Obedece

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

Por más que pasan los años y se supone que la ciencia (y la experiencia) nos ha arrojado información de lo que sirve, y lo que no sirve, a la hora de formar personitas, a mí me sigue sorprendiendo que haya gente haciendo aún ciertas cosas a “l´antigüita”.

Me refiero muy específicamente a la parte de querer tener hij@s “obedientes”.

Y es que cuando queremos que un hij@ haga todo lo que queremos, como queremos, porque queremos y cuando queremos, no solo estamos cortándole la posibilidad de sentirse libre, desarrollar su propia personalidad, o encontrar su propia voz, sino que de pasada, le estamos aplastando el autoestima y diciéndole de maneras muy sutiles (y a veces no tanto), que no sirve para nada (lo cual no sé si lo sepan pero equivale a balacearle los pies) y, por lo tanto, los escenarios futuros más probables son la rebeldía o la completa inutilidad de la persona en cuestión.

A ver….

Es evidente que hay cosas que no son negociables, que la mejor manera de hacer sentirlos seguros es a través de la contención y los límites y que, definitivamente, hay jerarquías y aprender a respetar la autoridad es indispensable.

Sí pero…

De ahí a pretender educar robots, pues está muy cabrón.

¿Cómo podemos esperar que un niño de 4 años deje de llorar solo porque se lo decimos? ¿O que uno de 11 deje de preguntar cosas sin cesar y se “calle la boca”? ¿O que el de 15 no quiera experimentar nuevas cosas si justo de lo que se trata es de descubrir quién es él? ¿O el de 18 deje de hacer las cosas de manera diferente o diferentes cosas?

Se nos ha olvidado tener presente que estamos formando adultos, y nos hemos acomodado solo en el educar y en el mandar.

Lo que sucede es que formar toma mucho tiempo e implica estar presente y bien conectados, continuamente. Hoooooras de explicaciones. Respuestas a las preguntas. Paciencia infinita para respetar los procesos de crecimiento o lo que María Montessori llama: “los periodos sensibles”; espacio para equivocarse y muy especialmente permiso de que esas personitas vayan aprendiendo a gerenciarse solas.

Para formar se necesita confiar. Confiar en que lo que sembramos va a dar frutos. Confiar en que nuestros hijos van a saber elegir bien (pero que para eso, primero van a tener que elegir mal). Confiar en que ellos van a poder. Confiar en que nosotros también vamos a aprender a navegar las etapas de las preguntas, los ensayos y los cambios. Porque les tengo una (mala) noticia: formar va subiendo de grado de dificultad conforme van creciendo y, contrario a lo esperado, es mucho más complicado ser papá de adultos jóvenes, que de niños pequeños porque ¡¿qué creen?! resulta que se pueden pasar nuestras reglas por los huevos y que, hasta cierto punto, ya se pueden valer por ellos mismos. Así que la única manera de que las cosas sigan funcionando armoniosamente es permitiéndoles ser ellos los responsables de su vida y proveer un espacio de contención respetuosa en donde elijan “hacernos caso” por convicción (por la buena) y no por miedo ni porque si no “te quito el coche o el dinero”.

Por eso es TAN fundamental lo que sembramos en sus cabecitas y cómo programamos los sistemas operativos del disco duro con los que, cuando llegue el momento, ellos manejarán sus vidas.

Dejarlos aprender a hacer, elegir y decidir, pero muy especialmente entender los porqués de todo para poder comprender los por qué no, o los por qué sí, de cada decisión.

¿Por qué?

¿Por qué es importantísimo explicarles las razones por las que no hay que pegar en lugar de  solo castigarlos si pegaron? ¿Por qué enseñarles a recoger en lugar de que las cosas se recojan mágicamente? ¿Por qué está bien que reprueben en lugar de hacerles la tarea todo el año? ¿O que les de gripa por no llevarse una chamarra (cuando ya están en edad de pensar eso ellos solos)? ¿Por qué entender que beber cuando eres menor de edad te echa a perder el cerebro y las razones por las cuales elegir no hacerlo (paralelo a saber qué hacer, y no hacer, si deciden intentarlo)? ¿Por qué no es buena idea ir a ciertos planes en lugar de simplemente prohibirlos? ¿Por qué escuchar sus ideas, sus opiniones, sus razones, es tan indispensable?

La respuesta a todas estas preguntas es muy sencilla: porque lo que queremos es formar personas capaces de pensar por ellas mismas, de medir y asumir las consecuencias de sus actos, de tomar buenas decisiones y por encima de todas las cosas: de poder resolver lo que sea que la vida les ponga. Con conocimiento de causa. No porque alguien más se los dijo. Y para que puedan tener la confianza de acercarse a nosotros, sin importar nada.

Me acuerdo que mi abuela se sorprendía muchísimo de que cuando la de 18 tenía un poco menos de 2 supiera estar sentada en una mesa “con los adultos” (primera cosa indispensable para formar: children see children do, ¿cómo van a aprender cosas si no ven cómo se hacen las cosas y los tenemos relegados?) comiendo sola de su plato con cubiertos normales (casi siempre) y tomando agua de un vaso de vidrio “sin romper nada o estar gritando como una  salvaje”.

Efectivamente, hace muchos años se pensaba que los niños no desarrollaban la capacidad de aprendizaje o raciocinio antes de los 6 años y fue, justamente la ídola María Montessori, quién vino a romper ese paradigma y demostrar que los niños son capaces de hacer absolutamente t.o.d.o, si les damos el espacio para aprenderlo, imitarlo,  intentarlo y “trabajarlo” a su ritmo, las veces que sean necesarias una vez que el niño tiene el interés de hacerlo (esos son los famosos períodos sensibles).

No cabe duda que la mejor decisión que tomamos en cuestión escolar fue que nuestros hijos fueran a un colegio Montessori los primeros 6 años de su vida. Y no cabe duda tampoco que, como decía una amiga mamá de niños de la misma escuela: hay muchísimas veces en las que pienso “malditos escuincles Montessoris”. Porque sí, formar implica soltar, y soltar, millones de veces… es ca.gan.te y requiere disponer de recursos de paciencia ilimitados (lo cual en mi caso es un recurso escaso y no renovable), pero en este negocio no se pueden las medias tintas, ni tampoco se valen las incongruencias. Una vez que uno elige el camino de formar personas independientes no hay palanca de reversa y sí: millooones de veces, eso va a implicar jalarnos los pelos de la desesperación. Ni modo.

Sin embargo, si tenemos presente que esto, como todo, es un proceso que (si lo hacemos bien) tendrá fecha de caducidad. Si estamos abiertos a esperar que haya errores y estemos listos para enfrentarlos (bueno, tengamos la intención de estar listos, aunque sea porque cuando suceden, casi siempre nos agarran de bajada) me parece que el camino es más disfrutable ¡incluso! cuando es terrorífico y estoy convencida de que los esfuerzos darán buenos frutos (*cruza los dedos mientras lo escribe).

El camino del hazlo y te callas, obedece, no discutas y yo te lo hago porque tú no sabes, puede resolvernos el día a día (o darnos la impresión de que lo resuelve) pero el futuro, les garantizo, será mucho menos satisfactorio de entrada, porque tendremos que seguirles resolviendo todos sus problemas de por vida (hasta donde me quedé, uno no se levanta a los 30 años y se vuelve responsable de uno mismo ¿o sí?).

No queremos que nuestros hijos hagan lo que queremos (o quiere alguien más) sin cuestionar.

No estamos educando robots, estamos formando criterio propio y, para que eso suceda, t.i.e.n.e que haber espacio para encontrar sus propios caminos, su propia voz, cagarla un poco (ojalá solo un poco *cruza los dedos nuevamente) y desafiarnos de vez en cuando.

Que cuando la caguen, lejos de hacerlos sentir peor (eso nuuuunca sale bien), sepan que se vale equivocarse y puedan aprender a hacerlo mejor la siguiente vez en lugar de ocultarnos las cosas, o peor aún:  tenernos miedo.

No hay otra forma de aprender que experimentando y, si de todas maneras lo van a hacer (porque créanme, lo van a hacer, lo de experimentar), mejor que lo hagan en un espacio seguro en donde si les sale mal, puedan venir directamente con nosotros, en lugar de ir a mal asesorarse con alguien más (aclaro que nooooo quiere decir “entonces que aprendan a chupar conmigo porque así más seguro” noooooo, esa es la pendejada más grande del mundo de las pendejadas de ser papás 🙄. Nuestro papel no es por ningún motivo ser proveedores de cosas que no están bien o les pueden hacer daño. NUNCA).

Queremos siempre ser el lugar a donde puedan venir a pedir ayuda y se sientan a salvo con todo y sus cagadas. Queremos que siempre nos digan la verdad, sin importar cuál sea. Queremos que se sientan libres de ser quienes son, sin tener que cumplir con nuestras expectativas.

Eso no quiere decir dejar pasar todas las cagadas, evideeeentemente las malas decisiones SIEMPRE tienen consecuencias pero, de entrada, tienen que saber que siempre los vamos a aceptar, a “perdonar”, a contener, a apapachar y a ayudarlos a encontrar las mejores soluciones (que no a alcahuetear, sobreproteger o resolver, ojo).

No, no queremos hijos obedientes. Qué peligro. Y qué flojera. Qué delicia tener hijos diferentes y que se parezcan solo a ellos.

Nada mejor para la autoestima y la construcción de una persona (y de una familia saludable) que poder opinar distinto y tomar sus propias decisiones ¿Es de hueva? Sí, sí lo es, muchísimas veces es de hueva que estas personitas no hagan lo que queremos, pero sin lugar a duda, verlos irse construyendo y convirtiendo en su propio yo es lo mejor que hay en el camino de ser papás. Y, sin lugar a duda, otra vez, ser papás es la clase más cañona que la vida nos manda para crecer nosotros mismos también, no la desperdicien.

Los días son largos, pero los años son cortos, lo que tenemos que pensar es: ¿queremos que cuando se vayan regresen frecuentemente, o queremos que salgan despavoridos de nuestras vidas?…

¿A dónde regresarían ustedes?: ¿a la libertad?, ¿o al porque lo mando yo y te callas?

Se los dejo de tarea.

Otro título de la autora: Desenrédate

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