¿Hacia un nuevo sistema de partido hegemónico?

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Desde que en 1929 fue creado el Partido Nacional Revolucionario por decisión del presidente Plutarco Elías Calles, hasta el año 2000 en que el PRI perdió la presidencia de la República, se acumularon 71 años de gobiernos priístas.

Hay muy pocos casos en el mundo en los que un mismo partido haya tenido una continuidad gubernamental tan duradera. Sin embargo, las razones que explican esta continuidad no necesariamente son las mismas en los diversos casos nacionales.

En México, las repetidas y abultadas victorias electorales del partido oficial no se debieron a sus virtudes competitivas en elecciones democráticas, justas y libres. De hecho, que el PRI ganara las elecciones estaba garantizado aun antes de que se celebraran las jornadas electorales, pues las elecciones se desarrollaban en el contexto de un sistema político caracterizado por la extrema concentración de poder en el presidente de la República —facultades legales y metalegales, como diría Carpizo—; por la propia existencia del PRI como partido hegemónico, es decir, un partido que contaba con el proteccionismo estatal y que, en realidad, era una extensión orgánica del estado, así como por la amplia estructura clientelar y corporativa del propio partido, que le proporcionaba un abundante caudal de votos.

Competir contra el PRI equivalía a competir contra el aparato del Estado y sus gobiernos priístas, pues este partido prácticamente era, como se llegó a decir, la “secretaría electoral” del estado mexicano. De esta manera se alcanzó el control electoral de la sociedad y se condenó a los partidos de oposición a su casi irrelevancia política y electoral, más allá de que su existencia contribuyera a la falsa imagen de una democracia electoral pluralista.

Así, el ámbito electoral y sus resultados estaban determinados por las características del sistema político y su estructura de relaciones autoritarias.

Desmontar este sistema de partidos, que Giovanni Sartori designó como hegemónico, fue un proceso largo, paulatino y complejo que se desarrolló mediante sucesivas reformas y procesos electorales llevados a cabo entre 1988 y 2000, es decir, entre el fraude electoral mediante el que arribó a la Presidencia a Salinas de Gortari y el triunfo panista de Vicente Fox.

El resultado fue la desestructuración del sistema de partido hegemónico y su sustitución por un nuevo sistema de partidos, esta vez de carácter plural y altamente competitivo y, por lo tanto, se dio paso a la alternancia en los diversos niveles de gobierno y a la composición plural de los órganos legislativos.

Ese nuevo sistema de partidos fue un sistema básicamente tripartidista, pues el PRI, el PAN y el PRD determinaban las decisiones de la política partidista; el resto de los partidos, de un alcance electoral mucho menor, trataban de sobrevivir mediante coaliciones ocasionales y en gran parte pragmáticas con alguno de los tres partidos grandes.

Este sistema, que pudiéramos llamar “tripartidista de coalición multipartidista”, quedó deshecho en las pasadas elecciones de 2018 ya que fue barrido por el impresionante triunfo de Morena y, con ello, el ascenso de López Obrador a la presidencia de la República y las mayorías morenistas en las Cámaras del Congreso de la Unión.

En la actualidad no se puede afirmar que ya esté plenamente conformado un nuevo sistema de partidos, pues éste aún se encuentra en un estado fluido ante la pedacería en que quedó el anterior sistema de partidos y el surgimiento de Morena como partido mayoritario.

Asimismo, está por determinarse la relevancia que puedan llegar a tener varios partidos y el asentamiento de las relaciones estructurales entre ellos, por lo que el nuevo sistema de partidos que tendremos en el futuro inmediato está todavía en gestación y es posible que las elecciones de 2021 contribuyan a ir determinando las características que tendrá dicho sistema de partidos emergente.

En este marco, una posibilidad real es la conformación de un nuevo sistema de partido hegemónico, impulsado desde el poder presidencial, ya no con el PRI sino con Morena como partido hegemónico. Si este escenario tiene éxito, estaremos en presencia de una regresión autoritaria que nos alejaría de la democracia y su consolidación.

No obstante, para avanzar hacia un nuevo sistema de partido hegemónico tendrían que efectuarse transformaciones en sentido contrario a las tendencias democratizadoras que se fueron generando durante la transición electoral de finales del siglo pasado.

Entre otros objetivos, tendría que concentrarse y centralizarse el poder en el presidente de la República; subordinar los Poderes Legislativo y Judicial al Poder Ejecutivo; lograr el sometimiento de los gobernadores al poder presidencial; desaparecer, debilitar o controlar los órganos autónomos; nulificar la independencia y la autonomía del Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral; aprobar cambios normativos en el sistema electoral favorables al partido hegemónico; disponer de una amplia red de clientelas políticas y electorales; disminuir la densidad de la sociedad civil y sus organizaciones; disciplinar férreamente a los miembros y militantes de Morena, y llevar a los partidos de oposición a sus mínimas expresiones orgánicas.

Como puede apreciarse, algunos de estos objetivos van en camino de lograrse y con relación a otros se están poniendo las bases para hacerlos viables. Sin duda, no será fácil la realización plena de todos ellos ni debemos suponer que de ser exitosos reproducirían de manera idéntica las condiciones del “viejo” sistema político y su correspondiente sistema de partido hegemónico.

En la sociedad y en los partidos de oposición hay actores que desde luego se opondrán a la reconstitución autoritaria de un sistema de partido hegemónico y defenderán la democracia y las elecciones libres y justas. Las características del nuevo sistema de partidos serán resultado de la disputa política, misma que tendrá un capítulo fundamental en las próximas elecciones de 2021.

Otro título del autor: De transiciones y transformaciones políticas

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