Llevo los últimos 15 años de mi vida obsesionada con el erotismo. Esta obsesión empezó con la literatura -como la mayoría de mis obsesiones-, después por mi curiosidad natural y la necesidad de ofrecer información fidedigna a mis fans y lectores. Aprender acerca de él se convirtió en parte de mi trabajo y mi cotidianidad.
Ya después descubrí que, mientras más conocía del tema, más me apasionaba, mejores historias escribía y mi experiencia diaria en contacto con el entorno se expandía hasta desafiar mis límites más guajiros, como cuando hasta el habitual acto de meterme a la regadera se convirtió en un momento extraordinario de contacto del agua y las palmas de las manos sobre mi piel, y no nada más algo necesario para limpiarme olores, fluidos y pesadillas del cuerpo cada mañana.
La naturaleza de la literatura erótica está en la sugerencia, en las palabras que no dices, en las acciones que no narras, en las características físicas de los personajes que no impones como artífice de la historia, sino que dejas en blanco para que sea el lector quien imagine. Está en los espacios entre las viñetas.
La literatura de por sí utiliza en su máxima expresión una de nuestras funciones cerebrales más emocionantes, la capacidad de abstracción, esa que nos permite imaginar, fantasear, generar en nuestra mente aquella particular imagen de lo que se nombra: si yo digo “teléfono”, aparecerá en tu pensamiento la imagen de tu teléfono o del teléfono de tu casa de infancia; si yo digo “película”, tus recuerdos trazarán alguna imagen de la última película que viste o de tu película predilecta. Si yo digo “amor” evocarás a esa persona que te provoca mariposas en la panza nada más a ti (bueno, a veces también a alguien más, pero el poliamor es otro tema).
Cuando se trata de la capacidad de abstracción utilizada de manera deliberada en el erotismo, la cosa se pone aún más candente. Si el autor tiene la humildad y la confianza en el lector suficientes, logrará una experiencia inigualable en quien lee. ¿Cómo? Contando sus historias de manera que le dé al lector la oportunidad de completar la narración con el poder de sus fantasías: cada quién, así, pone el rostro, la forma de las piernas, la cintura, el tamaño de los pechos, el volumen de las nalgas, el color de ojos y de pelo de su elección y creará, con tu texto como punto de partida, una imagen erótica mucho más poderosa que cualquiera que tú le presentes.
Claro, mientras mejor calidad tengan los insumos de la fantasía, o sea, que el texto sea pulcro en todos los sentidos -porque si no, en vez de fluir, se entorpece-, mejor resultado obtendrás.
Como el erotismo es parte indispensable de la naturaleza humana, en realidad todas las grandes obras lo incorporan como parte de la vida de sus personajes, sin ser necesariamente literatura erótica. Lo encontramos en libros de autores tan respetables como William Shakespeare, Molière, Sor Juana Inés de la Cruz, Goethe, Santa Teresa de Jesús, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Thomas Mann, Edgar Allan Poe, Almudena Grandes y muchos más. Incluso en la Biblia.
El género erótico tiene una intención explícita de liberar, de escandalizar. Como Giovanni Boccaccio bien explica al final de El Decamerón, escrito entre 1351 y 1353: “Quien tenga que rezar padresnuestros o hacer tortas de castaña para su confesor, que las deje -las novelas-, que no correrán tras de nadie para hacerse leer, aunque las beatas las digan (y también las hagan) alguna que otra vez”.
Para terminar diré que para mí existen dos clases de literatura erótica: la que está hecha porque se cree un género de moda, se quieren vender muchos libros por esta idea de que “el sexo vende”, pero no enamora ni seduce al lector por la falta de honestidad en las emociones que describe; y la que está escrita con vocación de lujuria, que calienta al lector hasta el punto de olvidar la decencia para masturbarse antes de terminarla.
Esa es la que prefiero escribir y leer: esa literatura erótica que provoca pasiones, deseos, humedades, erecciones, da ideas y enoja y confronta a personas de costumbres morales y exquisitas, quienes espero no olviden nunca cómo llegaron al mundo.
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