiste en quedarme ahí, echada, viendo mi cel como zombie y durmiendo por horas para huir de la realidad y compensar las horas que paso en mis insomnios chillando en quedito para no despertar al Sponsor -alguien tiene que dormir bien o entonces sí nos carga la chingada- .

La vida me está costando mucho trabajo.

Estoy, verdaderamente, hasta la mismísima pinche madre.

Me urge salir. Y no solo salir de mi casa, ¡salir de este pinche momento asqueroso en general!

Empezar a ver lucecitas en este país en donde, al contrario de lo que pasa en otros, no veo para cuando eso vaya a pasar…

¿Cómo es posible que nadie esté haciendo una estrategia urgente para que los niños vuelvan a clases?

Me rebasa que no sea un tema de urgencia nacional el impacto que esto va a tener -aunque ya no se quejen- en los 40 millones de niños a nivel nacional que llevan casi un año sin ir a la escuela. Y no hablo de la parte académica -que va a ser escalofriante en los niveles económicos bajos y cuyas secuelas vamos a acarrear por años- hablo de la parte social. De la parte de salud mental. Del bienestar general de estos, nuestros hijos.

En casi todo el mundo, los niños han regresado a la escuela con sistemas híbridos. Con protocolos estrictos. Con “todas las medidas” y se ha demostrado que, si se llevan a cabo óptimamente, las escuelas no son focos de contagio de los que haya que preocuparse.

Hoy, cuando ya existe una vacuna, la primera parte de ese protocolo debería ser vacunar a todos los profesores, maestras y educadores, para protegerlos a ellos antes que a nadie y, de ahí en adelante, alternar a los alumnos por días, llevar a cabo pruebas, monitoreos y varios otros criterios para contener lo más posible los contagios. Insisto, en países en donde esto se ha hecho, ha funcionado. El bienestar que eso genera en los niños y en las familias en general, es imposible de describir.

No podemos parar la vida para siempre. Ni podemos salir a la calle y hacer como que no pasa nada, vamos, es una pandemia y no debemos de tomarla a la ligera. Pero, por el amor de dios, necesitamos empezar a pensar en cómo chingados retomar las actividades con responsabilidad y comenzar a exigir que así se haga.

¿Por qué nadie está pensando en los niños en este país?

¿Por qué no estamos ejerciendo presión ahora que hay una vacuna para que las personas responsables de estas decisiones empiecen a vislumbrar opciones, posibilidades, estrategias, en lugar de estar pateando el regreso a clases presencial cada vez más lejos?

La clave está, según yo, en la vacuna.

Y la vacuna, está secuestrada.

Y nosotros, en lugar de levantar la voz. Indignarnos. Hacer olas. Y exigir de todas las formas que esto cambie o abocarnos a que sucedan, estamos tomando aviones para irnos a vacunar a Houston.                                                       

Me carga la absoluta chingada.

Una vez más se confirma por qué los mexicanos nos merecemos las desgracias. Porque las permitimos. Porque en el momento que, a partir del privilegio, podemos resolver “nuestro” problema, nos vale completamente madres el problema de los demás.

Mientras yo resuelva para mi, el otro, que se joda.

El privilegio por ley -aunque fuera moral- debería de implicar la responsabilidad de hacer que las cosas sucedieran para todos y poner nuestro grano de arena para que este país, que es de todos, pudiera ser un mejor lugar para todos los que lo conformamos.

Y eso, ¡precisamente eso!, lo del privilegio egoísta y ciego es lo que hace que los no privilegiados estén dispuestos a venderle su alma -y su voto-  a cualquier persona que les hable bonito y les prometa ponerlos primero a ellos y que hoy estemos en este mierdero que no parece tener fin.

¿Qué hacemos?

No sé.

Pero cuenten conmigo cuando alguien sí lo sepa.

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