Pañales

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La paternidad en tiempos de la 4T

Oigo su llanto. Puedo acostumbrarme a todo menos a su llanto. Tiene cuatro meses de edad y nos ha convertido —a su madre y a mí— en sus pequeños bufones. Cantar una canción. Cambiar el pañal. Dar leche. Llevarla a pasear. Ayudarla a dormir. Para que calme su llanto… Y es verdad: qué alegría estar con los bebés. Y lo que no te dicen: después de que te duele la espalda por cargar, de los desvelos, la angustia por su salud, la pérdida de tus ocios y placeres, te preguntas: ¿dónde está el botón de apagado del bebé? Porque puedo acostumbrarme a todo menos a su llanto.

La paternidad, cierto, es la gran experiencia de la vida. Y también la más absorbente. Nosotros vivimos en la paradoja del precariato: sin empleo ni ingresos fijos, gozamos de control sobre nuestro tiempo y cada minuto del día alguno de los dos está con ella. Escasez de empleo, abundancia de atención. La crianza solía ser una carga colectiva, tribal. Fui criado por mi madre, mi papá, un padrastro, dos abuelas, cinco tías, las amigas de mi mamá, y la guardería de la Secretaría de Pesca, una prestación laboral de mi madre. Hoy las familias se han reducido; los abuelos deben trabajar hasta el día de su muerte y, ¿las guarderías?

Aceptemos, como dice la Secretaría del Bienestar, que el modelo de estancias infantiles estaba averiado. Dos de cada tres guarderías tenían problemas. Surgieron redes de corrupción para exprimir el erario público con “niños fantasma”. Y siete mil estancias, ¡siete mil!, estaban catalogadas como focos rojos en cuanto a riesgos (Nota de Claudia Guerrero, Reforma, pág. 4, 19 de febrero de 2019). El modelo era neoliberal: el Estado delegaba el cuidado de infantil en particulares, a quienes les daba un subsidio de 950 pesos al mes por niño. ¿Que había que cambiar ese modelo? Sin duda. Lo incomprensible es que se sustituya por un no-modelo, por la retirada radical del Estado.

Me acusarán de old-fashioned, pero sueño con un modelo de guarderías del Estado —no subrogadas— en donde la atención de los niños se cuide con el mismo esmero que el gobierno de López Obrador afirma cuidar los dineros públicos. Con empleadas (y empleados) con la más alta capacitación y los mejores salarios y prestaciones. Eso cuesta un montón de dinero, pero el desarrollo de un país se mide en cómo cuida a los más vulnerables, en especial a los niños. El modelo anterior, el que muere ahora, era un parche social. Un parche que será sustituido por una transferencia bancaria.

Esto tenemos: un país que encumbra al ejército —lo convierte en policía nacional, le regala un aeropuerto, lo vuelve una agencia multiusos, como dice Carlos Bravo Regidor— y abandona a los niños. Pretende calmar su llanto con 800 pesos mensuales.

Ni para los pañales.

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